No se conocen, se llevan décadas entre sí, pero el amor por bailar y escuchar salsa las une. Yeraldín Albarán Murillo, de nueve años de edad, Stefanya Ruiz, de 30, y Silvia Pizarro, de 64, asisten cada domingo al Claustro de San Ignacio para bailar al ritmo de los tambores y trompetas salseras. Aunque las tres son muy diferentes, llegan al evento en búsqueda de algo en particular: disfrutar de sí mismas.
Yeraldín Albarán Murillo vive en el barrio Las Palmas. Con su mamá, baja todos los domingos para asistir primero al Club Amiguitos de la Salsa, donde colorean, escuchan y aprenden sobre este género musical. Y después, van a bailar al evento Ponte Salsa en Familia, en el Patio Teatro del Claustro Comfama.

Estos dos eventos son de gran importancia para Yeraldín. Allí ha conseguido amigos, ha aprendido sobre salsa y, sobre todo, ha ganado confianza en sí misma. “Al principio yo era muy tímida, pero ya no, hasta hablo por micrófono, ya no me da pena”, dice Yeraldín. Con sus amiguitos del club, se ha presentado en los eventos de Ponte Salsa en Familia, donde han cantado y bailado frente a más de personas.
Bajo el mismo techo del claustro, en el que se inhala y exhala salsa, está bailando Stefanya Ruiz. Da vueltas y mueve los pies de adelante hacia atrás, una y otra vez, rítmicamente. Su familia es de tradición salsera; para ella, bailar salsa es una manera de estar conectada con el recuerdo de sus seres queridos, quienes viven en otra ciudad, pero, sobre todo, de conectarse consigo misma.

Stefanya llega desde Boston no solo para bailar, sino también para cumplirse una promesa: recuperar la confianza. “Yo vengo al evento sola y he decidido venir así porque estoy en un proceso de recuperación emocional y psicológica después de sufrir violencias basadas en género. A raíz de eso, me encerré, dejé de salir sola, pero ahora quiero construir nuevos espacios en los que me sienta cómoda, me sienta segura y decirle a mi sistema nervioso: ‘Hey, si salís, no va a pasar nada malo, tranquila’”, cuenta Stefanya. Para ella, bailar es liberador; en Ponte Salsa ha encontrado un lugar seguro en el que puede ser totalmente ella.
Cerca del escenario, una mujer mueve su abanico azul al ritmo de la orquesta para que el calor no sea un impedimento y pueda seguir bailando, es Silvia Pizarro. Tiene 64 años y sin dejar de moverse, dice que es la abuela de la salsa. Vive en la vereda El Tambo, Santa Elena, y no se pierde ningún Ponte Salsa. Baja sola, pero en la pista se encuentra con sus amigas. La salsa la acompaña siempre; le gusta en especial el guaguancó y el son cubano. Para ella, la música y el baile son su pasión.

Cuando suena la clave, el cuerpo de Silvia se deja llevar sin pena. “Para nosotras, las mujeres, hay tantas prohibiciones y mitos: que no podemos bailar así, que no podemos vestirnos de tal manera... Conmigo no va esa política”, dice con convicción. Bailar es su forma de desahogarse, de hacer ejercicio y, sobre todo, de disfrutar. Además, su amor por la cultura no se detiene en la danza; también asiste a teatro y a clases de pintura en Comfama. Con una sonrisa y mirada pícara, dice:
Entre pasos firmes y vueltas llenas de ritmo, Yeraldín, Stefanya y Silvia desafían con cada movimiento las barreras que la sociedad ha impuesto a las mujeres. Bailar no es solo un placer; es una declaración de libertad, un acto de resistencia contra los miedos, los prejuicios y las limitaciones. En la pista, reivindican su derecho a ser libres y encuentran un espacio seguro para ser ellas mismas, para reconectarse con su fuerza y su alegría.