La Atenas del Suroeste
En el mundo, Jericó es una ciudad palestina con más de diez mil años y hace parte de la lista de ciudades más antiguas del mundo. En Antioquia, Jericó es un municipio conocido como «la Atenas del Suroeste» gracias a su riqueza cultural: es el único pueblo antioqueño que puede darse el lujo de tener seis museos para doce mil habitantes, con programación permanente, múltiple y diversa todo el año.
A esta otra Atenas del mundo llegó a vivir un inmigrante griego que además era judío, y se quedó para siempre enamorado de esta tierra y de Manuela Prieto. De ese amor nació Roberto Ojalvo, un distinguido jericoano que estudió Derecho, pero jamás ocultó su preferencia por las Ciencias Sociales y Naturales. Pasó 34 años en la Universidad de Antioquia ocupando diversos cargos, y los últimos quince años estuvo como director del Museo Universitario (MUUA). Regresó hace 10 años a su ciudad natal para convertirse en el director del MAJA, que algunos no dudan en llamar «el alma cultural de Jericó».
El MAJA es la unión del Museo de Arte de Jericó y una idea que ya cumplió 40 años: el Museo Arqueológico, una colección de cerca de 3.000 piezas precolombinas de cerámica, lítica, oro y tumbaga, vestigios de culturas indígenas que habitaron esta región y el sur de Colombia, y que han sido inventariadas y clasificadas por antropólogos de la Universidad de Antioquia.

Con esta trayectoria de casi medio siglo dedicado a pensar el acceso a la cultura, la educación y los museos, Roberto Ojalvo opina que la cultura debe entenderse más allá de la mirada clásica de las bellas artes, pues abarca los mundos de las costumbres, las relaciones sociales, la gastronomía, el vestuario, la religión, la lengua, la relación con el medio ambiente, las manualidades, el concepto de uno mismo y de la conciencia de ser seres sociales. En ese sentido, observa que el comportamiento social y cultural de los jericoanos sobresale por «su hospitalidad, su civismo, su sentido de pertenencia, su disposición para atender convocatorias y para participar en eventos sociales y culturales de la más diversa índole».
Roberto Ojalvo nos recuerda que hablar de cultura en Jericó también tiene que ver con el interés que tienen de proteger sus montañas, cuidar el agua, conservar el paisaje y no permitir que la cultura sea superada por lo inmediato y por lo efímero:
«Esta presencia de la cultura en todos los ámbitos de la vida doméstica y también en lo social es lo que le ha permitido a Jericó ser “la Atenas del Suroeste”. Igualmente, esta cercanía a la cultura y al civismo nos ha permitido a la gran mayoría de los jericoanos de todas las épocas, vivir con dignidad, sin apego ni ambición por lo material, siempre en la certeza de que todo lo material que nos acompaña es efímero, pues si lo es la vida, ¿qué no será el dinero y lo que con él se obtiene?
»Nunca nos hemos sentido tentados por bonanzas de ninguna índole, nunca nos han deslumbrado el dinero fácil, ni las promesas y ofertas de dar un gran salto a las comodidades que nos ofrece el momento. Solo ambicionamos tener trabajo digno en la cultura, el comercio, en la agricultura, en la administración pública, en el magisterio o en el turismo.
»Nos interesa y enternece conservar nuestros parches de bosque nativo, así solo sea para la contemplación y para tenerlos como patrimonio para la humanidad, nos interesa la pureza y el sonido del agua, nos interesan las mariposas, y los grillos, los gavilanes y las guacharacas, nos enamora la compañía del canto del búho en las noches oscuras, pues sentimos una gran responsabilidad con nuestros hijos y con las generaciones futuras, pues no somos dueños de lo que nos rodea, solo administradores.
»Este desapego por lo material y este amor por el entorno es el que nos ha librado de las armas y de quienes las manipulan, es nuestro entorno el que nos ha permitido ser envidiados por vecinos y turistas, es este amor y la coraza que da la cultura, lo que nos ha ayudado a sobrevivir aún en épocas de dificultad en las que la herencia de nuestros mayores y la dignidad con la que vivieron y que nos transmitieron, nos han permitido avanzar.
»No queremos interrumpir el sonido del viento ni borrar la mancha blanca de los yarumos en el bosque, ni desacomodar a los barranqueros de sus cuevas, ni silenciar el ronco canto de las mirlas. No ambicionamos tener ríos de gente sin arraigo explotando nuestra tierra, no nos interesan amigos y socios temporales mientras se benefician de nuestra riqueza. No queremos ser ricos ni prósperos a cambio de perder nuestro paisaje, nuestras aguas, nuestra juventud, nuestra idiosincrasia ni que nuestra cultura sea superada por lo inmediato y por lo efímero.

»Sin demeritar ni ofender, quiero preguntar a ustedes, si les gustaría cambiar lo que es hoy Jericó, con problemas de liquidez, con desempleo y con muchos otros aspectos para mejorar, por municipios de Antioquia en los que desde siempre han sido explotadas sus riquezas, tanto de manera industrial como informal y que hoy se encuentran entre los más atrasados del departamento, pues no solo carecen de niveles adecuados de desarrollo social, sino que deben cargar con males como el deterioro ambiental, la violencia, la población marginal, la prostitución y muchos más.
»El mirarnos en estos espejos, nos lleva a manifestar de manera consciente que NO queremos cambiar nuestra vocación económica, que no queremos degradación ambiental ni social, y que, en su lugar, queremos que el orgullo de nuestras mujeres sigan siendo las bifloras y los novios más florecidos, las cebollas más fértiles y los fríjoles mejor sazonados. Queremos que nuestros hombres se sientan felices de tener la mejor mula o el mejor cafetal, de que el precio del café en New York suba dos centavos y de poderse sentar en la terraza a arreglar el mundo con una inversión no mayor al costo de cuatro o seis tintos. Queremos que nuestros niños y jóvenes esperen con ansia las vacaciones para bajar temprano al río o para subir en competencia al parque de las nubes, que sean dignos, sencillos, medidos en sus gastos, orgullosos de sus ancestros y cultos».
Notas, ensambles y sueños
En enero de 2019, se celebró en Jericó, por primera vez, el Hay Festival con el apoyo de Comfama. Un evento de literatura y artes que trajo al municipio invitados de talla internacional. Los aliados de Comfama en el municipio aseguran que ochenta por ciento de la boletería para las charlas y las conferencias las compraron los mismos jericoanos que disfrutaron junto a los visitantes de todos los eventos. Por los comentarios que se escucharon en los cafecitos y las tienditas de Jericó cuando ya el turismo del festival se había disipado, el más significativo para ellos fue el ensamble musical entre la banda de música de Jericó y los músicos de la agrupación Puerto Candelaria.
«Para mí es muy gratificante y un honor estar dirigiendo la banda donde yo crecí». Esta frase la dice Danilo Osorio, un jericoano de diecinueve años, nacido en la vereda Guacamayal, a solo tres días de haber compartido el escenario con el ensamble de la banda de música Manuel Londoño Mejía —que él dirige—, Juancho Valencia y los músicos de Puerto Candelaria.
Estamos hablando en medio de los ensayos de la banda en un salón de la Casa de la Cultura. Unos afinan los instrumentos de viento, otros revisan sus partituras, todos sonríen cuando ven que su joven director está hablando de algo que lograron gracias a la pasión y la dedicación con la que hacen música todos los días.
«Cuando nos dijeron que íbamos a tocar con Puerto Candelaria fue como el boom para nosotros. Y después he tenido la oportunidad de hablar con varias personas, de escuchar: “gracias, lo hicieron muy bien, excelente, no se había escuchado así”. Ni los mismos integrantes de Puerto Candelaria se esperaban que tocáramos así. Todo fue muy gratificante», cuenta Danilo detrás de un escritorio vetusto de madera, con un computador que mira cuando se siente nervioso y algunos papeles sin orden encima de la mesa.
Antes de ser llamado como monitor encargado de la banda juvenil de Jericó, perteneció durante nueve años a las líneas de percusión —batería, bombo sinfónico, timbales latinos, congas—, y percusión menor —maracas, panderetas y platos de choque—, con los que ha participado en otros escenarios musicales a lo largo de su carrera: «He tocado con orquestas de pueblos y muchos músicos de Antioquia, con bandas de Barbosa, con la Filarmónica de Medellín», dice.

Gracias a su trayectoria y talento fue llamado luego como director encargado de la banda, pero él todavía no se lo cree. Espera que el nuevo director que llegue sea alguien con conocimientos más amplios que les permita subir de nivel. «A pesar de lo poco que sabemos, tenemos que aprender a ser grandes músicos. Y eso es lo que logro transmitirles a ellos. Pero en realidad no es tan fácil pararse al frente de los mismos compañeros y darles una dirección».
La banda tiene un ensayo general dos días a la semana para hacer los ensambles de las obras y otros dos días son de estudio personal. En estos nueve años Danilo no ha conocido que se detenga este ritmo y por eso todo lo que se ve en el salón de ensayo, además de los tableros con partituras, los atriles y los instrumentos musicales, son reconocimientos de encuentros nacionales de bandas y reconocimientos de Antioquia Vive la Música.
Ahora bien, la historia de Danilo podría resumir la situación a la que se enfrentan los jóvenes en los pueblos del Suroeste. Hace cinco años se fue para Medellín a estudiar la Tecnología en Producción Agropecuaria, con énfasis en auxiliar veterinario. «Estudié esto en el Sena durante cuatro años porque me gustan los animales». Después de hacer sus prácticas y trabajar durante cuatro meses en una empresa de pollos, un recorte de personal aceleró su salida. Probó a trabajar en la panadería de un familiar, en el grupo de operarios, mercadeo y ventas. Durante ocho meses estuvo encargado de surtir las tiendas y verificar la calidad del pan en el sitio. Su contrato terminó de un momento a otro cuando cerraron la empresa.
Pero en esos dos años y medio, mientras estudiaba en el Sena y trabajaba, nunca se separó de los procesos musicales. Perteneció a la Red de Escuelas de Música en Medellín, y pensando que iba a venir a Jericó los fines de semana, no se alejó mucho de la banda. «Cada quince días o una vez al mes venía a cubrir y fortalecer el área de percusión, que es mi fuerte».
Después de la finalización de su último contrato pasaron quince días sin una llamada de trabajo. Hasta que sonó el teléfono y era el director de la banda a la que él pertenecía. «Me dijo que yo era una persona responsable, organizada y juiciosa con todo lo que hago y eso le gustaba», así que lo invitó a tomar su puesto en calidad de «encargado», mientras encuentran otra persona que pueda reemplazarlo. «Si no se hubiera terminado ese trabajo, no estaría acá», es la explicación que tiene Danilo para contar por qué terminó al frente del puesto que está hoy.
La banda es una de las primeras en su género y escuelas de música conformadas a nivel departamental. En la actualidad tiene 25 integrantes, más los refuerzos, que son los integrantes que se fueron a estudiar a Medellín y vienen cada fin de semana, como lo hizo él durante dos años.