En la mesita de noche de Érika Natalí Marín Gómez reposa Jazz de Toni Morrison. A veces solo lo ojea; otras, lo lee y lo disfruta en esos momentos que ella llama “libres”, en compañía de sus dos gatos. El libro narra la migración hacia Nueva York de los esclavos que en los años veinte buscaban abrazar la libertad y escapar de los abusos a los que eran sometidas por sus patronos. Su objetivo, pese a las pocas palabras que lo componen, era inmenso e inspirador: construir una vida diferente.
Erika, al igual que los personajes de Morrison, se ha entregado al movimiento para hacer del libro de su vida algo distinto. La novela, más que una compañía para sus días, le confirma la actitud de transformación constante que eligió para vivir: “El cambio y el movimiento son necesarios. Es muy difícil no cambiar. Una debe tener la capacidad de estar viviendo y de estar muriendo; cuando renaces y cambias exploras otras formas de ser, de relacionarte con el mundo y a fin de cuentas eso es lo único con lo que una se va”.
Descubrir la inspiración en el movimiento
El primer movimiento que realizó fue en su infancia. Erika nació en un pueblo pequeño del Nordeste de Antioquia llamado Yalí, que no sobrepasa los ocho mil habitantes, y vivió allí con sus padres y con sus tres hermanos, aunque por parte de su padre tuviera otros siete medios hermanos; es “la segunda de toda esa camada”.
Mientras sus amigos jugaban y corrían, ella los abandonaba frecuentemente para visitar a una compañera que quería mucho: la literatura. En algún rincón de la casa de la abuela, entre las páginas de un libro o de su propio diario, sentía tranquilidad y olvidaba, por un momento, la relación turbulenta entre sus padres y la violencia que se acercaba fuerte, dolorosamente.
Su madre comenzó a realizar visitas más seguidas a Medellín por temas de trabajo y ella se quedaba en el pueblo con su abuela: “Mi abuela dice que me crió a punta de jugo de zanahoria y remolacha, que por eso tengo los dientes tan bonitos”. Alrededor de esas montañas la realidad se tiznaba de rojo recurrentemente: “No existe ningún registro serio sobre cómo la violencia ha golpeado a Yalí, pero esa violencia impactó bastante a mi familia”. Dos de sus seres queridos salieron un día de casa y no volvieron nunca más y esa idea de la fragilidad de la vida la ha acompañado desde entonces.
Cuando tenía ocho años se radicó definitivamente en Medellín. Sin embargo, mirando el horizonte cargado de edificios anhelaba volver a estar en ese lugar donde había visto tantos tonos de verde. En la ciudad le tocó una violencia diferente, la de los barrios. En ese contraste aparente entre los dos escenarios, el del pueblo y el de la ciudad, se descubrió sintiendo el mismo miedo. “Ver que pasan cosas tan graves, pero todo sigue igual, sigue habiendo libertad, impunidad, silencio, y en medio de ese fuego cruzado, sea en Tricentenario o en la vereda, los jóvenes se extinguen. Ese es un miedo que te acompaña siempre”.
Hacer de la literatura un hogar para vivir
Su padre le leía cuentos por las noches, incluso le compraba algunos con muchas ilustraciones para darle de regalo, y su amor por los libros se hacía cada vez más fuerte. Uno de los momentos que la impresionó enormemente durante su adolescencia fue la primera vez que la llevaron a una biblioteca. Era la biblioteca de la Institución Educativa Diego Echavarría Misas, en Itagüí. Allí le leyeron un cuento titulado La peor señora del mundo. Ese día se sintió acogida por el calor de una gran historia y no quería sentir el frío del afuera. En la escuela, poco a poco, fue conociendo autores importantes como Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Andrés Caicedo, Gabriel García Márquez, Franz Kafka y Fernando Pessoa. Terminó leyendo todo lo que se atravesaba a su paso.
Como integrante de una familia de abogados, el destino para ella estaba trazado. Su padre le prohibió ciertas carreras profesionales y le exigía estudiar algo “que diera plata”. Aunque disfrutó la carrera de Derecho en la Universidad Católica Luis Amigó, en 2013 lo resolvió: “Yo no quiero hacer esto por el resto de mi vida”. Ese año estaba realizando sus prácticas como abogada en una empresa y decidió hacer el segundo gran movimiento de su vida: abandonó su carrera y empezó a estudiar Licenciatura en Lengua Castellana en la Universidad de Antioquia.

Esa salida del mundo del Derecho fue muy conflictiva y ella lo resume con la palabra “caos”. Como se quedó sin empleo, su mamá y su hermana le ayudaron a hacer unas hamburguesas vegetarianas para vender en la Universidad y sostenerse económicamente. “La literatura ha sido mi gran salvavidas” y esta vez, habiéndola salvado ya de la violencia, le devolvía a sus días la pasión y los sueños perdidos. En esta travesía exploró, además, el mundo de la escritura femenina de la mano de Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar, Alejandra Pizarnik, Clarice Lispector, Idea Vilariño, Leila Guerriero, Patricia Nieto y Virginia Woolf. Durante ese 2013 regresó a su pueblo para recordar las preguntas de su infancia y reorientar el camino.
Un panal para encontrarse y encontrar a otros
“La literatura ha sido un puente, una manera de fugarme, de reflexionar sobre la vida, sobre la muerte y sobre el mundo”. Desde que decidió seguir su pasión, ha compartido con otros ese amor por los libros y se sorprende de haber logrado lo que algún día vio como imposible: “Poder vivir de la fuga, vivir de eso que me hace feliz”. Luego de haber trabajado como promotora de lectura, escritura y oralidad con niños, niñas, adolescentes y jóvenes de distintos barrios en lugares no convencionales de la ciudad, como la calle, las canchas o los parques, estaba lista para crear. En 2016 nació Colectiva La Enjambre, una biblioteca popular ubicada en Altavista, en la sala de la casa de doña Olivia, lideresa de ese corregimiento en Medellín.

Al igual que ella, este panal no está en un solo lugar, sino que viaja y recorre diversos escenarios llevando libros e historias para transformar la desesperanza. Con este proyecto, al que le dedica ahora la totalidad de su tiempo, recuerda dos anécdotas emocionantes. En 2019, bajo la estrategia de adopta a una autora, tuvieron en su pequeño pero acogedor espacio a Mary Grueso Romero; los niños y las niñas, que en su mayoría son afrodescendientes, limpiaron y organizaron el lugar con una enorme sonrisa en sus rostros para recibirla: “Ese momento fue mágico, veníamos trabajando el tema de lo afro y ver a esta mujer, a esta narradora oral, hablar de su vida, de su relación con la comida, con la muerte, hizo sentir a los niños y las niñas identificados y salieron creyendo que eso que viven cotidianamente es importante y también se puede contar”.

La inspiración cumplió con su objetivo y meses después lanzaron el libro El color piel no existe, una obra que recoge las palabras y las ilustraciones de los niños, las niñas y los jóvenes de la Colectiva. “Ese día hicimos lo mismo que pasó con Mary, pero ahora ellos eran las y los escritores invitados, la gente les hacía preguntas y ellos estaban emocionadísimos diciendo que se sentían famosos y muy orgullosos”.

La magia detrás de un diario
Actualmente, Érika vive en Belén Rincón, un barrio de Medellín, y pasa sus días entre las lecturas y los ojos asombrados y atentos que llegan al panal. Quiere retomar la escritura. Recuerda esos cuentos que apuntaba, cuando niña, en un “cuadernito” que llevaba a todas partes o la poesía, permeada por las voces de escritoras talentosas, que construía en la Universidad. “Siento que tengo mucho que decir, tengo una mezcla de cosas que todavía no puedo definir. He escrito sobre esas muertes y esas pérdidas que han sucedido en mi entorno familiar y todavía hay muchas cosas que me gustan y que quiero eternizar a través de la escritura: el solar de mi abuela, mis gatos, los espacios que habito”.
"¿Qué tipo de libro te gustaría ser?" Ante la pregunta, Érika no lo duda: “Yo pienso que podría ser un diario. Los diarios permiten el movimiento, albergan varios géneros y por eso son difíciles de delimitar”. Su vida nos recuerda ese fuego que arde en el interior de cada ser y que, aunque a veces se debilite, sigue calentando y dibujando el camino. Ese fuego también reconforta y permea a otros y de esa suma poderosa emerge la creación, la esperanza y la oportunidad.


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