Humberto Uribe pasa sus días de plenitud vestido de blazer y sombrero, saludando transeúntes desde alguna sombra adoquinada. Por sus ojos azules, su estatura y su “Welcome to Jerico!”, puede pasar por extranjero.
Se mudó al Suroeste luego de trabajar por décadas como conductor en Medellín, y de que un hábito descontrolado lo llevara de pueblo en pueblo. En Jericó encontró la tranquilidad que buscaba, pese a que le duele la espalda y está en pleno tratamiento médico. “Tengo cáncer de próstata y me mantengo contento. Con-ten-to”.
Humberto esconde una sorpresa bajo la manga de su chaqueta. Conoció un artista, durante una tarde cualquiera, y tomó una decisión inesperada: a sus setenta y tantos se dejó tatuar en el antebrazo derecho a la Madre Laura Montoya. De la santa antioqueña espera un milagro que guarda en secreto, pero que su risa libre deja entrever: el milagro de un buen futuro.