Bibliotecas humanas

Alexander Arboleda Bedoya: La necesidad de contar

Cabecera Alexander Arboleda Bedoya
  • Biografía
  • Capítulo 1
  • Capítulo 2
  • Capítulo 3
  • Capítulo 4

Introducción: El lugar que habito

Soy el menor de una familia tradicional de clase media colombiana, nací en los noventa. Tuve una niñez, en principio, ajena a los problemas que asediaban al país en aquella época. Todo lo que acontecía relacionado con la violencia eran rumores para un niño nacido y criado en el casco urbano de La Ceja, Antioquia. Sin embargo, recuerdo vagamente algunos episodios “aislados” —al menos para mí en ese momento—, que eran parte de cierta “cotidianidad”.

La cafetería de mi padre era visitada con frecuencia por un señor con el fin de cobrar la “vacuna”, un pago a cambio de "protección" y "mantenimiento del orden". Pero eso no pudo detener que unos hombres armados, a bordo de una Hilux verde, asesinaran a un muchacho habitante de calle cerca de la cafetería. Ante la mirada perpleja de un niño que esperaba a un compañero en la esquina, un sujeto le disparó desde el carro al chico habitante de calle directo en la cabeza. Me asomé con la curiosidad propia de un niño de 10 años al lugar donde permanecía el cuerpo, mirando como esa noche fría contrastaba con el calor emanado de los balazos, del cuerpo caído justo al frente de la biblioteca municipal.

Esos atisbos de violencia no los comprendí sino hasta un tiempo después, cuando decidí estudiar Filología Hispánica en la Universidad de Antioquia, y la literatura me abrió las puertas para asomarme a momentos atroces de nuestra historia e intentar comprender su naturaleza, sus justificaciones, su terrible huella. Pero, más importante aún, la manera en la que tantas personas han logrado transformar esos dolores en lecciones de vida, en herramientas para comprender lo sucedido y para intentar mandar un mensaje de no repetición.

De esta manera, el camino y las preguntas fueron develándose y transformándose constantemente. Ha sido en la docencia en donde he podido encontrar diferentes maneras de pensar y de sentir provenientes de generaciones que quieren no solo comprender, sino también sumar esfuerzos para que esa comprensión sea, ante todo, acción. Es así como he podido liderar diferentes procesos educativos que involucran elementos académicos, pero también de participación ciudadana, de conocimiento del territorio y de reflexión en torno a la paz y a la reconciliación en nuestro país.

El descubrimiento

Cuando era niño miraba los libros con cierta desconfianza. Me resultaba incomprensible que la gente lograra ese estado de extrema quietud con un objeto que a mí no me comunicaba nada. En casa, los libros presentes eran pocos, pero, como en toda familia de aquellos tiempos, había un afán tácito por llenar cierto vacío con algo que representara conocimiento. Así que, aparte de La Biblia, poseíamos varias enciclopedias que mi padre había armado a partir de las compras del periódico dominical: de inglés, de biología, de medicina, de historia política. Era un pequeño espacio de erudición que en mi infancia poco o nada importó. Prefería la acción, estar afuera. Sin embargo, pasaba largo tiempo jugando al lado de mi padre, quien tomaba el periódico y se sentaba en su sillón, abriendo el diario como si fuera un mapa del tesoro. Recuerdo que, en ocasiones, esperaba ansioso a que terminara de revisar esos pliegos y me dijera que iríamos a la búsqueda de un artilugio misterioso o de un lugar remoto lejos de nuestra casa. Pero siempre me quedaba perplejo porque no acontecía nada, o al menos yo no veía que sucediera algo.

Así transcurrió mi infancia y los primeros años de adolescencia, lejos de los libros y de ese ritual personal y algo egoísta de sentarse a leer. Fue poco a poco que intenté aproximarme, en primer lugar, a esa quietud, para poder entender lo que revelaba: un sacudimiento profundo de la mente, de la imaginación, de las emociones. Empecé a desempolvar las enciclopedias que mi padre había armado, así como se arma un mueble o un electrodoméstico, esperando a que alguien lo utilice. Encontré datos hermosos, imágenes, formas de ver el mundo ajenas a lo que había conocido. Entonces, ya veía a mi padre no como un señor sentado en un sillón frente a un periódico; veía a un viajero, a alguien que verdaderamente buscaba tesoros en las palabras. Y que por un buen tiempo los encontró, los armó y los dejó a mi disposición, para cuando quisiera.

A diferencia de mi padre, yo generé afinidad más fácilmente por los libros y no por los periódicos. Me causaba dificultad esa postura rígida que exige el buen lector del dominical. Prefería la versatilidad y la rebeldía de poner el libro en mil posiciones, escudriñándolo, sacando todo lo que me podía ofrecer. Vi en los libros una forma de viajar.

Capítulo 2: La palabra como camino de acción

Uno de los aspectos más importantes en la enseñanza es cuando se logra pasar de la reflexión a la acción, del academicismo a la toma de decisiones. Esta transición es de suma importancia, pues otorga a la educación un rol fundamental en la construcción social, como un agente activo y de transformación continua, dinámico y autocrítico. Es en estos espacios en donde se pueden desarrollar y ejecutar estrategias para impactar a las comunidades, a la vez que se genera conocimiento y conciencia en torno al territorio que habitamos.

Desde el año 2020 soy colíder de un proyecto muy significativo en el municipio de La Ceja: el Foro por La Paz.

Este espacio, creado en el Colegio María Auxiliadora desde el 2016, se ha convertido en un referente de educación participativa en la región, y ha sido un espacio multidisciplinar en el cual los jóvenes líderes de instituciones públicas y privadas, urbanas y rurales, se unen y comparten en torno a temáticas determinadas relacionadas con la paz y la reconciliación. Durante las distintas versiones del Foro hemos podido ser testigos de diferentes maneras de organización juvenil, además de sumar apoyos importantes por parte de instituciones públicas y privadas, como la articulación que hicimos en el año 2022 con Comfama y con el Instituto CAPAZ. Es así como cada año, a partir del trabajo colaborativo, de la Investigación Acción Participativa (IAP) y de alianzas estratégicas, hemos logrado continuar un proceso ligado a la búsqueda de una construcción social inclusiva y a la vez pluralista.

Capítulo 3: La necesidad de contar y escuchar

¿Cómo se articulan la literatura y la paz? ¿Cómo se generan espacios participativos de Reconciliación por medio del lenguaje en sus variadas manifestaciones? Pienso que uno de los acontecimientos más gratos de presenciar, y que puede responder parcialmente a estas preguntas, ha sido el ver cómo tenemos la necesidad de contar, de escuchar y ser escuchados, de compartir impresiones sobre el mundo, la hermosa cualidad de abstraer, el acto vivo de narrar el mundo. Y dicha necesidad exige la juntanza, pero no como un elemento impositivo, sino como una oportunidad de pertenecer, de soportar y de recrear a partir del tejido comunitario que permiten las palabras. Así, como dice Irene Vallejo, es en el tejido, en el ovillar las palabras en donde encontramos sentido y nos buscamos, como individuos, para construir visiones del mundo que nos permitan perdurar y dejar legado.

Mediante este camino he podido ser testigo de cómo esas intenciones, cuando se comparten, cuando reúnen a distintos individuos y los convoca por medio de las mismas preguntas, encuentran una gran variedad de respuestas que se convierten en acciones. Al ser la Paz y la Reconciliación conceptos a veces tan turbios, tan lejanos, tan difíciles de significar en un entorno sumido en la violencia y en el odio, encontramos en el lenguaje, la literatura, las demás artes, el pensamiento, herramientas fundamentales de resistencia.

Capítulo 4: Las palabras y la noche

Cuando mi padre murió, uno de los dilemas que surgieron en mi familia era saber si debíamos continuar con su cafetería. Desde años antes ya colaboraba con él. Poco a poco me fue enseñando las dinámicas del lugar, el cómo se hacía el café, cómo se servía un aguardiente, el por qué era importante saberse los nombres —o los apodos, más importante aún— de los clientes más asiduos. Crecí en medio de un ambiente nocturno y eso hizo mella en mi forma de ver el mundo.

De esos tiempos, una de las cosas que más me llamó la atención fue darme cuenta de la necesidad que tienen los individuos de narrar sus vidas, sus historias —como dije anteriormente—, pero a la vez sus mentiras, sus delirios y sus excesos. La cafetería, de pronto, dejaba de ser un simple lugar para convertirse en una especie de teatro. Y nunca era igual; algo cambiaba, los silencios eran distintos. Incluso, si se narraban las mismas anécdotas, había algo diferente.

Todo esto me permitió entender la importancia que tiene este tipo de lugares, fundamentalmente para muchas personas que quieren participar del regalo de la palabra hablada. Y hubo, en algún momento, una especie de epifanía: mi forma de habitar el mundo iba a estar directamente ligada con el compartir el diálogo, con la conversación. Es por esta razón que se enlazan en mi vida el cariño por contar y escuchar historias, y el propiciar espacios para que suceda. Básicamente, la docencia, la noche, el conocimiento adquirido desde la escucha y el respeto por el saber y las dudas del otro, fueron formando mi afinidad con las palabras, con la literatura, con la búsqueda de respuestas y caminos para comprender esta sociedad compleja y enmarañada.

No nos tomó mucho tiempo considerarlo: decidimos mantener el lugar que habitó mi padre. Y, desde este lugar, escribo este pequeño testimonio.