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Un juego que no acaba nunca

Por: María Rocío Arango Restrepo, profesora titular del Departamento de Humanidades de la Universidad Eafit.

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Un juego que no acaba nunca
Nuestras vidas son finitas, pero la vida es infinita.
Simón Sinek

Como la mayoría de los libros dirigidos a ejecutivos, El juego infinito, de Simón Sinek, publicado por ediciones Urano en el 2020, combina planteamientos serios sobre los negocios con una miríada de ejemplos y casos de compañías norteamericanas que han tenido éxito en los negocios y otras que se han perdido o quebrado en el camino. Este entrecruzamiento, me parece, es la fórmula manida de este tipo de textos. Los hace fáciles de leer, presenta casos divertidos o ejemplarizantes, y, de paso, ofrecen dos o tres ideas que pueden ser útiles para mejorar el liderazgo, la estrategia, el manejo de los recursos o el rendimiento.

A pesar de la estructura ligera y fácil de digerir, la propuesta de Sinek me parece atrevida, osada, arriesgada y, por lo mismo, fascinante: atreverse a jugar un juego infinito consiste, en primer lugar, en aceptar que tanto en el trabajo, como en la vida en general, nos enfrentamos con diversos tipos y clases de jugadores, que las reglas del juego se modifican de tanto en tanto, y que lo único que realmente vale la pena hacer es mantener el juego tanto para nosotros, aquí y ahora, como para los jugadores que vendrán mucho tiempo después de nosotros.

En segundo lugar, jugar un juego infinito implica abandonar los clásicos propósitos de corto plazo y abrazar una causa por la que valga la pena levantarse cada día: la educación, la salud, el bienestar, la felicidad, el entretenimiento, la independencia, la conexión entre las personas o la autodeterminación son algunas de esas causas que no tienen fin porque siempre estarán, como dice el poeta, un poco más allá que el largo de las manos. Son, ante todo, juegos que no se pueden ganar, y en ello estriba su altísima complejidad, debido a que estamos acostumbrados a asociar, casi automáticamente, la palabra «juego» con «ganar» o «perder» o, por lo menos, con «competir».

Por último, un juego infinito implica adoptar una preocupación constante por mejorar el juego y a todos los jugadores y luchar, entonces, más por el beneficio colectivo que por el individual. “Una empresa construida para el Juego Infinito no piensa solo en ella misma, sino que considera el impacto de sus decisiones sobre su gente, su comunidad, la economía, el país y el mundo” (Sinek, 2020, p. 20)

De los tres elementos señalados anteriormente, tal vez el más fácil de concretar es abrazar una causa que configure y concrete “un estado futuro que todavía no existe” (Sinek, 2020, p. 45), pero que dé sentido a las acciones concretas de empleados, proveedores, clientes y accionistas, más allá de la mera ganancia de dinero. La causa es optimista, inspiradora, inclusiva, se orienta al servicio, tiene potencial para reconfigurar las acciones en tiempos de crisis, es idealista e inalcanzable en el transcurso de una sola vida particular. Por último, este tipo de propósito concibe la rentabilidad y crecimiento como medios y no como fines en sí mismos de cualquier actividad pública o privada. En otras palabras, abandonar los postulados de responsabilidad social empresarial propuestos por el famoso M. Friedman, quien, claramente, invita siempre a un juego de mentalidad finita fundado en la superioridad del más fuerte.

No basta con la formulación de esa causa o propósito superior. Luchar por ese mundo ideal supone también reconfigurar las estructuras organizacionales en dos sentidos: liderazgo y confianza. El primero es necesario para crear una cultura organizacional consciente de la importancia de la infinitud del juego y de las muchas maneras posibles para jugarlo. La segunda es fundamental para virar la mirada hacia relaciones fructíferas en las que los errores y los fallos puedan discutirse sin miedo al castigo o a la pérdida del trabajo o de los beneficios. Tanto el liderazgo como la confianza permiten mantener a raya el mayor peligro que puede enfrentar cualquier organización, y que Sinek denomina  Desdibujamiento ético entendido como la pérdida paulatina del sentido que orienta nuestras acciones.

Me gusta el término «desdibujamiento» porque hace referencia a un proceso lento, casi imperceptible, del relajamiento, y posterior abandono, de los estándares de comportamiento que sostienen la causa común. Sinek lo define como “una condición de una cultura que permite que una persona actúe de forma poco ética por interés propio, a menudo a costa de los demás, mientras cree falsamente que no ha puesto en peligro sus principios morales” (2020, p. 152). No solo las personas actúan así, las empresas y organizaciones también lo hacen y lo promueven de muchos modos: usan eufemismos como estrategia para minimizar el impacto de sus decisiones y acciones, culpan al «sistema», al «mercado» o a la «cultura» de su incapacidad para hacerle frente a asuntos tan críticos como el cambio climático, las nuevas formas de esclavitud, la contaminación o los derechos de las minorías, por solo mencionar algunas de las más importantes; se pertrechan detrás de comunicados a la opinión pública y nuevos procedimientos burocráticos para evitar arreglar problemas tan acuciantes como el acoso sexual, la discriminación o la explotación laboral; se satisfacen con hacer lo legal convencidos de que esto significa siempre hacer lo correcto. Pero quizás el mayor potencial que el término desdibujamiento trae consigo es que todas estas acciones se soportan en la falsa creencia de estar actuando en conformidad con las normas legales y éticas de una comunidad.

En conclusión, aunque la estructura del texto sea la misma que otros tantos libros producidos por la creciente industria de oradores motivacionales, El Juego infinito no ofrece soluciones mágicas ni procedimientos exitosos. En su lugar, presenta temas propicios para la reflexión organizacional en torno a los propósitos y a los medios que estamos utilizando para satisfacerlos y evaluarlos. Su énfasis en la creación de relaciones de confianza y la invitación a redefinir el quehacer organizacional por fuera de los tradicionales juegos finitos altamente competitivos son razones suficientes para atreverse a considerar el cambio de juego e imaginar, al menos, cómo sería nuestro mundo si decidiéramos jugar al juego infinito.

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