Ese que escribe versos repletos de verano estando en primavera, ese soy yo, canta Diomedes. Ese es Bohío, recita Daniel Velásquez, creador de una marca de ropa que huele a brisa, coco y sal.
Esta es la historia de una microempresa a la cual la conciencia le ha permitido crecer: la conciencia de que las empresas pueden aportar a que el mundo sea más sostenible, más “tranqui”, más feliz.
Juglares vallenatos, salsa del Pacífico y ritmos para bailar descalzo sobre la arena fueron la inspiración de Daniel, comunicador social y periodista, vocalista de una banda de música tropical y amante de la ropa “fresquita”, para convertirse en empresario.
Las camisas que en 2014 eran identidad de su banda, La Fragua, ahora viajan desde Medellín hasta San Andrés, Panamá, Puerto Rico, Guatemala, y Chile. Hoy las acompaña una colección de gorras, faldas, vestidos, tenis y sombreros. También camisetas, pantalonetas y tapabocas hechos con algodón reciclado y plástico que antes contaminaba el mar.
Daniel cuenta que dejó su trabajo como publicista para dedicarse a la música. Pero pronto el camino le mostró que debía compartir su pasión con el emprendimiento. Empezó a vender las camisas que sus seguidores tanto le admiraban en los conciertos.
"Tírese sin miedo"
Si le pides un consejo a Daniel, te dirá sin pensarlo: “Tírese sin miedo”. Es lo que él hizo cuando renunció a su empleo, como tantos emprendedores en Colombia cuando se enamoran de una idea.
De publicista pasó a diseñador, vendedor y mensajero de las camisas que su aliada, Beatriz Calle, confeccionaba. Daniel se las enviaba a artistas como Juanes y Juan Pablo Vega, y ellos empezaron a promocionarlas.
Dos años después, Bohío empezó a hacerse popular: las giras con la banda de Daniel reñían con el tiempo que debía dedicarle al negocio. Entonces buscó a su hermano para que se convirtiera en su socio. En ese entonces Juan Camilo ocupaba un cargo ejecutivo de una multinacional: “Brother, ¿pero cuánto estás vendiendo? A ver sí nos da pa’ vivir de eso a los dos”.
— Yo no sé cuánto estoy vendiendo, pero nos está yendo bien y nos va a ir bien.
Juan Camilo no tardó en tomar la decisión, renunció a su empleo y empezó a proyectar el negocio para multipicar las utilidades por seis. Juntos, los hermanos empezaron a afinar el negocio e-commerce, ampliaron el portafolio y abrieron el primer local de Bohío en Envigado, “el templo del sabor”, como le dice Daniel.
Con el crecimiento llegó el primer aprendizaje: planear mejor el proceso de producción y el inventario. La tienda les quedó grande, se quedaron solo con dos camisas para la víspera de Navidad, y algunos clientes se quedaron con ganas de regalar bohíos a sus seres queridos.
Además de las puntadas de doña Beatriz Calle, se sumaron otras seis personas mayores de 60 años que confeccionan unas 2 mil prendas al mes, un servicio de mensajería de personas en situación de discapacidad que se movilizan en vehículos eléctricos, y toda una estrategia para que, además de evocar la playa en cada prenda, Bohío se convirtiera en guardián de océanos.
De camisas hawaianas a “pintas” que salvan mares
¿Para qué hacer ropa de playa, si luego termina desechable, contaminando el mar? Daniel y Juan Camilo se plantearon esa pregunta luego de participar en un programa de formación con SociaLab y ELPAUER.
“La asesoría nos guio para enfocarnos en la sostenibilidad de nuestras prendas. Nos dio luces en la parte financiera, estratégica y de gestión humana”, cuenta Juan Camilo.
Investigando, visitando ferias textiles en Medellín y conectándose con otros emprendedores, potenciaron una línea de ropa elaborada con 5 botellas plásticas sacadas del mar y algodón reciclado. En el último año, el de la pandemia, esas prendas slow fashion son también pantalonetas y tapabocas.
Calcula Juan Camilo que, hasta ahora, Bohío ha reciclado 45 mil botellas de plástico PET.
Hacían falta sombreros para completar su colección de ropa para gozar el mar. Se inspiraron en los pescadores del río Orinoco y en las artesanías ancestrales de los Llanos Orientales para que los bohioplayeros se taparan del sol. Las hojas secas y caídas de las palmas de moriche, que adornan esa región tropical, les sirvieron para ofrecer el que ahora es su producto estrella.
En Bohío navegan “tranqui” al ritmo del Joe Arroyo y del Grupo Niche. Daniel y Juan Camilo buscan llegar a puerto: una marca 100% sostenible.