Carlos Andrés Rendón vive en Urabá y contrajo la COVID-19. Pudo haberlo superado y seguir su vida como si nada, pero eligió contagiar con el poder del autocuidado a las personas con las que interactúa. Una historia de cómo el virus le permitió aprender a respirar conscientemente.
Era viernes y llovía en la plantación de banano en la que trabajo, seguí laborando sin contratiempos, pero debí parar mis tareas a pesar de sentirme fuerte y sano, pues hace poco me repuse de una neumonía.
Llegué a mi casa en el corregimiento de Currulao en Urabá. Compartí con mi familia y pude dormir fácil. El despertar fue completamente distinto, tenía una sensación de no haber descansado y el cuerpo estaba débil. Al principio pensé que sería pasajero. Fui a un médico particular, recibí una fórmula y me tomé los medicamentos recetados con disciplina. Dos días después, el termómetro marcó 38.6 °C, tenía fiebre, ¿y si era la COVID-19?
Tomé mi celular y llamé a la encargada de salud ocupacional de la empresa en la que trabajo, quien inmediatamente y sin dudarlo me dijo: «no puedes venir a trabajar así, quédate en tu casa». Me hicieron la prueba y el resultado fue claro: positivo para la COVID-19. ¿Me asusté?, sí, ¿me desesperé?, mucho. Necesité tiempo para recobrar la calma y vencer el miedo que produce recordar cada noticia en la televisión acerca del tema.
Inmediatamente empecé a recibir atención médica, entré al programa de oxigenoterapia de Sura. Además, el acompañamiento telefónico fue permanente, también algunas visitas de los médicos, en las que medían mi nivel de oxígeno con un oxímetro. Aunque la fiebre había bajado, mi sensación de ahogo aumentaba.
481 personas recibieron oxigenoterapia en alianza con Sura EPS. Además, entregamos 25 nuevas UCI en la Clínica Panamericana, en Urabá, en alianza con nuestros socios y gracias a donaciones de Bancolombia y Augura.
Tuve mala suerte. El 90 % de las personas que se someten a la oxigenoterapia, un programa de Sura para el tratamiento de la COVID-19 y descongestionar los centros de salud, se recuperan del virus en casa. Mi caso fue distinto, regresó la neumonía que días antes había vencido, tuve que ser trasladado a la Clínica Panamericana, ser conectado a oxígeno y recibir cuidados especiales. 72 horas duró mi travesía por el mundo del coronavirus.
Regresé a casa, estuve aislado 15 días y aprendí algo: a respirar. Algo que antes era cotidiano, se convirtió en un privilegio. Por eso a todas las personas con las que hablo les pido que se cuiden, que usen el tapabocas, que se laven las manos cada tres horas durante cuarenta segundos, que si pueden mantengan el distanciamiento físico de dos metros con los demás y que si se sienten mal lo reporten. Creo que todos tenemos un superpoder: el del autocuidado.