En la presentación de su novela Seda, la obra que lo hizo célebre, Alessandro Baricco declaraba que “cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan las historias”. Y esas palabras anteceden, en efecto, a una novela en la que no es tan fácil determinar de manera taxativa un tópico. Lo que sí puede afirmarse una vez se ingresa en sus páginas es que la sensación de la lectura está dictada por el título de la novela: uno se siente recorriendo los finos trazos de una seda que va descubriéndose a medida que la historia avanza.
Este 4 de noviembre, en el Teatro Pablo Tobón Uribe de Medellín, Baricco lo volvió a hacer frente a un teatro lleno, esta vez no con palabras impresas sino habladas, con la ayuda de la traductora bogotana Verónica Pachetti: contó muchas historias en una, habló del tiempo y del amor, pero, sobre todo, hizo que los más de 700 asistentes nos sintiéramos navegando entre historias, soportados por unas olas que nos llevaron desde los últimos momentos de Luis XVI y María Antonieta, en pleno desarrollo de la Revolución Francesa, hasta las aguas del Magdalena, donde sucede el memorable desenlace de El amor en los tiempos del cólera, pasando por las horas que antecedieron a la muerte de León Tolstói.
Y es que la voz expresiva Baricco, con la sonoridad propia de su idioma y la buena traducción de Pachetti, materializaron una de las metáforas que propuso el autor italiano: entender el tiempo como una materia abstracta y subjetiva, hecha de algo parecido al agua, que nos envuelve, nos zarandea y nos libera, que unas veces nos lleva hacia adelante y otras hacia atrás, y nos tiende una trampa existencial, la imposibilidad de vivir en un tiempo compacto con los demás y con los hechos.
Por fortuna, y según el mismo Baricco, esa herida fundamental tiene un antídoto; un material noble que fulmina las barreras temporales y nos hace vibrar en una sola sincronía: las historias. Especialmente, las historias de amor. Es allí donde asistimos a la conexión perfecta entre cuerpos y almas que derriban esperas tan interminables como la de Ulises y Penélope. Es en los clímax de estas historias donde el tiempo de los amantes se condensa en el tiempo del amor. Y fue a esos clímax a los que nos llevó Baricco con su propuesta performática.

Un mapa, un padre y tres historias fundamentales
Todo inició con la referencia a un mapa de Francia, con zonas demarcadas en rojo, las cuales señalaban la manera cómo se fue propagando, gradualmente, la noticia del intento de fuga del rey Luis XVI del país, a causa de los cambios establecidos por Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII. Este mapa, y la historia de la huida, le sirvieron a Baricco para situar al público en la reflexión sobre la maleabilidad del tiempo: en un momento determinado, mientras unas zonas del país ya estaban en un tiempo convulso, con la noticia del escape del rey en ciernes, en otras aún la ola no había llegado y las lógicas dictadas por la monarquía eran inalterables.
Posteriormente, Baricco nos condujo por las aguas del tiempo hasta los últimos días del escritor ruso León Tolstói, quien murió acompañado por su médico personal en la estación ferroviaria de Astápovo. Las horas que antecedieron al deceso fueron un vaivén azaroso de tiempo subjetivo, ya que en los alrededores del lugar una muchedumbre esperaba las noticias de cómo evolucionaba el estado de salud del gran patriarca ruso. Noticias y rumores viajaban en medio de la multitud, hasta que finalmente el escritor murió y aun así la muerte no logró unificar el tiempo de quienes ocupaban anillos más cercanos o lejanos a la estación. Para unos había muerto y para otros quedaban esperanzas de vida.
Fue sobre estas dos escenas que Baricco recreó su metáfora del tiempo como materia inaprensible, y sobre la cuales dio paso a tres referencias literarias fundamentales en la historia universal y literaria del amor: El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez; Romeo y Julieta, de William Shakespeare, y La Odisea, de un Homero que dialogó con Baricco ante nuestra presencia y nos recordó el valor de las historias para sobreponernos a las travesuras del tiempo.