Bibliotecas humanas

Diana María Castañeda Castañeda

Biblioteca humana Diana Castañeda fotografía artículo
  • Biografía
  • Cap. 1 Se hizo madre adolescente
  • Cap. 2 La pérdida
  • Cap. 3 Familia Patas de Cabra
  • Anecdotario

Diana nació en un pueblo al oriente de Antioquia en enero de 1984. Hace poco una amiga le dijo que era “un raro bicho de páramo” pues su piel morena casi negra y su cabello rizado la hacían parecer más cercana a cualquier playa colombiana, pero nunca al páramo de Sonsón dónde sus ojos se abrieron al mundo; allí vio los arreboles más refulgentes en el atardecer detrás del cerro Capiro y las lunas llenas más imponentes y cercanas nacer detrás de la neblina paramuna, un azul profundo en el cielo que siempre le recordarán a sus mejores días de verano cuando el frío helaba el cuerpo mientras asistía a las clases de pintura los viernes en la tarde con la profesora Luz Helena.  

En Sonsón cursó primaria y bachillerato en un tiempo donde la violencia arrasaba como un fuerte huracán -entiéndase literalmente, sus coterráneos saben por qué-. Con la juventud y sueños de toda la población, a ella la salvó tal vez la casa de la cultura dónde conoció libros e historia, donde las esculturas de Rómulo Carvajal parecían cobrar vida cuando se les miraba fijamente a los ojos y le enseñaron un poco de acuarela.  

En ese entonces no entendía mucho de líos políticos y menos de sus oscuros intereses pues solo le interesaba el arte, la música y la poesía. Su padre era ebanista, un buen tallador de madera que pasaba los días a su cuidado cuando ella era una niña y su madre una maestra de escuela primaria, ellos, la sumergieron en el arte. Entre virutas y cartulinas recortadas entendió que la pasión de su vida estaba en crear y aprender a hacer cosas. Acunaba su alma antes de dormir pensando en pinceladas, y en que un día pondría color sobre cualquier objeto que lo necesitara, apenas tuviera la oportunidad. 

Se hizo madre de dos niñas a los 18 y 19 años de edad. Los viejos la miraban con recelo y la regañaban en la calle. “¡Una niña criando otras niñas!”, le decían y le reprochaban su maternidad prematura. Ella, sin embargo, sabía muy bien sobre el cuidado de esas criaturas que dependían de ella y pese a su adolescencia y equivocaciones concentró todos sus esfuerzos en hacerlas felices y más que nada se dedicó a educar dos buenos seres humanos que ayudaran y fortalecieran la sociedad, hoy tienen 16 y 18 años y son hermosas como el mar en calma, tiernas y bellas como las flores cuando se abren y resignifican su existencia cada día sin cesar.  

No pasó el examen para la universidad pública a estudiar artes como tanto lo soñó y quienes conocían sobre sus aptitudes le recomendaron; a su madre, pese a ser maestra, no le alcanzaban los ingresos para pagar una universidad privada y ahí fue cuando se embarazó. Tres años después estudió gastronomía, una carrera que le ha ayudado a mantenerse económicamente y también hace parte de las artes, según ella. Ha trabajado como chef en varios restaurantes y como maestra. Es madre cabeza de familia y ha sido muy difícil para ella hacer casi cualquier cosa lejos de su casa, pues debe estar pendiente de sus hijas. Eso sí, nunca le es imposible. 

En los años 2019 y 2020, después de haber perdido en un transcurso menor de un año a sus padres, Diana empezó un proyecto con sus dos hijas, pues la tres desarrollaron una gran pasión por el arte entre tanto quehacer y hacer. Este hoy toma el nombre de Patas de Cabra y es un colectivo que cree en la economía solidaria y que promueve el arte y la cultura tanto a través de sus obras como de sus dinámicas. Está ubicado en el municipio de Bello, tiene una tienda en el primer piso de la casa donde viven y hoy empieza a tener reconocimiento entre la comunidad, pues además de ser una familia singular compuesta de mujeres fuertes y emprendedoras, también adaptó su vida. El proyecto es una mezcla armoniosa entre la fotografía, como es el caso de Juliana que tiene 18 años; la música de Sofía con 16, y la escultura de Diana.  

Hoy son una familia-colectivo llena de sueños y de arte que planea exponer sus creaciones y que pretende mostrar a la sociedad cómo es posible surgir y salir adelante por encima de las desventuras de la vida y frente a toda probabilidad. 

Capítulo 1: Se hizo madre adolescente

Se hizo madre de dos niñas en la adolescencia, cuando no tenía la madurez aún para dejar los amigos y la vida social propia de su edad. Tenía, eso sí, un gran amor entre el pecho. Descubrió que su bebé recién nacida podía nadar en la bañera azul grande que le regalaron y soñaba con llevársela al lago a pintar con ella. Nada de lo que soñaba podía ser ahora; la vida daba un vuelco total, pero ahora tenía sentido: era como si pudiera vislumbrar la meta antes de empezar; pasó largas noches sin conciliar el sueño, caminó hacía su casa después del trabajo con una bebé en un coche y otra caminando hacia su casa para estudiar más, siempre llegó tarde a las lesiones de inglés y nunca ha dejado de aprender. 

Capítulo 2: La pérdida

Marcó su vida brutalmente la muerte de sus padres, especialmente la de su madre, quien guerreó con el cáncer hasta el día de su muerte. La veía como una flor que se marchitaba sin poder hacer nada y sintió como si su brújula hubiera caído al fondo del mar el día que murió. “Me siento en la total indigencia”, decía, porque sentía haberse quedado sin techo, sin suelo y sin piso. 

 El día después de su funeral soñó con una gran ola de lágrimas que cubría el cerro Quitasol. Comprendió que para poder continuar debía desprenderse, no sin amor, sino más bien con la misma fuerza y palpitar de su propia vida, esa que fluye orgánicamente por su cuerpo. Cada día que despierta trata de “poner a la luz del sol sus pensamientos”, sus sueños, como aquel día que se despertó y no podía caminar sin ayuda durante cuatro largos meses porque perdió la motricidad con la misma velocidad de su peso el día que enfermó de la tiroides.   

Entiende que no todo aquello que quiere le conviene, que hay cosas que simplemente no se pueden y que no hay momento oscuro que al final no esté alumbrado por la luz del amor y la perseverancia. 

Capítulo 3: Familia Patas de Cabra

Hoy Diana se ve como una mujer fuerte y empoderada de su vida y sus anhelos, lucha diariamente por alcanzar sus metas y las heridas la han acostumbrado al dolor. Diana es capaz de ser feliz. Emprende un proyecto con sus dos hijas al que llamaron Patas de cabra, porque aunque suene loco, contiene como toda receta la magia del amor, la curiosidad del cuidado en los pequeños detalles, la conciencia de la reciprocidad y el buen vivir.

Anecdotario

Cuando era una niña dibujaba las nubes naranjas. Los otros niños se burlaban, ella pensaba que era porque ellos no podían verlas. 
  • Siempre fue diferente a su grupo, se aislaba para no ver cómo sacrificaban los conejos en el colegio agropecuario. Le dolía siempre el dolor ajeno.  

  • Sus maestros se admiraban por sus capacidades artísticas, no logró pasar el examen para ingresar a la universidad pública; luego se embarazó y estudió gastronomía para ser chef pero sigue siendo artista por pasión. 

  • Cuando empezó a ejercer labores en una cocina de un hotel, no era buena y la pusieron a lavar platos. Hoy es chef. 

  • No ha tenido suerte en el amor, o tal vez sí. Espera un compañero de vida con cualidades admirables y sencillas, un ser apasionado por lo bello de la vida; alguien con quien mirar el atardecer con la paz que tenía su madre en la ventana los viernes por la tarde. 

Video del evento: