Narrar historias y programar, los sueños de dos hermanos que el Fondo EPM posibilitó
15 de Diciembre 2021
Nunca en mi vida había usado reloj. Con unas muñecas tan delgadas era prácticamente imposible encontrar una marca o estilo que se ajustara a ellas. Recuerdo que esa fue la primera vez que usé uno, lo compré días antes en una miscelánea exclusivamente para aquella fecha. A pesar de quedarme ‘volando’ me serviría para tener consciencia del tiempo durante mi tercer intento por obtener un cupo.
Mis manos sudaban mientras miraba constantemente las manecillas del reloj. Aún tenía tiempo suficiente, sin embargo, ver que los demás terminaban sus pruebas y yo seguía allí, aumentaba considerablemente mi ansiedad. La universidad pública era mi única opción, mis papás no tenían dinero para pagarme una privada sin verse obligados a endeudarse, y los pocos cupos que la Universidad de Antioquia abría cada semestre eran anhelados por miles de personas provenientes de todas las ciudades.
Más de 650 postulados disputándose 32 cupos en periodismo para el segundo semestre de 2013. Dicen que la tercera es la vencida y, felizmente, lo fue para mí. No solo conseguí un cupo, también obtuve un puntaje alto y quedé dentro de los primeros puestos. Si bien pensé que desde la institución me darían algún alivio económico en vista de mi resultado, no fue así.
Por aquel entonces Daniel, mi hermano, ya había finalizado su carrera de ingeniería de sistemas en la Universidad Nacional. Recuerdo que, al igual que yo, solía pagar semestralmente más que el promedio de los estudiantes por haberse graduado de un colegio privado.
Cierto día, cuando estaba cursando su segundo o tercer semestre, mi madre llegó emocionada a contarle sobre un tal “Fondo EPM”, del que escuchó hablar en la televisión. Se trataba de un crédito que financiaba gran parte de la matrícula cada semestre con opción a ser condonada y que, incluso, brindaba cierta cantidad de dinero por concepto de sostenimiento si se cumplía con ciertos requisitos básicos.
Mi hermano, un ser increíblemente más escéptico que yo, inicialmente no confió en que existiera algo “tan bueno”, sin embargo, ante la insistencia de doña Mercedes, decidió investigar más a fondo sobre el tema. No recuerdo a mi madre haber estado tan feliz por tener la razón como aquel día, después de darse cuenta de que efectivamente existía el programa y presentar su postulación, Daniel salió beneficiado gracias al alto puntaje que alcanzó.
Cuatro años después era mi turno. Sabía que, a pesar de tener un cupo asegurado en una universidad pública, seguía siendo complejo para mis padres pagar la matrícula; más aún si sumábamos a eso los pasajes, alimentación, libros, fotocopias y demás elementos que conlleva el estudio de una carrera.
Para mi sorpresa y la de mi familia, al igual que mi hermano logré salir beneficiada con el Fondo EPM. Cada semestre debía pagar tan solo el 10% de la matrícula y aquel 90% restante de la deuda podía ser condonado de acuerdo a mi rendimiento académico y a las horas de servicio social que debía prestar.
Semestre a semestre pagué aquellas horas de servicio, apoyando en la transcripción de textos del periódico de la universidad junto a varios de mis compañeros. Éramos muchos más beneficiados de los que yo alcanzaba a imaginar.
Finalmente, en agosto de 2018 obtuve mi anhelado título como periodista, en compañía de mi familia, mi pareja y mis amigos. Aunque ese día no llevaba reloj, sentí que el tiempo había pasado desapercibido durante los últimos cinco años y que, de repente, se detenía para marcarme el inicio de una nueva etapa en mi vida, una mucho más feliz llena de oportunidades que se revelaban ante mí.
Hoy, cuando Comfama entrega la operación del Fondo Sapiencia EPM, solo tengo palabras de agradecimiento. Siempre soñé con ser narradora de historias y con conectarme profundamente con realidades diversas para darles voz y rostro. Por eso les digo gracias, por ser tejedores de sueños y por ser vitales para mi futuro, el de mi familia y el de tantos idealistas.