La Zafra, otra forma de hacer turismo
El Encuentro de los Dos Mundos. Así se llama el charco donde se unen las aguas del río El Arenal y la quebrada La Viejita. En ese lugar, a ocho kilómetros del parque principal de San Rafael, Lorena Duque descubrió su paraíso. En 1997, llegó por primera vez a este municipio del Oriente antioqueño. Una oferta laboral se convirtió en la oportunidad de poner en práctica lo que aprendió en la universidad. Era su primer empleo como zootecnista.
Solo bastaron un par de semanas para que se sintiera como una sanrafaelita más: «Creo que aquí se quedó mi asiento y mi corazón», dice Lorena que creció en las calles del barrio Prado Centro, en Medellín. Su trabajo le permitió recorrer las veredas, internarse en los bosques, disfrutar de las aguas cristalinas de los charcos, escuchar el canto de las aves y conocer la vida en el campo: «Me acerqué a la realidad de la ruralidad. A pesar de haber estudiado zootecnia, me orienté al fortalecimiento de los procesos organizativos de los campesinos».
En el 2002, se despidió de San Rafael. Quería viajar y retomar sus estudios. Aunque no se fue huyendo de la guerra, su salida coincidió con los años más álgidos del conflicto armado. Los constantes enfrentamientos entre los grupos armados forzaron el desplazamiento de muchos sanrafaelitas: «Era la desolación total, yo creo que salió 70 % de la población», recuerda Lorena.
Ella tardó cinco años en regresar. Extrañaba la vida tranquila y sencilla del campo. En el 2007, se reencontró con San Rafael y con un viejo amor. A Edison Arboleda lo conoció cuando llegó por primera vez al municipio. Él era un campesino consciente del impacto ambiental que provocan las prácticas de producción tradicionales, las mismas que usó por mucho tiempo cuando cosechaba café o desforestaba el bosque. Ella hablaba con la gente sobre alternativas sostenibles y amigables con la naturaleza, pero nunca las había puesto en práctica. Cada vez que conversaban sobre sus inquietudes se daban cuenta de que tenían muchas cosas en común.
Uno de sus primeros proyectos como pareja fue buscar un hogar. Compraron treinta hectáreas de tierra en la vereda Camelias: un potrero seco y compacto, al lado de un río cristalino, El Arenal. Con paciencia, convirtieron ese paisaje estéril en un bosque de árboles nativos al que regresaron las aves y otras especies propias de la región: «Dejamos que la tierra se transformara, le dimos aire, y nos fue mostrando toda su riqueza», dice Lorena.

Mientras le daban vida a ese lugar que soñaron para vivir juntos, Lorena se unió a un grupo de sanrafaelitas que se estaban preguntando por el turismo sostenible. Querían buscar alternativas para proteger la riqueza natural de su municipio, un patrimonio que estaba en riesgo: «Aquí el turismo se estaba convirtiendo más en un problema que en una potencialidad. Empezó a llegar y a llegar gente. El típico paseo de olla. Eso generaba un sobreuso de los recursos y una explotación muy tenaz».
Con el paso de tiempo, esas inquietudes se transformaron en distintos proyectos enfocados en la promoción del turismo de naturaleza. Una de esas iniciativas es la Reserva Natural Zafra. Desde el 2014, Lorena y Edison comparten su paraíso con otras personas. Ofrecen alojamiento rural a quienes quieran salir de la ciudad para disfrutar de una caminata ecológica, de una comida preparada con productos orgánicos, de un baño en las aguas frías del río El Arenal y de una buena conversación con los anfitriones. «Nuestra oferta turística se ha fortalecido porque hemos cualificado lo que hacemos y somos muy amorosos en el relacionamiento con la gente. Lo que nunca perdemos de vista es que nuestro objetivo superior es la conservación de este lugar, vivir en armonía con la naturaleza», dice Lorena.
Desde el 2015, Zafra hace parte de la Red Local de Turismo, una asociación integrada por veinticuatro prestadores de servicios turísticos sostenibles que promueven a San Rafael como un destino único por naturaleza. Para Lorena, que coordina este proceso, uno de los mayores logros de la Red es que los sanrafaelitas ya conocen y protegen su tierra: «Motivar el cuidado de la naturaleza en este pueblo es muy importante. Nos falta mucho trabajo, pero estas cosas van calando en el inconsciente de la gente que empieza a reconocer el valor y la belleza del lugar donde vive».
Lorena descubrió ese tesoro hace veintidós años, cuando llegó por primera vez al pueblo. Cada vez que puede, se sienta en la orilla del río El Arenal que pasa muy cerca de la reserva.
La guitarra vuelve al campo
En el 2004, cuando Nelson Arbeláez regresó a San Rafael, la escuela de música atravesaba una mala racha. Los profesores no duraban más de tres meses, los estudiantes no volvían a las clases y los instrumentos no eran suficientes. Él acababa de graduarse de la Universidad de Antioquia. Era licenciado en Música y se sentía preparado para recuperar la tradición musical que en otras épocas le había dado tantas alegrías a los sanrafaelitas.
Comenzó dando clases de cuerdas pulsadas en un salón de la Casa de la Cultura Clemente Antonio Giraldo. Sus alumnos le recordaban la época en que llegó al pueblo para inscribirse en la escuela de música. Venía de La Iraca, la vereda donde nació y aprendió a sacarle los primeros acordes a la guitarra. Todos los sábados los vecinos llegaban a su casa a disfrutar de una noche cultural. Preparaban aguapanela y se sentaban a conversar y a escuchar pasillos, porros y música parrandera. Su papá, Conrado Arbeláez, y sus tíos eran los encargados de amenizar la reunión. Tocaban la guitarra, el tiple y la bandola. Nelson, que tenía seis años, se sentaba a escucharlos: «Cuando yo inicié con la música en la vereda, todo era empírico, nadie sabía enseñar, yo aprendí viendo dónde ponían los dedos en la guitarra. En 1996, llegué a la escuela urbana y solo había un profesor que era muy bueno, pero no podía atender todas las modalidades musicales. Yo crecí viendo esas dificultades, por eso tomé la decisión de estudiar música y de volver a San Rafael», dice Nelson.
En el 2009, asumió la dirección de la escuela y la banda de música. Los estudiantes y los padres de familia aplaudían y apoyaban los esfuerzos que hacía Nelson para fortalecer los procesos musicales en el municipio. En cinco años de trabajo, los logros eran evidentes. Creó la Estudiantina Romances, con la que recorrió varios escenarios de Antioquia. Presentó proyectos y tocó puertas en distintas instituciones para conseguir recursos y ampliar la dotación de instrumentos. Conformó un grupo de monitores que lo acompañaron a recorrer las veredas de San Rafael en busca de talentos.

Nelson quería ofrecerles a los campesinos los espacios de formación musical que él no tuvo cuando era niño. Visitó las escuelas rurales, las juntas de acción comunal y motivó a niños, jóvenes y adultos a participar en clases de iniciación musical: «Me he rodeado de un equipo de trabajo que la ha dado toda. Hemos rescatado personas que estaban olvidadas por allá en las veredas, les hemos dado un espacio aquí en el municipio para que se sientan importantes, para que compartan sus expresiones musicales».
Aunque la escuela está adscrita a la administración municipal, en muchas ocasiones Nelson y los profesores que lo acompañan no cuentan con los recursos necesarios para trasladarse a las veredas o para comprar los uniformes o los instrumentos que necesitan para los ensayos y las presentaciones. Pero la falta de dinero no ha sido un obstáculo. Con el apoyo de los padres de familia, ha realizado bingos, viejotecas y rifas que han sido suficientes para cubrir los gastos y cumplirles las promesas que les hace a sus alumnos: «Se la hemos metido toda a la música, luchando contra viento y marea porque a veces a los mandatarios de turno no les interesa la cultura. Entonces, como a uno le duele esto, no importa si te apoyan o no te apoyan, hay que estar ahí trabajado por los niños, los jóvenes y los adultos que disfrutan de este cuento».