Jugar afuera del Claustro se convirtió en su pasatiempo favorito. Allí, Carlitos se apasionó por el ping pong y, además, hizo amistades que le están ayudando a construir sus propósitos.
El ping pong es un deporte que va más allá de hacer pasar, de un lado a otro de una mesa de 2.74 metros de largo, a una pelota naranja. Uno de ellos es unir a las personas, crear amistades, vínculos que se fortalecen por medio del juego y las risas que este genera. Otro, es cultivar una pasión por aprender nuevas técnicas y cada vez practicarlo mejor. A veces, tal vez, es capaz de transformar vidas, como lo hizo en el caso de Carlos Andrés Henao o, como le gusta que le digan, “Carlitos”.
Carlitos es un niño de 15 años, el menor de tres hermanos, que vive en el barrio Villatina de Medellín y actualmente se encuentra cursando el grado noveno en la Institución Educativa Héctor Abad Gómez. Allí ha desarrollado un amor por las matemáticas, tanto así que sueña con estudiar administración de empresas cuando culmine el bachillerato.
Por situaciones de la vida, Carlitos ha pasado mucho tiempo en el Centro de Medellín. Desde pequeño acompaña a Blanca, su madre, en sus largas jornadas de trabajo durante el día y, luego, se van juntos para su hogar cuando cae la noche. En las mañanas siempre se ha dedicado al colegio, y en las tardes ha encontrado pasatiempos como aprovechar el computador que le prestaban en el Centro Colombo Americano para disfrutar de juegos de vídeo.
Sin embargo, un sábado hace cuatro años, Carlitos estaba esperando a su mamá en la Plazuela San Ignacio. Allí, con su mirada curiosa, comenzó a ver cómo otros niños jugaban en una mesa de ping pong. Fue un amor a primera vista, se dio cuenta de que podía jugar, que siempre iba a encontrar esas mesas dispuestas para él y lo convirtió en su nuevo pasatiempo. Desde entonces, siempre que puede, asiste a jugar después de clases.

Comenzar a pasar tiempo en el Claustro ha sido beneficioso para Carlitos “venir aquí, antes que ser algo malo, me apoyó más en el estudio”, dice. Cuenta que, el año pasado iba perdiendo octavo y, gracias a que hizo amistades con personas que habitan el Claustro como Pedro, un empleado de Comfama, se comenzó a sentir acompañado en sus estudios, le ayudó a hacer algunas tareas y logró pasar a noveno.
Hoy Carlitos disfruta sus tiempos libres en el Claustro Comfama, quiere seguir descubriéndolo y sueña con su transformación. Historias como la de él son las que forman y dan vida a un edificio de más de 200 años que es pasado, presente y futuro de Medellín.