Las Muchísimas es una pieza de danza-performance que fue presentada en la séptima edición del Festival de Teatro Comfama San Ignacio. En ella, veinte mujeres mayores de 60 años, sin experiencia previa en danza, expresaron orgullosas la diversidad, el ser y el estar, sin perjuicios, ni dependencias. Bajo la dirección de Mariantònia Oliver, coreógrafa, bailarina, pedagoga y gestora de proyectos española, estas mujeres se prepararon durante diez intensos días para bailar la belleza, la felicidad y la esperanza.
A las 7:30 de la noche ya se formaban dos filas para entrar al Teatro Pablo Tobón Uribe de Medellín. A diferencia de las filas para otras obras, en estas, se respiraba cierta complicidad entre los asistentes, quienes se saludaban efusivamente en medio de sonrisas y preguntas sobre lo que estaban a pocos minutos de presenciar. Las filas avanzaron y las primeras sillas del teatro se llenaron con rapidez. Las luces completamente encendidas servían para que algunas de las personas probaran con sus celulares el mejor ángulo, la mejor toma, capturando la imagen de las grandes cortinas rojas; galerías que más adelante se convertirían en recuerdos potentes de la primera vez sobre un escenario de aquellas mujeres admiradas y queridas por sus familiares y amigos.
Al otro lado del telón, las veinte artistas, diecisiete de Medellín y tres oriundas de Cataluña en España, a punto de salir a escena, temblaban, reían nerviosas y buscaban su lugar para el primer momento del performance. A las 8:10 de la noche, salió al escenario Mariantònia Oliver, la directora, quien agradeció al Festival y a Medellín por acoger su propuesta, reconoció el trabajo de las valientes mujeres que le dieron vida y pidió un aplauso, a modo de homenaje, para las antecesoras y creadoras de esta obra.
Y es que hace unos días, Mariantònia, la única artista de su familia, convencida desde la infancia de que su camino era la creación artística, nos contaba que este espectáculo nació hace doce años con mujeres entre 70 y 80 años en Mallorca, España, y que llevaba por nombre Las Muchas: “Yo como creadora tenía una inquietud que era el hecho de trabajar a partir de una idea de colectivo, buscar un tema que fuera compartido por una comunidad de gente, y hablando con mi madre en la cocina de su casa sobre su identidad, ella me explicaba que no tenía identidad propia: ‘Yo he estado bajo el dominio de mi padre, de mi novio, de mi futuro marido y el macho era el que gobernaba’ y yo le digo: ‘pero háblame de cuándo ibas sola por la vida, por el mundo...’ y me dice: ‘no, siempre éramos un colectivo de mujeres y tu papá las llamaba Las Muchas’ y ahí se me encendió una lamparita de trabajar con mujeres mayores”.
Movida por esa conversa, decidió hablar con las amigas de su madre e iniciar con ellas un experimento sin ninguna pretensión o propósito especial. El resultado de Las Muchas fue muy gratificante: aquellas mujeres, con vidas duras y reprimidas, hablaron a través de la danza de todos los “no” que dominaban sus vidas. Este experimento creció entonces con el tiempo y hace siete años convocó a otras diecisiete mujeres con un nuevo enfoque: proponer los “sí”, hablar de la alegría de ser mujer a los 65 años y mostrar los cuerpos que la sociedad dice que ya no se pueden enseñar.
Con la mira en presentar este producto en un teatro, se embarcaron en un arduo trabajo de composición que dio origen a Las Muchísimas: “En estas mujeres amateurs, que no estaban comprometidas con la creación, tú trabajo consiste en lograr que las personas se abran y te entreguen el material. Alguien alguna vez me preguntó que qué es ser coreógrafa y yo le dije que, desde mi vivencia, es saber leer y sentir para sacar lo mejor que tiene esa persona con quien vas a trabajar”, cuenta Mariantònia.

Después de presentar Las Muchas y Las Muchísimas en países como España, Eslovenia, Italia, Líbano, Francia o Alemania, esta última obra aterrizó en Medellín. Dos semanas antes del inicio del Festival de Teatro Comfama San Ignacio, la directora y su equipo realizaron una audición para elegir a las participantes: “Es la primera vez que hago este espectáculo con mujeres que no conozco”, confiesa.
Durante diez días, cuatro horas cada uno, las veinte mujeres se comprometieron en un intercambio de saberes y autoconocimiento. El objetivo de la bailarina española, como ella lo narra, consistió en “limpiar y limpiar” para dejar ver la honestidad en el escenario. Comprender el lenguaje, despertar el cuerpo, aprenderse la coreografía, sentir los movimientos, tejer complicidad y entregarse a la propuesta fueron las acciones trabajadas durante la extenuante jornada.
El compromiso del arte con el territorio no es único en esta propuesta. Resulta que Mariantònia empezó a estudiar danza contemporánea a los 21 años y después de muchos premios y locuras, como ella misma cuenta, un tema personal la obligó a mudarse de Barcelona a Mallorca y justo cuando quería abandonar la danza, nació la Compañía Mariantònia Oliver, un espacio de creación multidisciplinar que desde hace más de veinte años viene gestando proyectos pedagógicos y de danza comunitaria e inclusión social.
“Digo que soy activista y animal político porque soy consciente del lugar que ocupo y trabajo en consecuencia con ello. No soy una artista que vive aisladamente; yo me siento muy comprometida con el lugar donde vivo. Yo he tenido muy claro que nunca haría danza para burgueses y he vivido del fracaso, del cual estoy muy orgullosa. Empecé con mucho éxito y luego tuve un fracaso personal y profesional y aprendí un montón sobre lo fácil que es, cuando eres joven, que te manipulen, que te usen las instituciones, y por eso mi interés por crear y construir”, narra Mariantònia al referirse a su trayectoria.
Otros grandes proyectos de su compañía son un festival en Maria de la Salut, Mallorca, que representa un lugar de encuentro para intercambiar experiencias durante dos semanas entre artistas y con el público a través de seminarios y laboratorios, y EiMa, un centro de creación que alberga a personas de todas las edades.

El telón del Teatro Pablo Tobón Uribe se abrió y sonaron gritos de emoción entre los espectadores. Durante una hora, sin un solo diálogo y en medio de sonidos envolventes, las nuevas bailarinas corrieron, saltaron, reconocieron sus cuerpos, sedujeron al público, se despojaron de sus cargas, bailaron rock and roll y hasta electrónica, recordaron su energía infantil, navegaron la vulnerabilidad, reafirmaron su lugar en el mundo y brillaron con fortaleza.
Al finalizar, en el público se escuchaba: “Qué belleza, qué seguridad, nunca la había visto bailar con tanta libertad”, “Se vio como toda una artista profesional” o “Quién iba a pensar que mi mamá podría agacharse y moverse con tanta facilidad”, mientras las mujeres con un resplandor único en sus ojos enviaban besos y abrazos a quienes testificaron sus transformaciones. El potente mensaje de la obra resonó en el resto de mujeres y hombres que reflexionaban sobre lo sucedido y esperaban por ellas en pasillos y corredores con ramos de flores y carteles que decían: “Achi te amamos, tu club de fans”.