Luisa Fernanda Sánchez nunca imaginó que su embarazo se convertiría en una carrera contra el tiempo. La Clínica Panamericana fue su refugio en esta batalla, el lugar donde su hija, María Antonia, se aferró al mundo.
Clínica Panamericana: donde la vida encuentra el cuidado

Desde el primer instante, Luisa sintió que algo era distinto. La alegría de saber que sería madre de nuevo se mezcló con la incertidumbre cuando, en una ecografía, los médicos detectaron lo inesperado: una mola hidatiforme parcial con feto vivo. Esta rara condición, que ocurre en 1 de cada 100.000 embarazos, significaba que su bebé compartía espacio con un tejido invasivo que absorbía los nutrientes esenciales para su desarrollo. Era el primer caso registrado en Urabá.
La decisión no fue fácil. Los especialistas plantearon dos caminos: interrumpir el embarazo o seguir adelante bajo estricta vigilancia médica. Con el corazón en la mano, Luisa y su familia optaron por la esperanza.
El camino estuvo lleno de pruebas. Controles constantes, exámenes y reposo absoluto marcaron los meses siguientes. La Clínica Panamericana se convirtió en su segunda casa, un espacio donde la incertidumbre se combatía con ciencia y acompañamiento. A pesar de los riesgos y con las estadísticas en contra, la vida en su interior se aferraba con fuerza.
Todo cambió la madrugada del 30 de diciembre. Un dolor inesperado llevó a Luisa a la clínica. Las contracciones habían comenzado, y con solo 27 semanas de gestación, su hija estaba lista para nacer. En una cesárea de emergencia, María Antonia llegó al mundo: frágil, diminuta, pero con una valentía inmensa.

Durante 2024 atendimos 2.078 partos en la Unidad de Obstetricia y recibimos a más de 276.000 pacientes en la Clínica Panamericana, la institución de alta complejidad más importante de Urabá.
Su nombre, elegido con fe, llevaba consigo un mensaje de resistencia: María, por la Virgen, y Antonia, que significa valiente. Apenas nació, fue trasladada a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatal de la Clínica Panamericana, donde un equipo de especialistas luchó por su vida durante 40 días.
Mientras tanto, Luisa también enfrentaba su propia batalla. La mola debía ser retirada con varias intervenciones quirúrgicas y transfusiones de sangre. Las noches de incertidumbre parecían interminables, pero la fe la sostuvo en pie.
Día a día, María Antonia desafió todos los pronósticos. Su evolución sorprendió a los médicos y, antes de lo esperado, pudo irse a casa, al barrio Laureles. En estos momentos, Luisa y su familia, en Apartadó, miran atrás con gratitud. Saben que sin la atención de la Clínica Panamericana la historia habría sido otra.
En su piel lleva tatuada una frase que le recordó que nunca debía rendirse: «Mantén la fe». Porque cuando todo parece incierto, la fe es la certeza de que, de alguna manera, todo saldrá bien.