Cuando uno recorre el Oriente antioqueño se le quedan grabadas imágenes como estas: abundantes fuentes de agua rodeadas de bosques nativos, buses escalera que traen a las plazas de mercado los productos frescos del campo, fachadas de estilo colonial que guardan historias de otras épocas, artesanos que preservan la tradición de sus pueblos cada vez que fabrican una pieza única con sus propias manos, artistas talentosos que llenan de orgullo a sus paisanos.
Estas imágenes no se reducen al Oriente «cercano y lejano», una clasificación que solo mide distancias; el Oriente es uno solo, y en los veintitrés municipios de esta región es posible encontrar personajes que hablan de la riqueza de sus paisajes y de la necesidad de protegerlos de quienes les ponen precio. Es la historia de Lorena Duque, una mujer que encontró su paraíso en la Reserva Natural Zafra, treinta hectáreas de bosques y aguas cristalinas que comparte con los turistas que llegan a San Rafael en busca de la tranquilidad que solo se encuentra en el campo.
También están los relatos de los defensores del patrimonio, de los que intentan resguardar las tradiciones de unos pueblos que de a poco se transforman en ciudades. Esa ventana al pasado se encuentra en Calzado Terúa, donde Edison Otálvaro y Gildardo Pineda reviven los tiempos gloriosos de la zapatería rionegrera cada vez que fabrican un par de zapatos artesanales. No muy lejos, en Marinilla, don Luis Arbeláez cuenta la historia de su abuelo Isaac, el ebanista que con mucho amor y paciencia le enseñó a elaborar las típicas guitarras que siempre acompañan las fiestas de los marinillos. Otros se han dedicado a rescatar esa herencia montañera tan propia de la región: Nelson Valencia recuperó las mejores recetas de la cocina sonsoneña y Luz Mery Villa conserva el único taller en Sonsón donde se tejen las tradicionales ruanas perrileñas, esas que protegen a los arrieros de los vientos fríos del páramo.
La esencia del Oriente también está en sus campesinos, hombres y mujeres que trabajan a diario para ofrecer los mejores frutos de sus parcelas. Son labriegos como Albeiro Puerta o Lino Bedoya que cultivan las tierras del sur de El Retiro, la despensa agrícola de los guarceños. Albeiro madruga todos los fines de semana para atender su puesto en el mercado campesino que lleva más de cincuenta años en el parque principal de este municipio. Lino es embajador de la cultura cafetera y comparte la mejor taza de café con los turistas que llegan a su casa en la vereda Nazareth.
Estas imágenes tan propias de la región siempre van acompañadas de los ritmos tradicionales campesinos. Artistas empíricos que aprendieron a tocar guitarra, bandola y tiple en sus veredas, como Los Alegres de Payuco, exponentes de la música cejeña que recorren con su melodías populares y parranderas los pueblos del Oriente. También están los que adoptan otros acentos musicales y los hacen propios; es el caso de Yimalá, un grupo de jóvenes que cantan y bailan bullerengue lejos del mar y muy cerca del páramo de Sonsón.
Relatos como estos son posibles gracias a la persistencia de los que lo entregan todo por el arte y la cultura, de los que hacen imaginable un futuro lleno de oportunidades para cantar, danzar, actuar, pintar, narrar y reír. Son personas como Jhon Alzate que, cansado de la falta de apoyo de las administraciones municipales, abrió las puertas de El Zaguán, una casa antigua en Guatapé que acoge a los artistas locales. Es el profe Nelson Arbeláez que organiza rifas y bingos bailables para comprar instrumentos y recorrer las veredas de San Rafael en busca de nuevos talentos. Son historias como la de Tiberio Montoya que se inventó el Festival del Chocolate y la Trova para que los habitantes de Cocorná alzaran su voz en contra de los violentos.
Estas y otras imágenes son las que se quedan en la memoria cuando uno recorre los caminos del Oriente antioqueño, son retratos que demuestran que en esta región el arte y la cultura lo iluminan todo.