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Edwin Diaz Olarte: los caminos de la utopía

Cabecera Edwin Diaz Olarte bibliotecas humanas
  • Biografía
  • Capítulo uno
  • Capítulo dos
  • Capítulo tres
  • Anecdotario

Nací en Medellín en 1994, casualmente el mismo año en el que el equipo de fútbol, que luego iba a seguir, sería campeón del torneo local. La década del noventa es además el momento histórico más agitado y violento de la ciudad; y el punto de partida para su transformación.

Toda mi vida transcurrió en el barrio Popular #2 de la Comuna 1, donde comenzó mi participación juvenil con el grupo Construyendo un Futuro. Luego este trasegar me llevo a espacios de convocatorias más amplias como la Articulación Juvenil de la zona nororiental y el Consejo Popular de Juventud. Allí, en la zona nororiental comenzaron mis acercamientos con la objeción de conciencia y el antimilitarismo como apuesta política de vida con procesos de resistencia al servicio militar obligatorio y la promoción de la erradicación de las batidas llevadas a cabo irregularmente por el Ejército Nacional. Esta experiencia me unió a otras agendas de ciudad y movimientos sociales como el Antimili Sonoro y la campaña Sin discreción, contra la militarización de la vida.

En esta ruta fui encontrando experiencias cercanas para fundar la Alternativa Antimilitarista Medellín, donde acompañamos a jóvenes para declararse objetores de conciencia al servicio militar y adelantar acciones pedagógicas que permitan el reconocimiento del derecho fundamental a la libertad de conciencia. Desde esta estrategia he participado también en la planeación y dinamización de la conferencia Antimilitarismos en movimiento: narrativas de resistencias a la guerra, en articulación con el movimiento antimilitarista colombiano y la Internacional de Resistentes a la Guerra (WRI) en el año 2018.

La ciudad y sus lógicas territoriales, así como las relaciones que se entretejen entre los jóvenes que la habitan, han sido siempre un eje de mi trabajo profesional y comunitario; con la secretaria de la Juventud nació #ObjetarEsUnDerecho para el acompañamiento a objetores de conciencia al servicio militar y la generación de alertas sobre vulneraciones a la libertad de conciencia. Mis posturas personales políticas son hoy el equipaje para este camino, un viaje por las utopías y anhelos, de la libertad a decidir y ser. Un camino vertiginoso de cara a las estructuras del poder y en conversación con los derechos.

De la objeción al antimilitarismo con los bolsillos llenos de valentía

Sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte. Joan Manuel Serrat.

Diariamente me despierto pensando en el camino de las utopías por el cual constantemente transito. Desde el momento en que me reconocí como objetor de conciencia y antimilitarista, ha sido esa ruta la que ha atravesado el devenir de mi existencia. El día a día nos sumerge en tareas para la supervivencia; por momentos soy uno más de esos que caminan por las calles de Medellín hacia el trabajo, y al mismo tiempo, mi corazón se impulsa por el deseo de no ceder ante la naturalización de la guerra y el militarismo.

Las épocas de violencia en esta ciudad han dejado cicatrices muy profundas, cada esquina tiene una historia de violencia que nos aturde, nos resuena y nos duele; la tarea de construir sociedades en paz no puede, en nombre de nuestro pasado, implicar la acción bélica, para reconocernos en las diferencias y encontrarnos en acuerdos mínimos, necesitamos las manos libres de armas —¡Y esto, nunca ha sido un camino fácil!

De hecho, cuestionar el militarismo y las instituciones armadas es un camino angustiante y de mucha zozobra, enfrentar instituciones que han ejercido históricamente el poder militar, que sostienen el monopolio institucional del uso de las armas, es una confrontación para la cual se deben tener de manera clara y definida las apuestas ético-políticas alrededor de la no violencia, la objeción y la insumisión. Además, llevar el bolsillo lleno de mucha valentía y paciencia.

La respuesta a estas apuestas ha sido notoriamente similar en diferentes lugares del mundo; en Medellín, en Kiev o en Moscú puedes ser perseguido y obligado a enlistarte para “prestar” servicio militar. Incluso, en algunos países, puedes terminar preso por negarte a hacerlo. Esta es una de las herencias eurocentristas que dejó en su momento la colonización de América y posteriormente las disposiciones nacionalistas traducidas en dos guerras mundiales brutalmente degradantes.

—¿Por qué seguir una lucha contra el sistema militar a pesar de tener todo en contra? ¿Por qué pensar en el antimilitarismo como una utopía?

—Porque la defensa de nuestras apuestas ético-políticas tiene que trascender el hecho de poder lograr, o no, la construcción de un mundo sin guerras ni instituciones militares. Que la cotidianidad dicte que es imposible que los Estados de bienestar o sociales de Derecho puedan funcionar sin fuerzas militares, no quiere decir que el antimilitarismo se doblegue a aceptarlo a regañadientes, todo lo contrario; es aquí donde el antimilitarismo debe reivindicar proyectos de vida fundamentados en la no violencia activa, la paz y la defensa de la vida. Como reitera Eduardo Galeano, ¡para eso sirve la utopía! (en este caso el antimilitarismo) para caminar hacia el horizonte juntos y en paz.

La pelota no se mancha

Desde que era niño me convertí en una persona muy cercana al fútbol. El equipo de mi barrio, uno de los equipos de la ciudad y la selección; gritar un gol, alentar o hinchar me han convertido en el sujeto que he querido ser y me han llevado por espacios, por lugares que me rodearán a lo largo del camino. Como muchos adolescentes, quise ser futbolista, luego fui construyendo otro proyecto de vida que abandonó ese juego; sin embargo, nunca dejé de emocionarme, de soñar con anotar y sentir un grito de gol.

En el fútbol se pueden encontrar diferentes expresiones ciudadanas: la parafernalia de las hinchadas, la pasión de multitudes de seguir al club amado, la complicidad y la construcción colectiva de identidades. Además de manifestaciones de violencia de masas, fenómenos psicológicos y comportamentales, vinculados a la sugestión, la persuasión y el contagio, entre otros. Sumado a esto, el control de las barras del fútbol es altamente represivo y militarizado, en un solo lugar se encuentran las pasiones, el deseo y el control. Expresiones que se constituyen como una extensión de la cotidianidad de un país que históricamente ha vivido conflictos armados derivados de la profunda intolerancia por la diversidad e injusticia social. A pesar de ello, los escenarios alrededor del fútbol también constituyen un reto importante; se pueden transformar imaginarios colectivos que han querido arrastrar la pasión de este deporte hacia la violencia, por lugares que, justamente, permiten construir identidades colectivas que preserven la esencia del fútbol: un deporte popular para cualquier clase social que permite transformar realidades sociales y juntarnos desde la complicidad que genera seguir un equipo.

Grandes referentes de este deporte como Johan Cruyff, quien se negó a jugar el mundial de Argentina en 1978, entre otras cosas, por la dictadura en la que estaba inmersa el país. Sócrates, quien impulsó todo un movimiento en su club Corinthians para promover la vuelta de la democracia en Brasil; han permitido seguir defendiendo muchas apuestas colectivas que reivindican el origen popular de la pelota. También han existido otros referentes como Ryan Giggs o Carles Puyol quienes decidieron jugar toda su vida para un mismo club, pese a las multimillonarias ofertas y fichajes que se producen en las transacciones del fútbol, solo los más valientes se atreven a objetar estas ofertas y a ponerse una única camiseta.

Estas figuras representativas nos han inspirado a seguir defendiendo el fútbol, también desde el tejido social y comunitario; de allí se pueden destacar algunos espacios como el Festival de Cine Comunitario Tercer Tiempo, que han posibilitado conectar las narrativas de resistencias a la guerra que se han gestado dentro de la cancha y poco se conservan en la memoria popular. La historia del partido de la muerte donde un comando nazi asesinaría a unos ucranianos que no aceptaron perder un partido de fútbol o la construcción identitaria del equipo alemán San Pauli que defiende abiertamente las reivindicaciones obreras, el antifascismo y la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales. Rememorar el contexto histórico del fútbol es una herramienta necesaria para defender la esencia del deporte dentro de un contexto de negocios que prioriza la compra y venta de jugadores sobre la relación que construyen con su hinchada y la ciudad; por eso se hace necesario defenderlo desde el tejido social.

En el fútbol he encontrado la válvula de escape a la realidad y de mis emociones, un lugar donde puedo acercarme a la tranquilidad, con todas las turbulencias y pasiones que también puede generar, he encontrado un espacio que me permite seguir construyendo la persona que soy y que quiero ser, un espacio donde puedo seguir fortaleciendo mi apuesta fundamental: esa búsqueda de sociedades en paz.

Días del pasado joven

En los movimientos juveniles de Medellín se han forjado muchas apuestas de resistencia alrededor de una ciudad con un pasado lleno de violencia, estigmatización y persecución a una población que ha sido de las más vulneradas dentro de la herencia del narcotráfico y el reclutamiento forzado. Aquí han cobrado fuerza esos movimientos que se encargaron de sostener agendas alternativas alrededor de la defensa de la vida, la dignidad de una juventud que no se tuvo más que a ella misma para acompañarse en los peores momentos de la historia. Pero en esos momentos oscuros, los jóvenes de Medellín también han hecho reventar sus emociones al lado de las balas e incendiar los corazones a través de la resistencia para construir movimientos y procesos con horizontes de paz.

Recuerdo que desde el año 2008 empecé a notar que uno de los escenarios naturalizados de Medellín era encontrarse con camiones del ejército en los puntos de mayor tránsito de jóvenes en estaciones del Metro como Acevedo, Poblado, Parque Berrio o San Javier; era normal que se montaran operativos irregulares para reclutar de manera forzada a jóvenes para el servicio militar obligatorio. En este año también iniciaba mi camino en los procesos juveniles de la Nororiental, reconociendo algunas acciones directas no violentas que ejercían algunas organizaciones en la ciudad. Fue más adelante, exactamente en el 2012, donde conocí la estrategia Bájate del Camión, un proceso de jóvenes de la ciudad que salió a perseguir las batidas ilegales para denunciarlas públicamente y acompañar los operativos sorpresa que pretendían desconocer el derecho de la libertad de conciencia de jóvenes que su único pecado era transitar el espacio público y encontrarse con militares. Esto me hizo pensar que era necesario incorporar discusiones alrededor del servicio militar obligatorio dentro de los procesos juveniles, pues definir la situación en un tiempo en el que la ley nacional de reclutamiento no reconocía ni tenía una ruta para declararse objetor de conciencia al servicio militar en un contexto aún muy desconocido dentro de la garantía de derechos que tenían las juventudes del país.

Repasar lo que ha sido esta bella época de mi juventud me ha permitido detenerme a pensar en la transformación que he pasado por el cuerpo a lo largo de este caminar, puedo sentirme tranquilo de lo recorrido, nunca ha sido fácil transitar en medio de utopías donde se hace necesario detenerse a preguntarse constantemente si el camino elegido es coherente con ese sujeto ético-político. Aun así, la catarsis también me ha permitido reivindicar las apuestas y saber por cuáles caminos no volver a recorrer; reconocerme como un humano que falla, pero que lo sigue intentando es entender que la juventud me ha rodeado a partir de la insumisión, la irreverencia y la resistencia para fortalecer ese proyecto que he decidido perseguir, por más utópico que se pueda presentar.

Anecdotario

En el año 2014 tuve la posibilidad de recorrer Suramérica para ver un partido del equipo que sigo. Para ese tiempo, todavía experimentaba los viajes de fútbol como un momento solo para ver mi equipo. Llegando a la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina, conocí un par de mochileros argentinos que se encontraban haciendo nuestra ruta en sentido contrario: mientras nosotros íbamos desde Medellín hasta Buenos Aires, ellos subían desde el sur hasta Bogotá. Para mí fue una sorpresa encontrarme con argentinos que no encontraban pasión en el juego de la pelota, insignia de su país; para ellos fue igualmente sorpresivo, que mientras recorríamos el continente, poco o nada nos deteníamos por conocer la cultura, la idiosincrasia o las costumbres de cada lugar; ciegos y sordos ante la belleza natural y cultural de nuestra tierra. Esa conversación de madrugada en la terminal de buses de Puerto Iguazú me hizo tener profundas reflexiones:

—¿Por qué asumir un viaje de fútbol como una experiencia relacionada únicamente a la pelota? ¿Por qué perder la posibilidad de conocer un poco más la idiosincrasia de lugares por los que posiblemente no pasaría si “la excusa” no fueran 90 minutos de fútbol? —Esa conversación, de muchas maneras, me dio paso a reinterpretar la forma de seguir al club que amo. Seguir al equipo siempre será placentero, pero reconocer la diversidad cultural de Latinoamérica se volvió una tarea más, un pasaporte del camino, como diría Reincidentes, todo está clavado en la memoria.