Logo Comfama
Ayuda

Todos somos la historia de la Casa para amar-i-llá

Todos somos la historia de la Casa para amar-i-llá
Todos somos la historia de la Casa para amar-i-llá
¡Oh casa! ¡Ojalá dures eternamente para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas demasiado estrecha para los amigos! - Noche 655 de Las mil y una noches.

Ahí está, en la esquina. Se ve desde el bus que pasa por Lovaina o desde el morro occidental. Es amarilla y parece un sol en medio del barrio. Mejor dicho, es amarilla y, efectivamente, es un sol en medio del barrio. Comparte su luz como faro, atrae a los caminantes, cree en los amaneceres e ilumina existencias posibles. Ahí está y ahí permanece desde hace más de treinta años la Casa Amarilla.

Se vistió de colores en 1987, cuando la aventura de un grupo de amigos cuya esperanza reposaba en el teatro se materializó en paredes, techo, piso y balcón, en el cruce de la calle 99 con la carrera 50 C. Desde allí fue testigo del dolor y la perplejidad de una Medellín con flores marchitas ante tantos destierros y entierros. Sin embargo, también desde esa misma esquina, germinó la chispa de la transformación profunda, de las fronteras derrumbadas a través del arte comunitario y del poder de “amar-y-ya”.

¿Su historia? Antes, a mediados de siglo, fue el burdel Capinol 2, luego pasó a ser una colchonería y, después, una bananería. Sin embargo, cuando llegaron la danza y el juego, el tiempo de la casa se convirtió en un reflejo del tiempo de la ciudad, de la resistencia de la vida ante la muerte.

“Nuestra Gente nació en una época de conflicto, pero decidimos dar un salto para no quedarnos en el dolor haciendo de una casa el lugar para el protagonismo del amor, el asombro y el encuentro”, manifiesta Jorge Blandón, fundador de la Corporación Cultural Nuestra Gente, cuyo hogar, caldera y alquimia sucede la Casa Amarilla.

Todos somos Amarilla

El coro de relatos de resistencia y esperanza que componen hoy este espacio es narrado en el documental “Todos somos Amarilla”, dirigido por Ana Cristina Monroy.

Este no es un largometraje sobre una casa amarilla en una ciudad, sino sobre una ciudad transversalizada por todo un proceso de una casa amarilla. Fue ella la que se le atravesó a las balas y al abandono con valentía y convicción. La casa salvó ciudadanos de las violencias desatadas de la época.

Sus palabras, más que metafóricas, examinan el impacto tangible que ha tenido la Casa Amarilla. Andrés Felipe Tobón, conocido como Cholo, llegó a la esquina a sus 13 años persiguiendo el sonido de los tambores como su llamado de vida. Recuerda que “todo estaba plagado de fronteras invisibles, pero vos te maquillabas y te ponías los zancos y no te decían nada. Te miraban, te saludaban. El arte era el escudo para transitar y resistir”.

Casa. Manzana. Barrio. Ciudad. País Amarillo. Esa es la ruta del sueño de Nuestra Gente: hacer de todos los territorios, como un sol expandido, lugares para el encuentro, el asombro y la creación, derribando fronteras con “insistencia, persistencia y existencia”, como expresa Ana Cristina.

Ella, que ha sido una caminante y conocedora de Colombia por su trabajo cinematográfico, se acercó a la historia urbana de Medellín a través de las obras de teatro de la Corporación en 2003. Fue entonces cuando se hizo amiga de la Casa, sus artistas y sus habitantes, incluyendo a Blandón.

“Jorge me pidió hacer un video institucional. Yo le dije, ¿institucional? No, vámonos por un documental. Encontremos entre todos qué contar y contémoslo juntos”, relata la directora. De ahí que este largometraje sea una construcción conjunta, como el mosaico que rodea los muros esquineros de la casa, cuyos pedazos de baldosa forman un zócalo narrador de la historia de la comunidad.

Recopilaciones análogas, testimonios de habitantes, documentos históricos y muestras artísticas hacen parte de esta comparsa de 71 minutos que deja evidencia lo que Marta Eugenia Arango, quien se denomina “admiradora y guardiana # 1” de la Corporación Cultural Nuestra Gente y su Casa Amarilla, “el juego de cogerle el pelo a la muerte con la pedagogía de la ternura”.

La Casa Amarilla se inventó el juego de cogerle el pelo a la muerte con la pedagogía de la ternura. - Marta Eugenia Arango, socióloga y gestora cultural

Lugares de esperanza

La Casa Amarilla, además de sol, es una abeja que poliniza vidas, una apuesta que legitima la solidaridad y la paz en un territorio marcado por la violencia y la exclusión. “Es vital reconocer la memoria de un espacio que sigue posibilitando que niños, jóvenes, adultos y adultos mayores se reúnan desde la creación y el estar en común unidad, es decir, en comunidad”, manifiesta Irene Gil, directora y actriz de Nuestra Gente.

Por eso Ana Cristina, luego de haber vivido este proceso de dirección, reconocimiento ciudadano y trabajo compartido, se declara como una mujer “amarilla”: “serlo me ha traído una fiesta interna, porque he descubierto que existen muchas Casas Amarillas en todos los barrios y eso significa que aún hay lugares de esperanza”.

¿Quieres escuchar a la documentalista hablar de “Todos somos Amarilla”? No te pierdas esta conversación gracias a Otraparte: