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Juan Sebastián Ochoa Escobar: Un músico de género fluido

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Biografía

Cuando contaba con 4 años, mis padres me inscribieron a clases de piano en compañía de mis dos hermanos. En un principio fueron clases particulares. Luego, a los 8 años, ingresé al preparatorio de la Universidad de Antioquia a tomar clases de solfeo y teoría de la música. A los 13 años, un tío le regaló una guitarra eléctrica hechiza a mi hermano mayor (digo hechiza porque en esa época no se conseguían guitarras eléctricas de marca en Colombia). Desde ese momento, yo me aficioné a ella, a tal punto que unos días después la guitarra pasó a ser considerada mía. Mientras con el piano estudiaba música clásica, porque era la única música que en esa época dejaban enseñar en la Universidad, con la guitarra eléctrica me aficioné al rock. Aprendí a tocarla casi de manera autodidacta. Con los años, me destaqué entre mis amigos porque podía tocar un repertorio importante de canciones de Soda Stereo, Metallica y Janes Addiction, entre otras agrupaciones.

Una vez terminé el colegio, ingresé a la universidad a estudiar ingeniería mecánica, porque la música no parecía un camino razonable. Pero, a las pocas semanas de comenzar el segundo semestre, me retiré y decidí continuar por el camino de la música. Cuando le comenté a mis padres la decisión, mi papá me dijo: está bien, pero se va a estudiar a Bogotá, a la Javeriana. Y eso hice, estudié música allá pero no enfocado en el piano sino en la ingeniería de sonido. ¿Por qué no estudié piano? Porque tenía claro que no quería ser un pianista clásico, la música clásica nunca ha sido de mis preferidas y en la Javeriana no permitían estudiar otras músicas por ese entonces.

Sin embargo, un tiempo después, crearon la opción de ingresar a un ensamble de jazz y, posteriormente, a uno de salsa. Me inscribí en ambos como pianista. Gracias a la influencia de mi hermano Federico, quien por esa época se fue a estudiar saxofón a Cuba, me interesé especialmente por tocar el segundo género. Aunque me costó muchísimo, con el paso de los días aprendí a interpretar de una manera aceptable, comprendí el funcionamiento de los tumbaos y el manejo de la clave, algo que resulta casi críptico para todo aquel que apenas incursiona en este famoso ritmo caribeño.

Una vez terminé mi formación, me comencé a interesar por la investigación, animado nuevamente por mi hermano Federico, quien me comenzó a hablar de la música de gaitas largas y de textos investigativos. Fue entonces cuando realicé mi primera investigación que salió publicada bajo el título Gaiteros y Tamboleros. Posteriormente, continué con una investigación sobre la música tradicional del pacífico sur colombiano, proceso en el cual aprendí a interpretar la marimba de chonta. Desde entonces he realizado otras investigaciones sobre diversas músicas colombianas, entre las que se encuentran la cumbia y el porro.

Actualmente, también tengo un proyecto musical con mis dos hermanos que se titula Aguaelulo Trío, en el cual nos reapropiamos y experimentamos con las músicas tradicionales del Pacífico colombiano. (Pueden escuchar nuestra música en Youtube y en las plataformas digitales).

Música y diversidad

Todo el relato anterior pretende mostrar que el haber transitado por la música clásica, el jazz, la salsa, el rock, el currulao, la cumbia y el porro, entre otras músicas, la principal enseñanza que me ha dado es que todas las músicas son igual de válidas, cada una representa una manera de ver el mundo, una manera de sentir y de ser. Así que todos mis esfuerzos van encaminados, antes que a las músicas en sí mismas, a luchar por el reconocimiento y aceptación de las diferencias culturales, una condición necesaria para poder construir el proyecto de paz en el que estamos.

En la cotidianidad es común escuchar comentarios descalificadores sobre diversos tipos de músicas, o incluso en ocasiones se menciona que ciertas expresiones “no son música”. Por ejemplo, es frecuente escuchar que “el reggaetón no es música”, “el punk es de baja calidad”, “la nueva ola del vallenato no es buen vallenato”, o expresiones similares. Tendemos a crear jerarquías en las expresiones culturales, pero son jerarquías muy particulares porque, casi invariablemente, las músicas que colocamos en la cúspide de valoración son las que más nos gustan. Tamaña coincidencia. En realidad, lo que hacemos es construir argumentos y valoraciones que justifiquen nuestros gustos y nos posicionen por encima de los demás.

En esas valoraciones, también suelen aparecer algunas músicas como intrínsecamente superiores a las demás, músicas que nos deben gustar supuestamente “porque son buenas”. En estos relatos, lo usual es que la música clásica sea ubicada en la cúspide de la valoración, seguida del jazz. Los demás géneros musicales estarán siempre en un rango inferior.

Sin embargo, no existe un criterio objetivo para determinar la calidad de los géneros musicales, no hay parámetros absolutos que permitan crear una valoración de tal tipo.

Por lo tanto, los juicios de valor estéticos son siempre subjetivos y, más que hablarnos sobre las músicas que juzgamos, dicen mucho sobre quiénes somos como personas, qué valoramos y qué no, y qué cosas subvaloramos y discriminamos. Los juicios de valor estéticos son una de las maneras que tenemos los seres humanos para construir nuestra identidad, pero a la vez son formas de violencia simbólica sobre todo aquello que rechazamos. Por esto, comprender que no hay músicas intrínsecamente buenas ni malas sino simplemente diferentes, es una buena manera de acercarse al reconocimiento de la diversidad cultural. En últimas, tampoco hay culturas mejores que otras.

Es importante comprender el valor de la diferencia en gustos y preferencias por géneros musicales, comprender que ningún género es mejor ni peor que otro. Es una discusión bastante semejante a la de comprender las diferencias culturales y las preferencias sexuales. En el fondo, las preferencias por géneros, sean estos musicales o no, siempre deben respetarse y reconocerse. Por esto es que pienso que la música resulta ser una metáfora de la aceptación y reconocimiento de la diferencia o, quizás mejor, de las diferencias, en plural.