Bibliotecas humanas

Caliche, un desadaptado social como las malas hierbas

Cabecera Carlos Alberto David Bravo
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La música, una ventana hacia el mundo 

Soy Carlos Alberto David Bravo, punkero del barrio Castilla, baterista y fundador de la agrupación Desadaptadoz. Amo la música. Hay pocos placeres en mi vida que se pueden comparar con escuchar y hacer música. Es pura dicha, euforia, todos mis problemas desaparecen y me siento momentáneamente centrado, confiado, entusiasmado con el futuro y agradecido. Hay días que me despierto con una canción en mi cabeza y la tarareo todo el día, o canto canciones entre mis dientes.  

Muchos de los primeros recuerdos de mi infancia están relacionados con la música. Nada tuvo un efecto más fuerte en mí que ella. Mis afectos y simpatías no pueden expresarse mediante una sola definición estrecha. La música fue un mundo que me nutrió desde mi propio hogar. Mi madre tenía sus long plays de Óscar Agudelo, Elenita Vargas «La ronca de Oro», «Los 14 cañonazos», Flor Silvestre, Rafael Orozco, Los Hermano Zuleta, Jorge Oñate. Mis hermanas también tenían su colección de discos Leo Dan, Leonardo Fabio, Roberto Carlos, Los Chalchaleros, Eliana, Pablus Gallinazus y otros tantos.  

Con mis hermanas mayores hice mi incursión en la literatura y la música de los pueblos del mundo, más exactamente, a la música latinoamericana y social. De la biblioteca de mis hermanas conocí a Benedetti, Eduardo Galeano, Juan Carlos Onneti, Ernesto Sábato, Oriana Fallaci, Milan Kundera; Máximo Gorki, Alberto Moravia, Herman Hesse, Emile Zola, la historia de las bananeras, la muerte de Camilo, la toma de la embajada dominicana, entre otros. 

Por la cultura musical de mi hogar estaba expuesto a muchos géneros, ritmos, regiones, estéticas, pensamientos, estas fueron mis primeras experiencias multiculturales, aun sin viajar. Me di cuenta que la música también se utilizaba como una herramienta de resistencia política en América Latina y en otras partes del mundo. Entré en contacto con músicas que han inspirado movimientos y alimentado fuegos. Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayun, Inti Illimani, Illapu, Facundo Cabral, Mercedes Sosa, León Gieco, Teresa Parodi, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Carlos Mejía Godoy, Yolocamba I ta, Amparo Ochoa, Patxi Andion y Paco Ibañes, sonaron con los poetas Miguel Hernández, Federico García Lorca, Luis de Góngora, Antonio Machado, Rafael Alberti. Oí a Édith Piaf, Georges Mustaki, el anarquista Leo Ferre, Rubén Blades, Carlos Puebla, entre muchos más. 

Todas estas músicas me acercaban a las situaciones socio políticas de aquellos años; crecí con todos ellos más las lecturas que realizaba y fui adquiriendo una conciencia de clase. La música se me convirtió en una suerte de crisol donde se mezcló la herencia musical de distintos continentes, tiempos, tradiciones, instrumentación, poéticas, situaciones políticas y motivaciones profundamente humanas.

Enredado en ti 

La llegada del punk fue una aventura pasajera para algunos, pero un momento decisivo para muchos de nosotros; uno de los períodos más felices de mi vida. De ahí en adelante la música fue la mejor fuente de amistad que tuve. Conocer gente nueva y escuchar diferentes opiniones se convirtió en mi camino en el punk. Nunca había estado con un grupo de personas como esta antes; su energía era contagiosa y su amistad inquebrantable. No importaba quiénes eran las personas, a dónde pertenecían o cuáles eran sus apariencias, el sonido que se estaba reproduciendo en los bafles y grabadoras nos había unido a todos. Había despertado algo dentro de nosotros, nos decía que estaba bien ser diferentes. Jóvenes feos, tímidos, extraños: estaba bien ser diferente. De hecho, era obligatorio. La música tuvo un papel clave, se convirtió en parte integral de nuestras celebraciones y pequeños rituales informales entre amigos. 

A partir de esos años mi vida ha sido desde la perspectiva de alguien que lleva una chaqueta negra, una camiseta estampada, un pantalón ajado y unas botas con punta de acero. En aquellos años, mis padres estaban horrorizados con mi transformación punk. No solo cambié la música que escuchaba, sino que cambié mi estilo de vida y también cambió la forma en que otros me veían. Yo era el espectro oscuro en mi casa. Mi Mamá y hermanas se irritaban cuando escuchaba música a alto volumen. Para ellas esta música era solo ruido en ráfagas cortas. ¿Para mí?  Significaba todo, y este mensaje me fue transmitido no sólo en las letras de la música punk, sino en las carátulas, los fanzines, los textos, las conversaciones con los amigos. Los códigos visuales del punk y su postura de oposición me envolvieron. 

El credo del punk rock, al menos al que me suscribí, protestaba contra la guerra, la pobreza, las injusticias de cualquier tipo y contra la hipocresía social. Esta música me trasmitía algo de una manera que ninguna otra música lo hacía y dudo que cualquier otra música lo hará. Recuerdo haber escuchado los primeros acordes del «Never Mind the Bollocks» de los Sex Pistols, el primer disco que compré en el único almacén de música rock que existía en la ciudad, se llamaba JIV limitada, cuando sonó me paralizó y sentí la piel de gallina. Inolvidable.  

Desadaptadoz 

El punk rock era un mensaje en sí mismo. Me posibilitó un medio, me demostró que podía y debería «hacerlo yo mismo». Mi vida cambió para siempre, formamos nuestro propio grupo; fue la oportunidad perfecta para gritar las letras y liberar toda nuestra ira contenida. Probablemente no hay mejor nombre para una banda punk que este: “Desadaptadoz”. Música amateur, rítmica, potente, pero también melódica, incluso melancólica. 

Pudimos ayudarnos unos a otros a aprender los diferentes acordes o algunas notas de la batería y a tocar canciones. Sentí que había encontrado una pasión. En el colegio, la banda me desafió a salir de mi zona de confort y me empujó a hacer cosas que en términos normales no hubiera hecho. La música me ha ayudado a ganar más confianza en mí mismo. La banda me enseñaba responsabilidad, compromiso y trabajo en equipo. Tocar música me ha permitido viajar por el país y conocer a muchas de las personas a las que ahora considero amigos. Cuando viajas, intercambias con nuevas caras, te enfrenta a diferentes puntos de vista y diferentes caminos… Durante toda mi época de colegio jugué fútbol, fue divertido pero nunca mi vocación; el hecho de poder tocar música para un público en vivo es un sentimiento tan increíble que no hay suficientes palabras para describirlo. 

El punk salvó mi vida 

Medellín, la ciudad morgue, teñida por dramáticos sucesos, era oscura y la música nos daba luz para ver en las tinieblas y sobrellevar los tumores de la vida. Cantamos, bailamos y  reímos en medio de una tormenta de excrementos y sangre. Nos guiaba las vibraciones de la música y no las pulsiones de la muerte. Queríamos lo mejor, pero no ignorábamos lo peor. La bella villa estaba sedienta de codicia y la juventud soportó muchas violencias, casi todas. Las vidas y las personas eran tiradas como pañuelos usados al suelo, las vidas se desperdiciaban, mientras en televisión los héroes de la basura, apoyados detrás del trono del poder, se mostraban como orgullosos jugadores. Por eso a la Iglesia y al gobierno nunca los amé. 

Nuestro estilo de vida en la música era frenético, comprometido, siempre haciendo cosas constructivas, positivas. Sí, con la música enfrentábamos el dolor, la tristeza y la muerte. Intentos inútiles de protegernos del profundo sentimiento de soledad. Andrés Caicedo estaba en lo cierto ¡que viva la música! y ella vive dentro de mí todos los días. 

La década del ochenta, en la que arribamos al punk fue un momento clave porque nos permitió pensarnos a nosotros mismos y a nuestra sociedad. Un elemento importante en el surgimiento del punk, fue su convivencia o coincidencia con la aparición del narcotráfico, de ahí que a muchos nos haya salvado la vida. Nosotros luchábamos por el mal menor. Nos mantuvo ocupados en el tiempo libre e hizo que nuestra vida fuera relativamente pacífica, llenó nuestras mentes de pensamientos distintos a los que circundaban en el ambiente. Los fines de semana, bailábamos, escuchábamos música o tocábamos con los amigos en alguna casa, o acampando alrededor de la fogata… Está claro que para nosotros la música salva vidas; fue una fuente de experiencia transformadora para muchos, nos daba razones para vivir, para pensarnos, para abrigarnos del clima social y la oferta social. 

Decir que esta música me ha educado es una subestimación bruta. El impacto que la música ha tenido en mi vida es inconmensurable. Punk lo reunió todo en un solo lugar para mí: música, historia, literatura, filosofía, diseño, teatro, poesía, cine, política… 

He podido compartir mi amor por la música con cientos de personas cuyas pasiones coinciden con las mías. También he podido crear amistades que han trascendido la escuela y la edad, han crecido por amor a la música. No solo pude establecer amistades, también me ha brindado la oportunidad de asumir una mejor comprensión hacia el otro y de mí mismo. Sin la música no sé quién sería. Si no fuera por esta yo no sería yo. 

Desde los 13 años el punk rock está en el color que llevo en mi piel.  La actitud en cada canción que canto. Aun hoy, con 34 años de recorrido con la banda, lo amo tanto como lo hice a los 15. Lo más importante es que a pesar de la edad tengo problemas con la autoridad, aun la cuestiono. El punk nos enseñó a rebelarnos contra el poder. Es bueno porque sé que todos estamos controlados y es malo porque odio a los jefes y por lo tanto, odio el trabajo.  

El punk rock me mantiene vivo. 

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