Una conversación con Sandra Borda, Claudia Restrepo y Ricardo Silva
Entrevistas sobre la Encuesta Mundial de Valores
12 de Noviembre 2025
- Ricardo Silva
- Sandra Borda
- Claudia Restrepo
“Lo importante es dejar atrás esa mentalidad que todo lo reduce a ganarle al otro”
En tiempos en que las diferencias parecen impedirnos reconocer los lazos comunes como sociedad, el escritor Ricardo Silva Romero nos invita a pensar en caminos hacia una cultura de la convivencia.
¿Cómo interpreta la tendencia en nuestra sociedad a reconocernos más desde lo que nos diferencia y divide, que desde lo que compartimos y nos une? Durante la pandemia todos enfrentamos los mismos miedos y límites, lo que despertó solidaridad, empatía y compasión. Sin embargo, cinco años después predominan las divisiones, en gran parte por las redes sociales, que consolidaron un pensamiento de manada: aferrarse a una identidad política sin espacio para la crítica. Las redes castigan los matices.
Aquí un buen ejemplo es el de los aviones en turbulencia: todos somos iguales en esa situación, y difícilmente alguien dejaría de ayudar a otro porque votó “no” en el plebiscito. Por eso me parece que odiarse por política es superficial y nos impide ver lo esencial: que, al final, estamos unidos irremediablemente.
La resiliencia, el orgullo, el optimismo y el esfuerzo personal son parte de la esencia de quienes habitamos este país, ¿cómo aprovecharlos para construir acuerdos colectivos?Desde el plebiscito de 2016 me pregunto cómo evitar estereotipos y caricaturas entre bandos. En Colombia hemos vivido un fundamentalismo que niega la complejidad de los otros, desde la guerra bipartidista hasta la toma del Palacio de Justicia. Ese fundamentalismo sigue hoy: derecha e izquierda arrinconadas en identidades rígidas que impiden escuchar.
Sin embargo, hay lenguas comunes: la violencia que nos ha marcado a todos, el coraje y el humor colombiano, las ficciones, la televisión, el deporte. Ahí podemos encontrarnos, construir puentes y salir de la lógica política de poder por poder.
El pulso global está entre retroceder al autoritarismo o profundizar en la democracia. En Colombia, la Constitución del 91 y el acuerdo de paz de 2016 fueron gestos de apertura, pero cada avance genera reacciones violentas de quienes temen perder control. A estas alturas, lo importante es dejar atrás esa mentalidad que todo lo reduce a ganarle al otro.
Me gusta la imagen de la llamada “tierra de nadie” en las guerras: una trinchera de un lado, otra del otro, y ese espacio intermedio donde los soldados se encuentran a conversar. Ese debería ser el foco: la tierra de nadie, la lengua común, la cultura común, los rasgos compartidos.
¿Por qué hoy la democracia es el camino adecuado para llegar a consensos para un mejor futuro posible?La democracia atraviesa un momento crítico: tras avances en inclusión y progresismo, surge un retroceso autoritario que no proviene solo de derecha o izquierda, sino de políticos con mentalidad despótica que decretan la realidad. Esto genera que incluso industrias como el cine, antes progresistas, ahora retrocedan hacia lo convencional y conservador.
Ante ese panorama no hay que rendirse ni caer en el miedo, sino redoblar la apuesta por la democracia, la inclusión, el humor y el arte con alegría, convicción y, sobre todo, con compasión.
¿Cuál es el papel de los jóvenes en cultivar la esperanza de un mejor porvenir?Hay que apoyarse mucho en los jóvenes y acompañarlos para que lideren, ellos son quienes están más libres de versiones heredadas. Hay que apostarles a ellos y a su libre pensamiento, sin tratar de aleccionarlos, adoctrinarlos ni reunirlos en un solo bando. Sin embargo, preocupa que algunos jóvenes adopten sin cuestionar relatos políticos como dogmas, cuando lo valioso es que estén libres de esas ataduras.
Hay que acercar más las instituciones a la gente para recuperar la confianza en ellas: Sandra Borda
Esta politóloga nos invita a comprender el vínculo entre ciudadanía e instituciones y analiza los riesgos de la desconfianza social, que nos impide actuar de forma colectiva y sostener proyectos comunes como sociedad.
¿Cómo considera que se conectan la construcción de confianza social con la confianza en nuestras instituciones democráticas?Yo creo que la existencia misma de las instituciones refleja que reconocemos la necesidad de un proyecto común. Son una demostración del capital social, y cuando son débiles, muestran también la debilidad de esa idea de lo colectivo.
No creo que pueda decirse qué viene primero, si el capital social o las instituciones: son fenómenos que se retroalimentan permanentemente. Por eso, invertir en el proyecto institucional público es también invertir en ampliar y consolidar el capital social.
Ahora, solemos ver a las instituciones estatales solo como espacios para trámites, donde medimos su utilidad por la rapidez o eficiencia. Esa dimensión importa, pero es superficial. Si fortalecemos la eficiencia de las instituciones, podemos recuperar confianza y sentirnos parte de ese proyecto colectivo.
Acerca del capital social que menciona, ¿de qué manera se ve afectado por la desconfianza que expresan los colombianos en la política?Ese capital social lo desaprendimos, en parte por problemas reales como la inseguridad y el Estado no logró devolvernos la tranquilidad de confiar. De esa manera, vivimos con miedo, actuando individualmente y sin sostener proyectos comunes.
Hoy la desconfianza alcanza no solo a partidos, sino también a ONG, sindicatos y organizaciones sociales. Nadie habla de cómo superar esto ni de las reformas culturales necesarias, todo se reduce a salidas rápidas, como más fuerza pública, y no se apuesta por soluciones estructurales y a largo plazo.
A mí la confianza en la clase política no me preocupa tanto, porque en ningún país la gente confía ciegamente en sus políticos. Me preocupa más, la confianza horizontal, la que debemos tenernos unos a otros para actuar colectivamente.
Tenemos que empezar por reconocer que la polarización es parte del ejercicio político en Colombia. No es algo nuevo ni más grave que en el pasado: este país ha hecho política de manera polarizada desde siempre. Mi preocupación está en la forma, en la manera agresiva de hacer política que inhibe la participación, sobre todo de mujeres y personas que no vienen de la política tradicional. Ellos pagan un costo emocional muy alto en un ambiente de ataques personales y agresiones. Esa dinámica excluye visiones moderadas, tanto en redes sociales como en lo electoral, porque la gente teme ser insultada.
De otro lado, ¿cómo se ha deteriorado ese vínculo de los colombianos con las instituciones públicas?El momento de la votación, sin duda, es cuando se consolida el vínculo entre ciudadanía e instituciones, pero ese lazo es muy tenue y se desvanece rápidamente. Las encuestas muestran que poco después de votar, la gente olvida por quién lo hizo, y el contacto posterior con las instituciones ocurre casi siempre a través de experiencias negativas: impuestos, trámites deficientes, servicios ineficaces. Después llega el desencanto: decisiones como nombrar personas sin experiencia en cargos clave erosionan la confianza. Aunque la falla es de los políticos, el ciudadano percibe que son las instituciones las que se deterioran y se alejan del bien común.
En este contexto, ¿qué es prioritario para recuperar la confianza ciudadana en las instituciones públicas?Hay que acercar más las instituciones a la gente, no solo en el momento de votar. Para empezar, creo que lo más fácil es que la cara de las instituciones que trata a diario con la gente sea la mejor posible. Tristemente, en el servicio al ciudadano no siempre están las personas más apropiadas. Existen mecanismos de participación que deben diseñarse con realismo, incluso reconociendo el costo del tiempo de los ciudadanos. Finalmente, lo más difícil es lograr nombramientos en entidades públicas que combinen representatividad con experiencia y conocimiento, evitando caer solo en cuotas o en tecnocracia pura.
Tolerancia y esperanza: claves para tejer una sociedad colombiana más incluyente
Claudia Restrepo, rectora de la Universidad Eafit, reflexiona sobre el valor de reconocer la diferencia, antídotos para la intolerancia, el papel de la educación en formar ciudadanía y cómo construir un futuro más humano.
¿Por dónde sugiere que debemos avanzar como sociedad para aceptar la diferencia como algo que nos enriquece?Aceptar la diferencia no es una concesión, sino reconocer nuestra mayor riqueza. Implica derribar desigualdades, abrir espacios culturales diversos y fortalecer instituciones que garanticen diálogo y libertad.
En lo político, se trata de proteger la pluralidad y ver en el otro una oportunidad para ensanchar la vida. En lo social, transformar la indiferencia en cultura del encuentro mediante espacios comunitarios y artísticos. En lo institucional, escuelas, universidades, empresas y medios de comunicación deben valorar la diversidad como fuente de creatividad y confianza. En lo personal, hacen la diferencia gestos como escuchar, cuidar las palabras y abrirse a lo distinto.
Aceptar la diversidad es un proyecto compartido que nos permite crecer en pluralidad. Una democracia viva no puede reducirse al voto, necesita asegurar que todas las voces puedan expresarse sin temor a la exclusión.
Los marcos de creencias morales determinan la comprensión individual del valor de la tolerancia, ¿cuál es el papel que juega la educación en la formación de una sociedad más incluyente?La educación es el primer taller donde aprendemos a vivir con otros. Pero no se trata de resolverlo con una cátedra aislada de “tolerancia” o “convivencia”. Convivir con la diferencia no se hace con una cátedra especial, sino con un modo de formar ciudadanía que piensa, pregunta y escucha.
Lo que necesitamos es un proyecto educativo tejido en el desarrollo de ciudadanía, donde cada disciplina y cada experiencia contribuyan a formar personas críticas, empáticas y responsables. En ese proyecto, las competencias lectoras y escritoras son fundamentales: leer con profundidad y escribir con claridad son la puerta al pensamiento crítico, al discernimiento frente a la información, a la capacidad de dialogar y disentir sin destruir.
La intolerancia no se combate con imposición, sino con un cambio de mirada. El primer antídoto es la pregunta, que rompe certezas y abre espacio a lo distinto. El segundo es la imaginación, que permite narrar al otro en su humanidad. El tercero es la delicadeza, pues muchas violencias empiezan en la palabra o el gesto. El cuarto es la pausa, que evita reacciones inmediatas y abre posibilidades.
Estos gestos individuales deben sostenerse colectivamente: cultivar confianza, valorar la palabra dada, reconocer la cooperación y promover una cultura del encuentro con espacios comunitarios y artísticos. En lo político, necesitamos instituciones sólidas, participación efectiva, educación socioemocional y protección a líderes sociales.
¿A qué atribuye que en Colombia aún no se reconozca la igualdad de derechos entre personas de distinto género e identidad sexual?La resistencia a reconocer la igualdad plena proviene de raíces coloniales que dejaron jerarquías y miedos frente a lo distinto, así como de imaginarios que reducen la libertad a privilegios. Igualdad no es dar lo mismo a todos, sino reconocer diferencias y abrir posibilidades para que cada vida florezca con dignidad.
En Colombia persiste un déficit de educación ciudadana y cultural. No hemos aprendido lo suficiente que la igualdad no resta, sino que suma y amplía libertades colectivas. Además, la indiferencia debe transformarse en empatía, confianza y solidaridad para comprender que la diversidad de género e identidades no es amenaza, sino expresión de lo humano.
La esperanza es motor invisible de toda transformación social y sin ella, la democracia se marchita; con ella, se vuelve un proyecto vivo que siempre puede recomenzar. La esperanza no es ingenuidad, sino resistencia frente al desencanto, un gesto político y vital que afirma que otra forma de vivir es posible.
Aunque las encuestas revelan desconfianza, también muestran apertura a reconocer derechos y un llamado a construir desde la educación, la empatía y la solidaridad. La esperanza se nutre de gestos pequeños —una palabra que cuida, una pregunta, un silencio— y de gestos colectivos como instituciones sólidas, comunidades que confían y una ciudadanía que rechaza el cinismo. Preservar la esperanza es tejer juntos un futuro más humano.


