¿Cómo se aprende a vivir en medio de la crudeza de la guerra? ¿Quiénes crean las nuevas reglas de juego? ¿Dónde se marca la línea entre el bien y el mal? Claus y Lucas comienza con un precepto simple: Dos hermanos gemelos, que tienen un vínculo portentoso, han sido abandonados por su familia y puestos al cuidado de su abuela a la que sus vecinos llaman la Bruja, quien los hace trabajar para ganarse el alimento en un país que no conocemos y en un conflicto que no tiene nombre. En medio de la barbarie de la guerra, crean sus propias reglas de juego para narrar la violencia y la crueldad que hay a su alrededor a través de un cuaderno donde crean su propio estilo y a través del cual conocemos los hechos que ocurren.
Está prohibido escribir: «el pueblo es bonito», porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas. Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos”.
Es así como la primera parte de este libro -que está dividido en tres-, se narra de una forma cruda, contundente y directa, en la que se evitan los adjetivos y las frases complejas, pero sigue tornándose demoledor, pues el estilo de los niños se asocia a la decisión que toman en un principio de endurecer su carácter para hacerle frente a la realidad que tienen por delante. Se autoimponen castigos, crean estrategias de supervivencia, crean retos dolorosos y poco a poco, nos volvemos testigos de la distorsión del sentido moral de los gemelos, que pronto se ven envueltos en hechos devastadores y crueles Una de las características de la primera parte del libro es su estilo de escritura, el cual está en primera persona del plural y nos impide pensar en los gemelos desde sus individualidades y particularidades, un hecho que le da paso a otros giros intrigantes dentro de la historia.
La segunda y la tercera parte de la obra le dan una vuelta a lo conocido en la primera, lo que hace de esta una historia cargada de tensión, que nos hace dudar de qué es real y de qué no, pero, sobre todo, nos pone a pensar en cómo la guerra logra alterar nuestros pensamientos y percepciones frente a la vida, la sociedad, el otro y uno mismo.
Agota Kristof y la guerra
Agota Kristof nació en Hungría en 1935 y en su juventud salió exiliada de su país hacia Suiza luego de haber estado vinculada a la Revolución Húngara. Es por esto por lo que su obra parece mezclar la ficción con experiencias personales acerca de lo que debió presenciar en su cercanía con la guerra.
Es particular, además, su forma de narrar, que es extrañamente directa y sin el uso de muchos adjetivos. “Seguramente mi forma de escribir viene del teatro. Diálogo puro. Lo justo, sin relleno, sin grasa. ¿Para que dar vueltas?”, dijo en una entrevista en 2007 (La Nación). En la ficción, Claus y Lucas también escriben, por lo que seguramente hay en ellos un poco de ella, de sus historias, de sus vivencias, de lo que fue.
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