Décadas atrás, el Parque Comfama Rionegro era la frondosa finca de la familia Tobón Arbeláez. Allí, un hombre trabajaba diariamente por conservar sanos y bellos sus vastos jardines y, por supuesto, el árbol raro que, sin explicación, se irguió hacía más de 400 años en el predio. Ese hombre se llamó Miguel Ángel Ortiz y su legado permanece vivo a través de su hijo Jorge Iván, jardinero del parque.
“Tengo 50 años y llegué aquí de uno. 49 años de mi vida han estado ligados con la Caja. Yo me levanté haciendo dos cosas: queriendo a Comfama y aprendiendo de mi papá”. Jorge cuenta que ha crecido, literalmente, en Comfama, y que supo primero cómo contemplar y cuidar la biodiversidad de aquel rincón del Oriente antioqueño antes que hablar.
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Nuestro vivero se está transformando
Anteriormente, el vivero del Parque Comfama Rionegro tenía como único propósito abastecer de plantas, flores y árboles a este y los demás parques recreativos. Sin embargo, en el camino hemos descubierto que son muchas más sus posibilidades. Luisa Castaño, responsable de la sostenibilidad del Parque, asegura que “el vivero se ha convertido en un contenido más para los visitantes, solo que en él la atracción es la vida en esencia”.

Por eso este lugar se visiona como un aula viva para todos y todas, un espacio en el que cada persona puede aprender detalladamente no solo sobre las plantas, sus características y cuidados, sino también sobre la relación que cada especie tiene con el agua, el suelo, la regulación del clima, la producción de oxígeno y alimento, y, claro, con otros seres vivos como mariposas, abejas e incluso los seres humanos.
“Estamos haciendo actividades maravillosas de conexión con los usuarios. Por ejemplo, en las tertulias camineras cada visitante siembra una planta y le pone un propósito a esa nueva vida que lleva para sus casas. Todo está encaminado a ir más allá y generar preguntas, reflexiones y cambios de hábitos en relación con la naturaleza. Queremos caracterizarnos por ser un vivero sostenible y pionero en contenidos”, reitera Luisa.
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De hecho, los procesos del vivero son circulares: la tierra en la que crecen las plantas es producto del compostaje de los desechos orgánicos del parque y las pequeñas plántulas sembradas —en el momento son más de 6.000— son “hijas” de los árboles, flores, suculentas, pencas, anturios y demás especies que ya habitan el terreno. Así, toda la magia que sucede en el vivero parte y termina en un mismo lugar.

Agricultura sostenible, permacultura urbana, ecología de las especies nativas, plantas hospederas y nectaríferas y regeneración de los bosques son algunos de los temas sobre los que, de formas participativas e innovadoras, se propone reflexionar en el vivero. Así, con el reto de contagiar de consciencia y conexión con la naturaleza, tan necesarias en este momento planetario, este espacio de vida mantiene abiertas sus puertas con Jorge como uno de los anfitriones, siempre abierto a responder preguntas, regalar consejos y contar su historia.
Según él, muchos visitantes le preguntan qué hace para que las plantas crezcan tan bellas e hidratadas. “¿Usted les habla?”, le dicen. Él responde que su secreto es ponerles música. “No tanto por ellas sino más por uno mismo, porque la música me relaja. Y, si el hombre tiene armonía dentro de sí cuando se acerca a la naturaleza, la naturaleza va a responder con lo mismo”.