Para muchos, hablar del Edificio Vásquez es darse una vuelta por la historia de Medellín, viajar mentalmente hasta el Parque de las Luces o, tal vez, encender en la boca del estómago el deseo de regresar al centro y caminar con tinto en mano por sus calles. Para otros, es más: es hablar de una casa, del lugar en el que aprendieron a tejer, bailar o programar; del espacio en el que tertuliaron, compartieron saberes o trabajaron para servirle a la ciudad.
Desde 2003, al Vásquez lo volvió a habitar la vida. A sus pasillos les florecieron plantas, a sus aulas llegaron alumnos y al centro de su patio interior le creció un guayacán. Aquel recinto patrimonial se transformó estructural, estética y simbólicamente para potenciar los sueños de las familias antioqueñas desde el goce, la formación y el servicio, mientras que, a la vez, transformó a quienes le dieron sentido a esta metamorfosis: trabajadores, estudiantes y visitantes.

Un regalo común: conexión con Medellín
El primer día que Ana Cecilia Montoya, psicóloga del Fondo Sapiencia EPM, llegó a trabajar al Vásquez, la inundó una fascinación por conocer más sobre el pasado del edificio y del centro de Medellín. En su segundo piso encontró una línea de tiempo fotográfica de la edificación y, cuenta, “varias veces al día iba a verla porque me resultaba profundamente emocionante trabajar en un lugar lleno de historia”.
Para Ana, el Vásquez fue la chispa que le despertó las preguntas por su ciudad y las motivaciones de quienes la habitan: “fui testigo de cómo las personas adoraban ir al Vásquez, ya fuera a tomarse un café, descansar de los trajines del centro, compartir con los amigos o asistir a los cursos de Comfama. Les gustaba porque era un lugar fácil de llegar y abierto al disfrute de todos”.

Hoy, que trabaja desde casa debido a la pandemia, despide con gratitud sus días en el Vásquez, que estaban “llenos de presente, acompañados del pasado y con ilusión del futuro”. Durante sus pausas activas, regresa mentalmente a sus corredores y agradece el regalo inolvidable de haber cultivado una nueva conexión con Medellín, su historia y su gente, a través de su lugar de trabajo.
La huella que le dejó el Vásquez a María Victoria Restrepo, diseñadora del Fondo, fue diferente: le devolvió el amor por la fotografía. Luego de algunos años en los que había dejado de tomar fotos debido a otras ocupaciones, sus ojos, sensibles a la belleza, volvieron a sorprenderse ante la arquitectura y las texturas del edificio, provocando, a la vez, una nueva mirada sobre el centro de la ciudad:
Ser parte de una misma ciudad
Juan Calle habitó el Edificio Vásquez desde el aprendizaje, pues es estudiante de Holberton School, academia que en 2019 se trasladó al segundo piso del edificio para continuar formando talentos y conectando a más de 300 jóvenes con oportunidades en el sector TIC. Al principio, dice, este cambio de sede fue retador para los estudiantes, “porque nos confrontó con los estigmas del centro de la ciudad”.
Sin embargo, con el tiempo, él y sus compañeros comenzaron a reconocer desde otros lugares su entorno. “Habitar este espacio me hizo cuestionarme como persona y como hombre, pues me gustaba recorrer las calles cerca al Vásquez y en aquellos tránsitos podía observar, entender y respetar las dinámicas de aquel contexto. Estudiando allá tuve un montón de aprendizajes, no solo relacionados con la tecnología y la programación, sino con mi ciudadanía, mi humanidad”, apunta.

Juan cree en el poder de “transformar los espacios a través de lo visual y desde lo que en ellos sucede. Las actividades que realizaba Comfama en temas de arte y cultura alrededor del Edificio abrían la puerta a que las personas que rodeaban el espacio se pensaran diferente a sí mismas, incluyéndome a mí. El legado que me dejó habitar el Vásquez como estudiante y visitante fue entender que permitirme sentir y vivir los lugares que transito es bacano y necesario”.
Por su parte, Luisa Fernanda Villa, que nunca había vivido ni trabajado en Medellín antes de llegar al Edificio Vásquez como asistente social del convenio Fondo Sapiencia EPM, cuenta que los cinco años laborando en el edificio “trajeron grandes aprendizajes en relación con disfrutar y reflexionar sobre la ciudad en pleno: los almacenes, el movimiento, las artes que nacen en la calle. Todo aquello con lo que no estaba familiarizada y que allí se convirtió en parte de mi cotidianidad, dándome una nueva visión de esta ciudad diversa, viva y palpitante”.
El servicio transformador
María Elizabeth Gómez trabaja en Comfama hace 35 años y es tesorera de La Caja hace 9, de los cuales 2 los vivió en una de sus sedes más queridas: el Edificio Vásquez. Su testimonio resume estos años de servicio y propósito en la sede de la que hoy nos despedimos con orgullo y gratitud.

“El poder servir a tantos tipos de públicos que convergían allí fue una experiencia imborrable. Vi transformarse la Plaza de Cisneros en el Parque de las Luces y fui testigo de los pasos gigantes que se dieron para hacer de este espacio una manzana cultural que propicie el encuentro de los ciudadanos, las conversaciones y el aprendizaje”, comenta.
Y es que el Edificio Vásquez se convirtió en un segundo hogar para muchos. Mile Johana Peña, mentora de Familias del programa Ruta Progreso, recuerda "los salones repletos de gente y la cafetería vibrando con tantas voces hablando al tiempo”. Para ella, eso era un indicador de la acogida que tenía el Edificio.
La palabra que hoy nos une a quienes le dieron vida y sentido a nuestro propósito habitando el Edificio Vasquez es: ¡gracias! Gracias a las cerca de 1,5 millones de personas que hicieron parte de esta historia al visitarnos y disfrutar allí de nuestros servicios de educación, cultura, empleo y crédito, y gracias también a los más de 50 trabajadores que con sus saberes y entusiasmo sirvieron a una ciudad que se sigue reimaginando en sus historias, sus espacios y su patrimonio, ese que, sin duda, seguiremos cuidando para que sea de todos y todas.