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Postales del Suroeste

Amagá

Postales de Antioquia Amagá
Amagá

Roberto y León, dos amagaseños jubilados que viven en Envigado, llegan a la biblioteca Emiro Kastos de Amagá después de muchos años. Décadas. El abogado y el ingeniero pasan a dar «revista» —como dicen todavía—, a recordar viejos tiempos. Pasean por el salón amplio, entre las mesas y las estanterías con libros, observando las fotografías de alcaldes y personajes de la historia de Amagá que juiciosamente Julio, el bibliotecario, eligió y colgó en las paredes azul cielo.  

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Hablan en voz alta y las tres personas que hay en el salón los escuchan: 

—El padre Carrasquilla fue muy importante en los sesenta —dice Rogelio, el abogado.  

—Me acuerdo de que los mejores frisoles eran los de Fabio Agudelo —dice León, el ingeniero. 

—¿Te acordás que Luis Navarro Ospina daba limosnas de 1.000 pesos? 

—Me acuerdo de que la hacienda La Bonita era de caña. 

—Sí, cuando éramos carne, agricultura y caña.  

—Y yo cuando los arrieros repartían carbón en las casas.  

—Pero los trapiches se acabaron y se convirtieron en potreros. 

—Y antes teníamos minas, ahora nos está invadiendo la industria contaminante.  

—Yo me acuerdo de que en esta biblioteca leí un discurso del presidente Belisario Betancur.  

—¿Existirán todavía esos tomos de Don Quijote que donó Belisario? 

—¡Qué va, si el acervo cultural de este pueblo no existe!  

—Ahora que se murió Belisario, me pregunto: ¿qué fue lo que hizo él por este pueblo?  

—¿Le parece poco? Hizo que el pueblo se conociera. Antes, cuando estábamos a cinco horas de Medellín, nadie hablaba de nosotros. 

 

Carbón: comida 

Hay hechos relevantes para los historiadores de la academia que apenas se mencionan en la vida ordinaria de la gente de Amagá. Anécdotas que nadie trae a colación en las conversaciones pasadas con café a las siete de la mañana en Claro de Luna, o en las trasnochadas con aguardiente en la discoteca que un día fue la casa del escritor Emiro Kastos. Es precisamente el caso de una historia a la que hacen referencia todas las monografías de la «Puerta de oro del Suroeste», pero que parece ser de un carácter tan anodino que pocas personas la recuerdan. 

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Según las crónicas de la Conquista, cuando la primera campaña del general Jorge Robledo llegó a este valle en la segunda mitad del siglo xvi, encontraron muchos árboles con unas frutas cuya forma les recordaba a otras que cultivaban en su tierra: las peras. Era la época en la que los conquistadores españoles, en sus exploraciones por Antioquia, bautizaban lugares y cosas que veían por primera vez, y a este sitio le dieron el nombre de «El Pueblo de las Peras». Manuel Uribe Ángel relata en su libro Geografía general que las frutas que los españoles probaron eran aguacates y guayabas; y que el sitio por el que pasaron estaba habitado por cuatro mil indígenas omogaes y senufanaes que le daban a su tierra el nombre de Omogá. 

Cinco siglos han pasado desde entonces. Las guayabas escasean y los aguacates aborígenes fueron reemplazados por hass, el nuevo «oro verde» que algunas empresas siembran en monocultivos para enviar directo al viejo continente, y los 32.000 habitantes que hoy viven en este territorio se denominan «amagaseños». 

Miguel Pérez de La Calle fundó Amagá hace 230 años, el 4 de agosto de 1788. Eligió este sitio ubicado a 36 kilómetros de Medellín y a 1380 m. s. n. m., en la cordillera Central y Occidental de los Andes, entre montañas rugosas, azules —en tiempos secos—, y bañadas por las aguas de la quebrada Sinifaná y del río Cauca. A esta altura, los cultivos de caña de azúcar, maíz, frijol, yuca, plátano y algunos árboles frutales han sido cultivados tradicionalmente por las familias amagaseñas, muchas de las cuales ayudaron a mediados del siglo XIX a abrir los caminos y a tumbar las selvas que le dieron paso a la colonización antioqueña del Suroeste.  

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Pero sembrar comida no es sinónimo de riqueza. Según datos del Anuario Estadístico de Antioquia, la siembra de plátano y banano se ha desarrollado como actividad complementaria sin perspectivas de ingresos; lo mismo que el frijol, el maíz y la yuca que se cosechan principalmente para el autoconsumo. Esto para decir que lo que mueve la economía de Amagá desde hace más de un siglo es lo que hay en los mantos de sus montañas: la hulla o carbón de piedra. 

—La minería nunca se va a acabar en este pueblo. Desde que tengo diez años acompañaba a mi papá a la mina, hoy tengo uno de los trabajos más peligrosos: soy el que abre la boca de la mina. Ya tengo mucha experiencia y me pagan muy bien...Ya tengo una casita para mi hija y dos motos. 

—¿Y cuántos años tienes? 

—Tengo veinte años. ¿Y usted?, ¿cuántos tiene?  

 

De minas y trenes 

Todas las mañanas, las mesas de la cafetería Claro de Luna están ocupadas por mineros jubilados que conversan, toman café y cuentan las hojas de los dos guayacanes amarillos que hay en el parque principal y que son «el símbolo de Amagá», me dice un viejo de ojos azules y sonrisa serena: «La batatilla también, pero esa berraca no se siembra, ella crece donde le da la gana». 

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Luego me explica en detalle el significado del triángulo negro con una estrella roja que aparece en el centro de la bandera verde y amarilla de Amagá. «El triángulo negro simboliza las minas de carbón y la estrella roja simboliza la sangre de los mineros que han muerto en ellas». En 40 años han ocurrido 8 accidentes en los que han perdido la vida 173 mineros. El último fue registrado en la prensa el 5 de abril de 2019 con el siguiente titular: «Dos mineros fallecidos por el derrumbe de una mina de carbón en Amagá».  

El carbón amagaseño ha sido la principal fuente económica desde finales del siglo XIX, y en esta historia el Ferrocarril de Amagá ofrecía una manera económica y rápida de abastecer de carbón a todos los ferrocarriles del occidente colombiano y a la industria que nacía en Medellín y que producía buena parte de su energía con máquinas de vapor.  

La extensión del Ferrocarril de Antioquia por Amagá, hasta el río Cauca, ayudó al rápido crecimiento de la población en el suroeste antioqueño y dio origen a nuevos núcleos urbanos como Bolombolo y La Pintada, que se desarrollaron alrededor de las estaciones del tren. El Ministerio de Cultura declaró en Amagá siete bienes de interés cultural: Estaciones del Ferrocarril de Minas, Quiebra, Salinas, Camilo Restrepo, Nicanor Restrepo, Piedecuesta y la Antigua Ferrería de Amagá.  

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Esta última representó un importante renglón económico para Amagá a mediados del siglo XIX. La siderita y la limonita compacta que hallaron en la vereda La Ferrería facilitaron los compuestos necesarios para la fundición de hierro. Lo que inició como un taller rudimentario de tornillos en esta vereda, se convirtió en la primera Siderúrgica Departamental.  

De la Siderúrgica salían planchas para ropa, trapiches, despulpadoras, ruedas dentadas, ruedas Pelton, tornillos, tuercas, estufas de carbón, y material para la construcción del Ferrocarril que empezó a proyectarse en el año de 1870. Belisario Betancur dijo una vez que «se puede decir sin exageración, que existe una Antioquia anterior y otra posterior al ferrocarril. Solo el tren pudo unir nuestras montañas indómitas y solo él nos encarriló, valga la expresión, por el camino de la industrialización». En la actualidad, la edificación se adecuó gracias al interés cultural de la nación como Centro Histórico y Cultural la Ferrería, pero hasta la fecha no ha sido entregada a la comunidad.  

 

Un cafecito por el recuerdo y una pregunta sobre el futuro  

Jorge Mario Ossa, un coleccionista melómano que tiene más de 32.000 grabaciones de música y se sabe toda la historia del Ferrocarril de Amagá, tiene un programa de radio que se llama Cafecito del Recuerdo en la «parabólica», que es el nombre con el que se refieren al Canal Comunitario del municipio. Jorge ha visto el cambio que ha significado para Amagá el pasar de una economía agrícola a una minera. 

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«La radio ya no es lo de hace veinticinco años. Estamos viviendo en un mundo un poco extraño. Con la minería de carbón vamos a acabar el campo. Antes las mujeres y los hombres salíamos era a sembrar y con las guayabas abonábamos la tierra. Yo sembré caña y café en la finca de los Navarro Ospina. Me tocó la época en la que era difícil conseguir mineros porque la gente estaba sembrando café y también la época en la que a esto se lo llevó el demonio. Ahora un palo de café no da para pagar prestaciones. Si desconozco el pasado no puedo conocer quién soy y hacia dónde va el futuro. Pero si todos sembráramos, nadie le robaría a nadie».  

Se dice que la minería de carbón estará regulada hasta el 2022, y que a partir de ese momento empezará a limitarse su intercambio comercial, por lo que los últimos planes de desarrollo del municipio se han replanteado su vocación económica. La pregunta es ¿qué vocación tendrá ese futuro? 

Por: María Isabel Naranjo