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Muerte, arte y amor: un viaje con Flora Martínez

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Muerte, arte y amor: un viaje con Flora Martínez

“Donde no puedas amar, no te demores”, decía Frida Kahlo y repite hoy con una sonrisa vehemente y generosa la actriz y cantante colombo-canadiense Flora Martínez. Para ella, que creció rodeada de música, literatura y teatro, la muerte, el arte y la vida hacen parte de un mismo viaje: el del amor.

Desde su primera película, Soplo de vida, Flora ha encarnado personajes que todo el tiempo conversan con la muerte. Eso la ha llevado a tener una mirada distinta de la vida, la de ella misma y la que le da a cada ser que encarna actuando.

“La única certeza es que nos morimos, pero al asumir que la muerte está ahí parada al lado nuestro siempre, podemos cambiar nuestra relación con la vida. Honrarla y celebrarla en los detalles verdaderamente importantes”, dice.

No ha sido un proceso fugaz. De hecho, ha estado lleno de anécdotas, lecturas, investigaciones y confrontaciones. “La realidad sorprende muchísimo más si uno aprende a mirarla”, es uno de los lemas que tiene al acercarse a la esencia de sus personajes y para aplicarlo, por ejemplo, ha visitado morgues y presenciado autopsias.

“Al ver un cadáver tuve la certeza absoluta de lo fantástico y perfecto que es el cuerpo humano, sus órganos y funciones, pero también comprendí que la vida no es solo eso”, confiesa. “Más bien la vida hace un viaje a través del cuerpo. Con él no muere”.

El arte y la muerte, el mismo viaje

Flora declara que “nació casada con el arte”. En su mente tiene guardadas tres imágenes del teatro inmiscuyéndose en su infancia, trazando junto a él los primeros pasos de su vida.

La primera es de ella siendo apenas una bebé, pegada al televisor, llorando junto a las protagonistas de las telenovelas, imitándolas. La segunda es a sus cinco años, sintiéndose cómoda y libre a la vez en la tarima de su colegio. La tercera es estando abrazada por una biblioteca llena de libros sobre el teatro, que fue el tema de la tesis de su madre, y cuyos contenidos comenzó a devorar en su juventud.

“Descubrí desde muy temprano que a través del arte podía tocar a las personas. Es algo que se siente en la piel, como cuando descubres el amor al dar tu primer beso. Creo que el arte y el amor son una forma de resistencia a la muerte. Nos hacen sentir que hay más vida”.

Y es precisamente por eso que Flora muere y resucita con cada personaje que encarna. “Para ser un gran actor se requiere la capacidad de olvidarte de ti mismo y prestarle tu alma al personaje para que viaje a través de ti”. Esta premisa la concibe, también, más allá de la actuación:

“Siento que la vida es finalmente poder nacer y desprendernos de nosotros, de nuestro propio personaje inventado por nuestros aprendizajes, por nuestros egos. Si sabemos que detrás de la puerta hay un nuevo viaje que vamos a tener que hacer: ¿qué es realmente lo importante? ¿Por qué estamos aquí?”, se cuestiona.

La respuesta, para ella, es el amor, “ese que nos marca, nos permite trascendernos y liberarnos. Todos mis personajes, como Frida o Rosario Tijeras, son frágiles en esa entrega y en esa búsqueda del amor. Y eso las hace, a la vez, fuertes”.

Frida y Flora

Fue hasta hace unos meses, cuando estaba estudiando su relación con Frida Kahlo para personificarla en las tablas, que Flora recordó que la primera obra de teatro a la que asistió con su padre, estando aún muy pequeña, fue Las dos Fridas.

Hoy, más como causalidad que casualidad, suma cuatro años presentando el monólogo musical Frida Libre, reviviendo desde el corazón a la mexicana y a su “absoluta e imperfecta forma de amar”.

En cada puesta en escena, que hoy le sigue dando la vuelta al mundo con nuevas canciones y emociones gracias al streaming, Frida le enseña a Flora algo diferente y le deja, como una mensajera, nuevas lecciones sobre la quietud, el silencio, el homenaje, el vuelo, el viaje, el arte y la muerte.

Escucha, deléitate y viaja con esta conversación con Flora Martínez en nuestro espacio semanal de Viajes Comfama: