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Rionegrero a tus zapatos

Postales de Antioquia Rionegro
Rionegrero a tus zapatos

Gildardo Pineda es uno de los pocos zapateros artesanales que queda en Rionegro. Este oficio llegó al Valle de San Nicolás en la época de la colonia. Los rionegreros aprendieron a elaborar con sus propias manos un calzado reconocido en todo el país por su calidad, pero la industrialización, los insumos extranjeros y la falta de un relevo generacional tienen en riesgo esta tradición que está ligada a la historia de «la cuna de la libertad», como es conocido este municipio del Oriente antioqueño.

A pesar de la mala racha que atraviesa la industria del calzado en Rionegro, a Gildardo nunca le ha faltado el trabajo. Él conoció este oficio en 1967, cuando tenía diecisiete años. No lo heredó de su abuelo ni de su padre. Se convirtió en zapatero por amor: «¿Cómo aprendí esto? Por una muchacha. Nos miramos y nos gustamos. El papá de ella era zapatero. Como yo quería estar cerquita de Marta Nelly, así se llamaba ella, le dije al señor: “¿Le ayudó?”, y él me dijo que sí. Mientras tanto, ella y yo éramos novios a escondidas», dice Gildardo con una sonrisa pícara.

Mientras veía pasar a Marta Nelly, aprendió las tareas básicas del oficio. El noviazgo duró poco, pero le quedó el gusto por la zapatería artesanal. No fue difícil encontrar su primer trabajo como ayudante de zapatero. En ese entonces, muchas familias que vivían de este oficio convertían sus casas, la mayoría construidas en tapia, en un pequeño taller. Un par de habitaciones eran suficientes para que los artesanos escucharan música y conversaran mientras fabricaban zapatos de cuero de la mejor calidad.

Gildardo aprendió todo sobre la zapatería gracias a la paciencia de don Luis, su maestro. Aunque conoce todo el proceso de elaboración, se sintió a gusto con la soladura: darle horma al zapato, ponerle la plantilla y pegarle el tacón, en sus manos el zapato toma forma. «A don Luis le pagaban doce pesos por el par, por la soladura, y a mí me daba dos. Pasé de ganarme 48 pesos a recibir 90, después 100. Ya comenzó la vida del hombre», recuerda Gildardo.

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Era la época dorada del calzado rionegrero. En la calle de la Zapatería, un corredor comercial cercano al parque principal, se exhibía el trabajo de los artesanos: botines, sandalias, tacones, mocasines. Gildardo vivió esa bonanza. En 1971, con casi cinco años de experiencia en la zapatería, se casó con Mariela, convencido de que nunca les faltaría lo necesario: «Yo me casé con lo que tenía puesto. Hoy en día tengo la casita, me la conseguí trabajando la zapatería. Me constó cien mil pesos. Por eso vivo agradecido de la vida y de este arte», dice.

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La historia de la familia de Edison Otálvaro también está ligada a esta tradición. A los catorce años, de la mano de su padre, Juan Otálvaro, aprendió este oficio. Los fines de semana ayudaba a fabricar los zapatos y entregaba la mercancía. A los veintitrés años, con la orientación de su tío, Diego Otálvaro, se involucró en el proceso creativo de este oficio: el diseño. A partir de ese momento, en el taller de su papá solo se confeccionaban sus modelos.

Para ese entonces, a comienzos la década de 1990, la zapatería, además de ser un negocio rentable, continuaba siendo reconocida como un arte representativo de la cultura y la identidad rionegrera, así lo recuerda Edison: «Entre 1995 y 1998, en Rionegro había unos doscientos zapateros y cerca de treinta talleres. Algunas personas se dedicaron únicamente al comercio de calzado. En esta época, el calzado se seguía vendiendo muy bien. Todavía no estábamos invadidos por los zapatos chinos».

El declive de la zapatería en Rionegro empezó con la llegada de grandes industrias que acapararon la mano de obra en el municipio. La situación para el gremio de los zapateros empeoró con la apertura del mercado internacional. Los artesanos rionegreros no tuvieron cómo competir con los precios de los zapatos que llegaban de China o Europa. Los talleres empezaron a cerrar sus puertas, solo sobreviven unos cuantos.

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Edison es de los pocos artesanos que ha logrado mantener en pie el negocio familiar. En la calle 48, que conduce al Hospital San Juan de Dios, se encuentra Calzado Terúa. En la entrada está la tienda. Edison recibe a los clientes y les reitera que sus zapatos son hechos a mano y a la medida.

En la parte de atrás del local, está el taller donde trabajan siete de los veinticinco artesanos que aún quedan en Rionegro. Uno de ellos es Gildardo Pineda. En su puesto de trabajo, además de los pegantes, las plantillas, las hormas y las suelas, hay una vieja grabadora con casetera. Él es el encargado de la música. Debajo de la mesa, apila los casetes que lo han acompañado durante sus más de cincuenta años como zapatero. Gildardo y sus compañeros prefieren los de Carlos Gardel, como en los viejos tiempos.

Calzado Terúa es como una pequeña ventana al pasado glorioso de la zapatería rionegrera. Los artesanos que trabajan en este taller seguirán fabricando zapatos con sus propias manos, como lo aprendieron de sus maestros: «Nosotros permaneceremos aquí, aportándole a este oficio, hasta que la vida nos lo permita», dice Edison, que a sus 45 años es el artesano más joven de Rionegro.

Por: Lina María Martínez Mejía