Siete de la mañana. El noble silencio permite que los árboles crujan mientras se despierta el día. Pájaros, agua, pasos. Todos y todas se desplazan hasta el salón principal y se saludan con la mirada, las manos, el cuerpo. Algunos cierran los ojos, otros miran el mundo con atención especial. Es hora de la meditación colectiva, de la pausa antes de la vida.
Laura Espinosa, quien desde hace un tiempo es instructora Yoga, no es ajena a este ritual de conexión y presencia. Aquí. Ahora. Eso es todo lo que existe. Los sentidos están activos y dispuestos, al igual que el corazón. Mientras lo vive, serena, guarda como tesoros dos nuevos aprendizajes para su práctica y enseñanza: las respiraciones Ujjay y Kapalabhati.
Luego vienen los asanas, las posturas físicas que conectan la mente y el cuerpo a través del movimiento, la fuerza, el balance, la flexibilidad o la quietud. Aquí fluye como el agua, el Yoga está en su esencia. Es lo que la motivó a irse todo un fin de semana a un Ashram en medio de un bosque entre los municipios San Rafael y San Carlos, en Antioquia.
Se trata de Vanadurga Ashram, un espacio sagrado que se rige por la ecología védica con principios de permacultura y salud según el Ayurveda, la medicina tradicional de la India. Este lugar es el resultado de la unión de diversas personas cuya visión en común es compartir otro modelo de existencia: uno local, solidario, regenerativo y en armonía con la naturaleza.
Por eso abre sus puertas a aprendices y viajeros que estén dispuestos a emprender una travesía hacia su interior. “Conocer esta mirada ante la vida y conectarse con un lugar lleno de árboles, paisajes, animales silvestres y agua pura fue lo que más me transformó de este viaje”, cuenta Laura, “esos elementos te acompañan a volver a la esencia que hay dentro de todos nosotros”.

Más que las clases, los deliciosos platos vegetarianos y la biodiversidad que la rodea, Laura agradece la posibilidad de soltar su celular. En el Ashram solo hay señal en lugares específicos y para ella, que está acostumbrada a trabajar, comunicarse y entretenerse en su dispositivo, eso es un regalo inolvidable: el de desconectarse para conectarse.
Termina la clase de yoga, sigue un desayuno repleto de alimentos cultivados en la huerta de la comunidad y continúa el tiempo libre que, a diferencia de lo que suele suceder en medio del afán de la ciudad, aquí sí es protagonizado por la libertad. Laura camina a la quebrada, se mete al río, lee un libro, conversa con otros viajeros o habitantes del Ashram y se permite momentos de contemplación natural.
La Tierra, esa maestra presente en cada rincón del lugar, la abraza, la cobija, le recuerda la red de la que hace parte. "Hace tiempo he estado en este camino de crecimiento espiritual personal y esta ha sido una oportunidad valiosísima para escuchar lo que mi cuerpo tiene para decirme, para aprender del silencio, para conocer a otros que están en esta misma búsqueda”, cuenta.