Recuerdo la primera vez que fui a circo. Una carpa de colores resaltaba en el paisaje y yo, tomada de la mano de mi abuela, sonreía expectante por lo que adentro pudiera encontrar. El escenario permanecía oscuro. Una luz inesperada resplandecía desde una esquina para iluminar una cuerda que pendía en lo alto. El redoble de los tambores se acompasaba con los corazones que retumbaban emocionados en las bancas improvisadas. Un payaso en un monociclo empezó a balancearse por aquella cuerda y todos suspirábamos sorprendidos por aquella destreza. Las luces, los movimientos y los sonidos se conjugaban en un espectáculo único.
En julio, en el marco de nuestro primer Laboratorio Circense, iniciamos un proceso de formación virtual con las agrupaciones artísticas participantes que me hizo entender la profundidad de aquel primer espectáculo que tanto me había impactado. Detrás del circo se esconden muchas historias. En él habitan seres a quienes el arte tocó las puertas de sus vidas para instalarse para siempre. En la infancia, en la adolescencia, en una clase, por casualidad, por recomendación de un amigo, el arte les ha permitido desarrollar un talento, construir un refugio, ejercer una profesión, emprender un negocio y, en últimas, vivir en una realidad como la nuestra. Ese mismo arte los ha hecho, también, luchar contra ellos mismos, contra sus familias y contra una sociedad que no deja de descubrir el poder de la cultura.
Para estos seres hay una tarea fundamental:

En una de las cinco sesiones de formación, apareció frente a mí un hallazgo sorprendente: además de personas con un talento asombroso, que han cultivado disciplinadamente a lo largo de los años, en cada agrupación artística coinciden numerosos roles que hacen posible el éxito de una obra. En los grupos, aparte de ser artistas, coexisten sonidistas, comunicadores, luminotécnicos, realizadores, gestores, vestuaristas, maquilladores, organizadores, logísticos, directores, pedagogos, publicistas, diseñadores, negociantes, todos representados en varias o, incluso, en una sola persona.
Meses que se resumen en dos horas de magia
Otro aprendizaje fue entender que para llegar al resultado que representa la obra circense hay un largo proceso que inicia con las ideas. Las ideas pueden llegarles a los artistas de muchas maneras: una mirada atenta por la calle, una palabra que resonó más que las demás, una problemática que solicita acciones, una experiencia personal, la petición de un cliente, una sensación que desee transmitirse. De esa lluvia de ideas, se construye un concepto sobre el cual girará todo lo demás.
Se improvisan palabras y movimientos, se añaden elementos, se configuran símbolos alrededor de él. En el proceso, los artistas depositan todo su talento en horas de ensayo, en días enteros de investigación y creación para llegar al resultado final. Perfeccionan sus números de acrobacia, contorsión, equilibrio, escapismo, pantomima, trapecio, ventriloquia, magia, zanco, danza, malabares.
Definen el ritmo y la armonía entre cada acto. Luego, preparan el vestuario y el maquillaje. Los colores comienzan a aparecer para contagiar emociones. Las sombras y las telas trascienden el carácter decorativo para reforzar el mensaje; nada responde al azar. Se habla de teoría del color, de la durabilidad de los productos sobre el rostro, de piezas ligeras y flexibles que no obstaculicen los movimientos, de materiales cómodos para cualquier ambiente.
Ahora es el turno para dotar de sentido el escenario. Los artistas y el espacio deben ser uno solo, por lo que cada elemento que se incluya en el espectáculo cumple con una función muy definida. Se instalan las luces, se ensaya el sonido, se colocan los objetos necesarios y todo esto se une, en un engranaje perfecto, a la magia de los movimientos de los personajes. El circo se convierte así en un mundo cargado de posibilidades que potencia las sensaciones del espectador.
Sin embargo, una vez completado el espectáculo, el trabajo debe continuar. Hay que evaluar los números, conversar con los aliados, comunicar los servicios de la agrupación, entender los públicos y pensar en las siguientes obras, en ese arduo trabajo que implica hacer de la pasión un ejercicio profesional y laboral.

Del techo comenzaron a caer unas telas blancas y livianas. Una mujer apareció en el escenario, abrazó las telas y empezó a danzar por los aires. La música se volvió más tenue y el público maravillado parecía volar con ella. El espectáculo llegó a su fin y los aplausos inundaron la pequeña carpa, uno detrás del otro. Mi abuela me tomó de la mano para salir, mientras yo me imaginaba a mí misma pasando con un traje de hada por una cuerda suspendida.