Tres, cuatro, cinco meses, ya ni recuerdo cuándo había sido la última vez. Pasar de visitar la casa de la abuela de una a dos veces a la semana, escuchar sus historias, comer los fríjoles que prepara o simplemente sentarnos a ver televisión, a no poder visitarla ni por 15 minutos ni una vez al mes, era desesperanzador.
Sin embargo, cambiaba el panorama, la cuarentena se acababa y sentía que era momento de volver a verla, el momento de recuperar ese espacio que nos recarga a ambos .
El primer paso: evaluar cómo me sentía, el autodiagnóstico. No haber presentado ningún síntoma en la última quincena ni el día de la visita, me motivó a visitarla. Seleccioné uno de los cinco tapabocas que guardo y emprendí el recorrido.
Equipado con alcohol y jabón antibacterial llegué a su casa, a casi 10 minutos de distancia de la mía. De la portería me dejaron ingresar sin ningún inconveniente y estaba a minutos del anhelado encuentro.
Subiendo al apartamento me encontré con una prima, que vive con ella y a quien no me acuerdo hace cuántos meses no veía. Sin beso, sin abrazos, un saludo distante, pero con mucho cariño. Llegamos a la casa y ahí estaba ella, mi abuela.
Si en los lugares públicos hay protocolos, en su casa también. Baño en alcohol, quitarse los zapatos, lavado de manos, dos metros de distancia: primero el cuidado. Antes nos reuníamos toda la familia, 15, 20 personas; ahora éramos solo cuatro, incluyendo otro primo que vive con ella.
Otro saludo distante, pero con amor. Si bien hablamos por teléfono, este era el primer encuentro personal en muchos meses. Le gustan las celebraciones: cumpleaños, fechas especiales; este año no se pudo, pero ahí estábamos juntos como si lo estuviéramos celebrando todo, al tiempo.
Ella, aburrida del encierro. Le gusta mucho la calle y las visitas. Antes de la cuarentena no había día en el que no saliera o la visitara alguno de sus hijos, nietos, amigas. Es consciente de que esos días todavía están lejos de volver a suceder, pero poco a poco quiere retomar una nueva cotidianidad. Ha salido a caminar en la unidad donde vive y en los próximos días tiene una cita médica, la primera en muchos meses.
Si antes las visitas podían durar hasta un día, en este caso el tiempo fue limitado. Cerca de hora y media en la que pudimos compartir, hora y media resumida en casi cinco meses sin vernos. “Esperemos que esto pase rápido”, dijo.
Una despedida también a la distancia, sin abrazos, ni besos, pero con mucho significado. Esperamos vernos pronto, así sea de una manera limitada, con restricciones, contabilizando el tiempo, bañándonos en alcohol, sin vernos la sonrisa. Primero el cuidado.