Ver a los Juan Pablos es quizá una de las muestras más genuinas de amor, cuidado y complicidad de la que uno pueda ser testigo.
Hace 21 años, la familia Sanín Galeano recibió la noticia de que su segundo hijo, Juan Pablo, vendría al mundo con una discapacidad que le impediría desarrollarse en espacios regulares, aun así, los esposos no dudaron un segundo en comprender que la vida les presentaba una prueba, y que así como llegaba el desafío, también encontrarían la fuerza necesaria para afrontarlo.
“Cuidar a Juan era una labor de la que toda la familia era parte, gracias a Dios recibimos siempre mucho apoyo y cuando yo me quedé sin trabajo tomamos la decisión de que yo me quedaría haciendo las labores de la casa y cuidando al niño, mientras mi esposa y mi hija trabajaban”, comenta Juan Pablo, padre.
La discapacidad cognitiva que padece Juan Pablo le impide hablar, pero ese no parece ser un limitante para expresarlo todo: asombro, emoción, enojo, desconcierto, curiosidad; es un verdadero regalo observarlos ser en lentitud, en comprensión, en el espacio simple de compartir un desayuno en casa o en el retador de salir al mundo bajo estereotipos que siguen sin hacerlos sentir identificados.
“Nosotros salimos mucho con Juan, a él le encanta coleccionar carros y montar en carro, por eso, yo todos los días lo llevo a dar una vuelta en el vehículo familiar y los fines de semana salimos de paseo; sabemos que la gente nos observa, pero queremos que nos vean como lo que somos: una familia que sí es normal”, concluye el padre, quién actualmente desarrolla la labor como cuidador de una persona con discapacidad y que hoy puede ver reconocido su rol por medio de beneficios como la cuota monetaria para cónyuges cuidadores.