Después de 14 años en la misma empresa, Ana Isabel Guzmán perdió su empleo por la pandemia. Una historia acerca de transformar la tristeza en motivación para ayudar al otro.
El día que Ana se fue por la pandemia del COVID-19 de la empresa donde había trabajado «toda la vida», les dijo a sus compañeros: «no se mueve una hoja de un árbol sin la voluntad de Dios». Ana, de 35 años, es una mujer llena de fe y amor. Por eso reconoció su tristeza y elaboró su duelo por la partida.
Leyó mucho, asistió a talleres, comenzó clases de yoga y una nueva oportunidad se le presentó: emprender. Poco a poco, con el paso de los días, un propósito se metía en su cabeza: ayudar y acompañar a quienes estaban aún más afectados por la contingencia.
La oportunidad llegó por el WhatsApp de sus clases de yoga, el profesor envió una invitación para ser parte de la red de voluntarios de Comfama. «Ver ese mensaje me llenó de felicidad», cuenta Ana. Ella pasó el proceso para ser voluntaria en la tribu de acompañamiento amoroso, encargada de llamar a personas que se sintieran solas o experimentaran síntomas de ansiedad y depresión.
Aunque el voluntariado en el que participó Ana surgió para acompañar a las personas más vulnerables a la pandemia por el COVID-19, ella quiere seguir dando tiempo, cariño y servicio cuando la crisis pase.
Ahora, Ana es embajadora de varios productos por catálogo. Encontró en este trabajo la oportunidad de emprender y manejar mejor sus ingresos. Continúa siendo voluntaria. «He sentido que en el dar y en el servir es cuando más se recibe. Todos, absolutamente todos, ganamos», concluye.
790 idealistas se han unido a través del compromiso, el amor y la empatía para acompañar a los antioqueños a superar los momentos difíciles. 236 de los voluntarios son trabajadores de Comfama y 554, externos a nuestra organización.
Servir es proponer espacios para cuidar a quienes atraviesan momentos difíciles.