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#TiempoPara buscar la paz: aprendizajes de los palabreros wayuu

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#TiempoPara buscar la paz: aprendizajes de los palabreros wayuu

Elder es mitad alijuna y mitad wayuu. Hijo de papá mestizo y mamá indígena, es parte de dos mundos que conviven bajo el sol de La Guajira. Es profesor de fútbol, artesano y traductor de su lengua nativa al español.

Las raíces de Elder son motivo de orgullo: “Los alijuna (no indígenas) son buenos para los negocios, reconocen la importancia del progreso”, dice. Los wayuu, por su parte, creen en el carácter sagrado de la palabra.

“Nosotros no obedecemos a reglamentos escritos, sino a la palabra. Lo que se acuerda en una enramada, eso es, lo que se dice delante de un palabrero, eso es”, Elder Epinayú, profesor wayuu.

El abuelo de Elder fue palabrero, pütchipü’üi en lengua wayuunaiki. Su tío, que aún vive, también lo es. Son “personas que tienen por oficio la palabra”: son autoridad capaz de portar mensajes. Encarnan sabiduría, tienen la potestad de mediar en conflictos familiares de toda índole. Recuerdan, solo con su presencia, su sombrero y su bastón, que lo más importante es hacer la paz.  

En tiempos en que las conversaciones y los acuerdos nos cuestan más de lo normal, las lecciones que Elder ha recibido de sus ancestros palabreros son también regalos para los que estamos en las grandes ciudades, en el campo, en las oficinas, en la calle. Hoy podemos aprender de nuestros hermanos wayuu el respeto por la diferencia, el silencio cuando es necesario, la búsqueda incansable de la reconciliación. 

No en vano, los palabreros y el sistema normativo wayuu son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. 

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Palabreros: maestros del diálogo

Elder estaba recién nacido cuando murió su abuelo, pero no hizo falta que lo conociera personalmente para admirarlo: “Con solo mirar al cielo, mi abuelo sabía qué hora era, en qué mes estábamos. Se levantaba a trabajar antes de que saliera el sol. No repetía palabra porque no hacía falta, no alzaba la voz, no se irritaba”.

Así describe a los pütchipü’üi el Ministerio de Cultura en una serie de publicaciones sobre el Patrimonio cultural inmaterial de Colombia. :

Como hombre que simboliza la palabra y todo su poder aclarador de la realidad, el Palabrero, orador e intermediario, es la figura sobre la cual recae la inmensa responsabilidad de aplicar la ley y de servir de soporte a la vasta red de vínculos sociales y culturales que aglutina a la sociedad wayuu.

Weildler Guerra, antropólogo, dice que los palabreros se caracterizan porque desde jóvenes se acercan a la palabra y escuchan a los mayores. Ellos crecen resolviendo pequeñas disputas domésticas en rancherías indígenas, algunos intervienen en arreglos matrimoniales (dotes o acuerdos entre familias) y otros se especializan en resolver peleas de sangre.

Los palabreros desempeñan su rol conciliador en las enramadas, que son una especie de quiosco, infaltable en toda ranchería o vecindario. Allí las familias se sientan a conversar, reciben visitas y resuelven conflictos.

Una de las historias favoritas de Elder sobre su abuelo ocurrió en una enramada, cuando un misionero cristiano viajó desde el centro del país para evangelizar en la península. Pese a no practicar religión alguna, su abuelo le prestó su enramada para predicar la suya.

"Mi abuelo hizo un gesto de respeto, de honor a la diferencia, porque su cosmogonía era distinta”, nos cuenta Elder, quien se siente honrado de mantener costumbres tanto indígenas como alijuna.

La apertura a nuevos mundos explica cómo la cultura indígena guajira ha perdurado en el tiempo. Según describe el Ministerio de Cultura: “Aprendieron a negociar tan bien que se hicieron famosos como mercaderes, (...) integraron el caballo a su vida cotidiana y se convirtieron en hábiles jinetes y criadores equinos. La sociedad wayuu ha sabido aprender del otro antes que juzgarlo o verlo como un atacante”.

Además de dar lugar a la diferencia y tener habilidades retóricas, los pütchipü’üi son reconocidos en cuanto su máximo interés sea la reconciliación, la solución, no el dinero o los bienes que reciban a cambio de su labor.

Por eso, en parte, los palabreros no median en conflictos sin que las familias en conflicto se lo encomienden. La prudencia, destaca Elder, es otra lección que le dejó su abuelo palabrero.

La justicia es la paz

No son jueces ni árbitros ni abogados, explica el antropólogo Guerra: los palabreros encarnan un tipo de justicia que no está basada en el castigo sino en el restablecimiento de las relaciones entre familias.

Elder recuerda el ejemplo de su tío palabrero, cuando uno de sus familiares tuvo problemas con el consumo de droga. “Nosotros le decíamos a mi tío que lo castigara, pero él nunca usó la vara contra él, solo usó la palabra. Le decía: siéntate y escúchame”.

Por ellos siempre hay paz. Los palabreros hacen paz.

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De su abuelo, Elder heredó el amor por la palabra. Dos veces por semana viaja de ranchería en ranchería, de vecindario en vecindario, para conversar con niños y niñas sobre la importancia de estudiar para la vida. Luego juegan fútbol.

“Hablo con los jóvenes sobre lo que era antes nuestra cultura, la importancia de cuidar el ganado, de trabajar, de mantener la unión familiar”, detalla Elder, quien también es traductor del español al wayuunaiki para algunas organizaciones sociales.

Elder espera dejar a sus tres hijos, a través del ejemplo, el corazón del legado de sus ancestros palabreros: ser un Wayúu atchi, una verdadera persona.

Conoce más sobre los pütchipü’üi en la voz del antropólogo wayuu Weildler Guerra