La travesía del río Nechí, un viaje por el Bajo Cauca antioqueño
05 de Octubre 2021
“El río reclamaría que le devolviéramos a su estado natural; también nos diría que no es el medio de transporte de la basura. Nos aconsejaría que volviéramos a establecer los cativales en sus riveras para recibir, por ejemplo, a los patos canadienses en marzo y para que los chavarrís se reprodujeran en esos pantanales de varios kilómetros de longitud. El río también pediría el espacio para los chigüiros, así como las plantas que lo alimentaban; también querría que el jaguar volviera en los tiempos de febrero y marzo a sus playas a capturar grandes caimanes”.
Los ríos pueden verse y entenderse de muchas formas. Son arterias que dan vida y ofrecen sustento. Son vías de comunicación cuando se navega sobre sus aguas. Sus vertientes despliegan vida y le abren paso a la biodiversidad. Pero también, cuando sus usos cambian, pueden ser testigos del horror y de prácticas inconscientes con la naturaleza. Así ha sido la historia del río Nechí.
Parece paradójico, pero cuando la tierra reclama sus espacios, a esta travesía también se suman las comunidades sensibles que creen en las transformaciones positivas y en la restauración del curso de la naturaleza. Quizá por eso, Manuel Tovar, miembro del colectivo de comunicaciones Gente y Bosques, le confiere palabras al río Nechí y asume lo que diría en este momento de su historia.
A través de sus aguas también se han visto especies nativas como el cativo o el palmiche, se han alimentado comunidades enteras y, de manera histórica, supuso la puerta de entrada del desarrollo a los pueblos por los que su cauce se expande.
Según Manuel Tovar, quien también es docente, el río ha sido trascendental en la historia del departamento, tanto porque ha servido de sustento a través de la pesca y demás actividades que se derivan de ella, como porque a partir de este se ha definido la relación estrecha entre las diferentes comunidades. El río ha servido como engranaje de una población cuyas historias están descritas a través del agua que corre entre ellas.
El nacimiento del río Nechí se da en los Valles de Cuivá en Yarumal y desde su desembocadura, pasa por Nechí, sube a El Bagre, pasa por Zaragoza, cruza por Anorí, llega al Valle de Aburrá a través de la parte alta de la Reserva Forestal Alto de San Miguel y de ahí se va ramificando en varias vertientes que abarcan una parte importante de la región. También bordea otras localidades como Valdivia, Angostura, Caucasia, Campamento, Cáceres y Tarazá. Tan grande como sus 250 kilómetros de longitud.
En su cuenca baja, el río de oro, como también se le conoce, se mezcla con miles de hectáreas de caños, ciénagas y humedales que son cuna de la biodiversidad del Bajo Cauca antioqueño. En estos humedales, que representan grandes ecosistemas y que actúan como filtradores para detener inundaciones, habitan muchas especies de aves como garzas o chavarrís y de réptiles, como el caimán aguja.
Tovar, quien agrega, como dato curioso, que el municipio El Bagre lleva ese nombre gracias a que los bagres solían desovar en la desembocadura del río Tigüi al Nechí y este evento representaba un espectáculo que, quienes lo presenciaron hace varias décadas, aún recuerdan.

Cuando el agua se torna turbia
Estas aguas también han sido testigo del horror y el sinsentido que supone un conflicto armado. “En la época de 1990 y los 2000, el río se convirtió en un espacio para la desaparición de personas a raíz del conflicto armado interno que se desarrolló en estos territorios... entonces empieza una transformación en los usos del río y en su significado”.
Otras historias dan cuenta de los estragos ambientales que han ocasionado dinámicas menos respetuosas con la naturaleza, que muchas organizaciones ciudadanas han venido denunciando como una forma recuperar su ecosistema y de volver a ver por sus aguas a las especies que han tenido que migrar a otros territorios menos contaminados.
“A partir del crecimiento poblacional, en sus riveras se fue sintiendo el impacto negativo sobre la disminución del caudal y de los peces; además, el sedimento fue tomándose ese reservorio de reproducción de especies. También, el vertimiento de mercurio producto de la minería ha reducido gran parte de la vida acuática del río”, dice.
Quizá, continúa Manuel, el río quisiera volver a tener aguas cristalinas y no los naranjas y ocres que hoy se aprecian producto de los grandes vertimientos de detergentes y residuos industriales.
“En la parte alta, el río tiene aguas bastante oscuras. Cuando llegamos a la parte baja del río, que empieza en Dos Bocas en Zaragoza, adopta un color naranja debido a las actividades mineras, sus suelos son más ácidos. En tiempos de verano, su color es bastante amarillento”, explica.
Manuel y los miembros de Gente y Bosques, así como muchos habitantes del Bajo Cauca, han emprendido procesos comunitarios tan relevantes para sus poblaciones como la divulgación del estado del río y las especies de flora y fauna que habitan en él. Se sueñan un río tan cristalino como lo narran sus antepasados, que incluso a un metro de profundidad aún podían observar con claridad esa danza fulgurante de vida que ocurre en las aguas profundas.