“Yo soy ellos, lo bueno y lo malo que tengo creo que lo aprendí de mis padres” [1]
Doña Hilda Bustamante Ochoa nació el 30 de agosto de 1959 en una familia campesina del corregimiento de San Antonio de Prado (Medellín). Allí vivió su infancia y juventud al lado de su familia. Es la sexta de ocho hermanos. Se casó en el año 1984, de esa relación tuvo cuatro hijos con quienes aún vive en el barrio Campo Valdés. Es docente independiente de niños(as) de primaria a quienes acompaña en procesos de nivelación educativa. Participa hace cuatro años del costurero de la Biblioteca Aranjuez donde también ejerce el rol de mentora de algunas de sus compañeras.
Su vida estuvo atravesada por situaciones que la llevaron a ser muy recursiva para salir adelante. Por lo tanto, lleva consigo el legado de sus padres: leer, respetar a los demás, callar a veces para evitar conflictos y poner el máximo esfuerzo en todo lo que hace. Considera que haber vivido en un entorno carente de privilegios económicos la llevó a ser muy creativa: “Con lo que había tenía que salir adelante”, así define su vida.

La herencia de mis padres
“Mi mamá nos enseñó a ser responsables, fuertes, resistentes, a tener disposición. Nos enseñaba a hombres y mujeres por igual”
“Recuerdo a mis padres como unas personas recursivas, responsables y creativas; vivíamos con lo que había y éramos felices”, responde Doña Hilda ante la pregunta sobre cómo recuerda a sus padres. Para ella, todo lo que es como mujer y todo lo que aprendió a sortear en la vida fue gracias al ejemplo de sus padres: dos campesinos trabajadores y honestos, que nunca fueron a la escuela, ni recibieron cursos de nada, pero que sabían de todo, y con mucha generosidad transmitieron valores a sus hijos, su sabiduría de la tierra y de las relaciones humanas y sacaron adelante una familia numerosa en una época marcada por la violencia y las desigualdades sociales.
El legado de sus padres, por lo tanto, fue “su ejemplo, todo lo que hacían”. Para doña Hilda sus padres fueron excelentes maestros de vida, recuerda que ellos hacían que todos se sentaran juntos en la mesa a la hora de comer. De ese modo, lograban mantener la unidad familiar. A propósito, recuerda una expresión de su padre: “Cuenten con lo que hay aquí; no con lo del vecino”, para advertirles que en la vida hay que defenderse con lo que se tiene y adaptarse a lo que hay. Y su madre, una mujer audaz y perfeccionista, les decía: “Las cosas hay que hacerlas bien o no se hacen”, esa era su forma de invitarlos a poner el máximo esfuerzo en todo lo que hicieran, sin dejar nada a medias.
La lectura fue otro gran legado de sus padres, estuvo presente durante toda su vida familiar. Doña Hilda recuerda con alegría cómo disfrutaban la hora del cuento que su padre les hacía cada noche; quizá por ello considera que una familia en la que la lectura está presente es una familia unida, alegre, que conversa y que se escucha.
Mi casa, otra escuela
“Soy feliz de poder promover en otros niños los aprendizajes que recibí de mis padres”
Doña Hilda es una docente natural, hace 24 años hace nivelación escolar de manera particular a niños(as) de primaria de su barrio. En estos años han pasado por su acompañamiento alrededor de 80 estudiantes cuyos padres de familia ven en ella un apoyo que necesario para ayudar a sus hijos(as) a superar los obstáculos escolares.
Ser profe desde su casa, con sus propias herramientas, las que adquirió de sus padres, le ha permitido transmitir a los niños(as) su manera de ver el mundo: haz bien todo lo que hagas. Entre sonrisas dice tener la fama de ser la profe riata porque para ella las cosas hechas a medias no sirven, “hay que aspirar ser presidente para llegar tan lejos como se pueda”, menciona. Su fama la toma como un halago, sabe que sus enseñanzas y pedagogía les servirán a estos niños(as) en la vida para mucho más que pasar una materia. Está convencida de que la rigurosidad debe ser costumbre para salir del fango de la mediocridad que invade, a su juicio, a muchos jóvenes. Aportar a la sociedad por medio de la formación de los y las pequeñas la hace muy feliz, por eso cree que este capítulo de la vida merece ser contado.

El costurero de historias
“No nos conocemos las casas, pero aquí nos reunimos, conversamos, nos conocemos, nos contamos cosas, es la casa común para encontrarnos a hacer todo esto y enterarnos de la vida de todas”
Doña Hilda se enteró del Costurero de historias gracias a la Biblioteca Comfama Aranjuez. Un día de enero del 2019, que pasaba a entregar un libro y prestar otro, un gestor de la biblioteca le dijo que pronto iniciaría un nuevo programa que prometía ser muy bueno: un costurero[2]. Ella se animó a participar, pues pensó que se encontraría con una profe muy experta que le enseñaría muchas técnicas de costura. Sin embargo, encontró algo diferentes: un lugar de encuentro y conversación entre mujeres apasionadas por el arte de la costura y el tejido, donde la única condición era disponerse a aprender unas de otras. En lugar de contar con una profe de costura, se encontraron con un promotor de lectura: Alexander Otálvaro, quien se dedicaba a tejer historias con ellas a través de lecturas en voz alta, conversatorios, recorridos y así el tiempo se les iba volando.
“Llegué con la expectativa de aprender de una profe y me encontré con que mi conocimiento era útil para otras compañeras”, dice con alegría. Se siente muy bien cuando sus compañeras del costurero se le acercan a preguntarle por una técnica u otra. Disfruta tanto de enseñar como de aprender, pero lo que más ama del Costurero es que es un espacio para encontrarse.

Anecdotario
Quién la manda a leer
Mi mamá nunca fue a la escuela, porque en ese tiempo decían que una mujer para qué estudiar, pero yo creo que ella toda la vida quiso hacerlo y aprender muchas cosas. Cuando éramos pequeños, recuerdo que veía a mi mamá sentarse en las tardes a leer a Genoveva de Brabante o Juana de Arco y lloraba leyendo esos libros; yo pensaba en ese entonces: ¡Quién la manda a leer!, aunque al mismo tiempo me inquietaba la razón que la llevaba a leer esos libros. De tanto verla leer tan emocionada, yo empecé a leer un libro sobre la esclavitud en Estados Unidos y por fin la entendí, pues no paré de llorar lo que duro mi recorrido por el texto. Ahí comenzó mi amor por la lectura.
Lectura de prensa
Cuando en mi casa no había libros o cuando llegaba la carne o la yuca envuelta en periódico, mi mamá cogía el papel periódico y lo lavaba con agua, lo ponía a secar y luego se ponía a leer las noticias, porque esa era la única opción que tenía de conseguir cosas para leer. No tenía plata para comprar la prensa. En esa época leía El Colombiano.
El saco de malla: una historia de recursividad
Mi hermana la mayor le decía a mi mamá: “Amá, yo quiero aprender a hacer malla” y mi mamá le decía: “¡Yo con qué te voy a comprar aguja!, yo no tengo plata”. Y ¿sabe qué hizo mi hermana? Se fue para el solar, cogió un palo de naranjo, le quitó toda la cascarita, hizo los dos palitos y con eso aprendió a hacer sacos de malla. Teníamos que defendernos con lo que hubiera, no nos varábamos ante el primer obstáculo.
¡A la carrerita!
A nosotras las hermanas nos cuidaban mucho de que no nos violaran o se aprovecharan de nosotras, éramos cinco, teníamos que salir siempre de a dos; nunca una sola. Recuerdo que yo tuve que repetir cuarto de primaria para poder estar todo el tiempo acompañando a mi otra hermana al colegio y para regresar juntas a la casa. En el camino había un río el cual teníamos que pasar por un puente. Cuando uno pasaba por ahí se veía a hombres bañándose desnudos. Quizá por eso, por ese temor a que nos hicieran daño, mi mamá nos decía: “Cuando pasen por el puente no miren para ninguna parte, pasen a la carrerita, a la carrerita”. Así era todo para las mujeres, por donde salíamos había que andar a la carrerita.
[1] Todos los textos de esta nota fueron tomados de una entrevista realizada el 17 de agosto de 2022 por Sorani Rico Carrillo, quien además elaboró la nota. Este ejercicio narrativo se propone con el fin de salvaguardar la riqueza oral de la invitada.
[2] El costurero de historias de la Biblioteca del Centro Cultural Comfama Aranjuez se reúne todos los jueves de 2:00 p. m. a 4:00 p. m.
Revive la conversación
Explora historias de vida, saberes y pasiones que convierten a nuestras invitadas e invitados en bibliotecas humanas.
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