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Urabá es negra, indígena y megadiversa

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Urabá es negra, indígena y megadiversa
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«Nau drúade bemata Jamáunta yodimemberá». «Esta tierra es de todos» [En emberá]

En Urabá el sol nace con ardor entre radículas de mangle y espejismos de agua de plata que reflejan el encuentro de las dulces corrientes del río Atrato con las olas saladas del Atlántico. En las tardes el calor se amansa sobre un mar verde de plátano y banano, y en las calles el aliento húmedo de la serranía del Abibe y el Darién aquietan los ánimos de setecientas mil personas que viven en esta tierra, diez por ciento de la población de Antioquia.

Según Martín Jaramillo, cuentero de lengua entrenada, poeta hiperbólico y creador del escudo del municipio de Apartadó, en Urabá se queda corta esa frase típica que se repite y se repite desde tiempos inmemoriales: «Cuando pasa un silletero, es Antioquia la que pasa».

Recuerda, por ejemplo, que en un festival departamental de trova un grupo de Arboletes se subió a la tarima y empezó a tocar un vallenato. Los silbidos no se hicieron esperar. Jaramillo fue llamado por el organizador del encuentro para calmar los ánimos de la gente con algunas palabras y esto fue lo que les dijo: «Qué pena con los que son de Medellín, pero ¿ustedes creen que los antioqueños de Arboletes nos van a poner a bailar bambucos si tienen influencia de la costa Caribe?».

La gente se quedó callada.

¿Cómo encontrar el hilo invisible que teje la cultura de los arrieros de la cordillera andina del interior con los pescadores que meditan bullerengues en el golfo de agua dulce? ¿Cómo equiparar la astucia de los negociantes paisas con las tácticas que inventan los cunas y los emberá katíos para comerciar desde sus resguardos indígenas verduras y artesanías de chaquiras? ¿Cómo juntar en un mismo atuendo la ruana y el carriel con el sombrero vueltiao y la melodía de un acordeón frente al mar? ¿Cómo entender que lo común es el arraigo, esa idea abstracta de pertenencia a un lugar imaginario que se llama Antioquia?

«Antioqueños somos todos los que nacimos en Antioquia», opina Hermes Díaz, monseñor de la iglesia anglicana y coordinador de la biblioteca Papagayo, de Chigorodó: «Estamos los negros y los indígenas, manifestaciones de la cultura antioqueña que también merecen ser tenidas en cuenta».

En Urabá, Antioquia es negra, mestiza e indígena.

La cordillera de los Andes que recorre toda Suramérica termina mestizada con la serranía del Abibe, formando un escudo de montañas donde chocan las corrientes de aire selvático que suben desde Chocó. Estos flujos de tierra, agua y aire marcan los ritmos de la cultura que se mueve en este ecosistema. Los lenguajes administrativos que dividen la región en cerca de 26 territorialidades limitan la visión de esa línea quebrada de accidentes costeros que vista desde arriba parece el vientre de algo que se está engendrando: el golfo de Urabá.

«El golfo nos permitía conectarnos con los caminos de río de nuestros antiguos pueblos. El río Churidó, el río Apartadó, el río Grande, el río Turbo, el río Canalete, el río León, incluso hoy se puede observar todavía esa gran fuerza con la que baja el río Mutatá», dice Urabá Ruiz, creador, gestor cultural y docente de la Universidad de Antioquia.

En esta tierra los chilapos, chocoanos, indígenas y paisas han encontrado convivencias híbridas en comunidades imaginadas que llamaremos «naciones», con el único propósito de resaltar los diferentes ritmos que han aprendido a bailar juntos. Los testimonios de sus cultores, unidos en un caleidoscopio de memorias, nos ayudarán a darle sentido a este territorio por punta y punta: desde Arboletes —la nación costeña—, pasando por Turbo —la nación negra—, Apartadó, Carepa y Chigorodó —la nación paisa— hasta los límites de Mutatá —la nación indígena—.

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Que partamos de la nación costeña no resulta arbitrario en este viaje. Pasa que no fue por el sur, como se cree en la capital de Antioquia, por donde entraron los primeros pobladores a las tierras indómitas del Darién. Gonzalo Mejía tardó treinta años en construir una carretera que asomó su boca al mar de Necoclí en 1951. Y mientras esto ocurría, paisas, chocoanos y cordobeses armaban nuevos poblados a lado y lado de los caminos, en una tierra donde ya el bolivarense Eusebio Campillo, conocido como el rey de la tagua, monopolizaba el negocio de exportación del marfil vegetal, con el que se fabricaban botones para los uniformes de soldados que se enfrentaban en las guerras mundiales. Pero mucho antes, previo a la aparición de cualquier vestigio de españoles, ingleses o franceses, de antioqueños o bolivarenses o cordobeses, Urabá ya era tierra de los indígenas cunas.

«Fueron ellos los que pusieron el nombre de Darién, porque son poetas. Como veían los arreboles del atardecer le pusieron “La tierra del sol poniente”. Donde “Dar” es el sol, e “ién” es algo que está a punto de irse», explica Luis Vélez, el historiador orgánico de Urabá, desde una pequeña oficina en la Casa de la Cultura de Turbo que ha ido llenando de objetos precolombinos, cuadros indígenas y tiestos prehispánicos de una historia de la que ya casi nadie habla.

Los indígenas cunas resistieron el dominio español que intentaba someterlos entre los siglos XVI y XVIII, incluyendo a las misiones de jesuitas, aliándose con sus enemigos. Los piratas y aventureros escoceses, franceses e ingleses fueron en su momento importantes aliados para contener las fuerzas de los invasores españoles hasta forzarlos a tener un trato amable con ellos y a negociar el territorio. «Si vamos al cuento y nos remontamos a lo que significa eso en clave histórica, todo esto que vemos es de ellos», dice Urabá Ruiz.

Trescientos años después de las negociaciones con los españoles, los indígenas comparten la que fue su tierra con chilapos y chocoanos que comen arroz con coco, pescado frito, patacones, gallina guisada y sancocho. Un territorio que aparece siempre en las conversaciones de los «cultores» de la región como un referente de organización de los procesos culturales.

En Arboletes está la familia de los Suárez Coa, el grupo Orgullo de Antioquia y otras agrupaciones de champeta y folclor cartagenero. En San Juan ha primado el bullerengue. Hay semilleros en todas las veredas, así como escuelas de vallenato y de pintura. En esta subregión se han forjado importantes exponentes culturales a nivel nacional e internacional, como el acuarelista Julio Carlos Angulo y el colectivo Urabá que se proyecta como referente fundamental de la danza afro del país.

Por: María Isabel Naranjo