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El poder del juego para hacer posibles nuestros mundos

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El poder del juego para hacer posibles nuestros mundos

Los juguetes han estado desde siempre con nosotros porque, conscientes o no, vivimos jugando. Como otras piezas ceremoniales, fúnebres u ornamentales que habitan en los grandes museos de historia, nos han reafirmado que somos seres que encuentran en un objeto una posibilidad que va más allá de la utilidad y que puede trascender a reunirnos desde la imaginación, la creación, el placer, los vínculos y el encuentro. 

He ahí la magia del juguete, tan presente en las primeras civilizaciones humanas como en las manos de los niños de hoy. Sí, quizá un yoyo de un pequeño ateniense 400 años a.C. no habría significado lo mismo que el nuestro, pero su capacidad de detonar sonrisas libres, mundos propios y aprendizajes rítmicos sigue estando intacta.  

"Jugar es un asunto que no va a desaparecer" - Daniel Naranjo, origamista que se define como un coleccionista de micro mundos

El juego tiene libertad de voluntad, así como espacio y tiempo. Al jugar, como diría Johan Huizinga en Homo ludens, se crea un círculo mágico en el que la fantasía se vuelve posible, abriéndole la puerta al jugador para resignificar objetos, personas y lugares en función del juego”, explica. 

Ese momento podría darse cuando un niño imagina que una figura de My Little Pony es un caballo feroz galopando por una montaña, que no es más que un pliegue de la cama. O podría darse, simplemente, en el día a día del universo adulto, en el que cada uno asume un rol que se toma tan en serio como el niño que juega. Quizá todo el tiempo estamos jugando, pero dejamos a un lado el placer de asumirnos abiertamente jugadores en este círculo mágico compartido al que llamamos vida. 

“Jugador: Hombre” – Definición de Abrose Bierce en El diccionario del diablo 

¿En qué momento olvidamos disfrutar del juego? Daniela Peregrinelli, gestora cultural en juguetes e infancia, sugiere que a partir del siglo XVII, con la idea naciente de niñez, culturalmente se tomó la decisión implícita de hacer del juguete un elemento que define lo infantil.  A partir de entonces los niños se convirtieron en sujetos de consumo y, luego, con la revolución industrial, la juguetería se posicionó como un mercado mundial.

Como efecto, no solo hizo de los juguetes fueran objetos ajenos a los adultos, sino que su producción en masa los convirtió en, además de provocadores de juego, reflejo directo de las sociedades a través de sus materiales, colores, íconos y funcionalidades. 

“El juguete lo toca todo. No hay una vertiente que no quede en evidencia en él. La tecnología, las aspiraciones, la cotidianidad, la educación, los roles de género y la forma de relacionarse con el mundo de cada generación se esbozan en sus juguetes”, indica Iván Espinel, artista del plástico y fabricante de juguetes de autor.  

Y, así como son un reflejo nuestro, nosotros también somos los juguetes que han pasado por nuestras manos. No es casualidad que nos transportemos directamente a la niñez cuando escuchamos palabras como Bartoplás, Estralandia, Atari, Catapiz, Monopolio o Nenuco, y regresemos a estar sentados en el piso queriendo que aún no sea la hora de la cena para poder seguir jugando.  

El juego, entonces, es un lenguaje universal que todos sabemos hablar y que seguramente continuamos hablando, aún sin darnos cuenta. “Es muy extraño, creo que por nuestras múltiples ocupaciones, las facturas y los problemas sentimos que el juego se ha ido y eso es algo fatal”, dice Iván.  

Por eso, nuestra invitación es a reconocernos y celebrarnos como jugadores. A entender el juego como ese viaje desde el que podemos reír, crear e imaginar la vida sin miedos, como ese elemento lúdico, vital y posibilista desde el que podemos escribir nuestra historia. 

Revive aquí la conversación que tuvimos alrededor de los juegos y juguetes: