Mientras el país vivía un estallido en 2020, estaba en entredicho la confianza en las instituciones, en las calles se reclamaba mayor justicia social. Un extendido malestar ciudadano se expresaba como resultado de múltiples reclamos históricos y otros hechos coyunturales agudizados por la pandemia, el aislamiento obligatorio y la crisis social y política agravada por estos. Rápidamente propagó un ambiente contagiado por la desconfianza.
¿Cómo volver a confiar cuando se vive en un país polarizado y, por lo tanto, fracturado? El momento exigía de nosotros una decisión y optamos por la confianza, considerar que el otro es también responsable de su bienestar y que esto redunda en el nuestro. Basta crear y cultivar ese camino y asumirlo como nuestra responsabilidad, una que piensa en el «nosotros» construido desde y gracias a la diferencia.
La confianza por sí misma conlleva una primera tarea: reconocer el privilegio y luego, escuchar. Después de la crisis, la confianza se ha construido lentamente como una artesanía, dándonos el tiempo para comprender la fragilidad de un momento histórico y gracias a ella, reconocer que el empresariado también debe habitar escenarios en los que converse con sectores que tal vez, en otros momentos, parecían lejanos.

Adolfo Eslava propone reorientar las conversaciones para reconocer qué es lo que tenemos, pero también qué es lo que queremos. Por su parte, Gustavo Duncan identifica que lo ideal para un escenario de escucha y de diálogo en dos direcciones es que haya diversidad de voces.
Hay que dejar de callar, hay que romper la burbuja y salir del ensimismamiento y entablar conversaciones difíciles o impensables para reconstruir un tejido social en el que, tanto la sociedad civil como el sector empresarial se sientan cobijados.
Esperanza es atreverse a confiar, aún en medio de la crisis.
778.454 asistentes tuvimos el año pasado en nuestras actividades de Cultura. Además de fomentar la lectura, propiciamos conversaciones para ampliar perspectivas y descubrir mundos.