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Tradición de madera y cuerdas 

Dicen que en la mayoría de las familias de Marinilla hay un médico, un cura, una monja y una guitarra. Pareciera cierto el dicho porque cuando el bus que va de Medellín se devuelve en la carretera para entrar al municipio, me encuentro con dos fábricas de guitarras y decido entrar a una de ellas. 

Me recibe un señor, pero apenas se da cuenta de que mi interés es conocer la historia del lugar me dice: «Espere mejor le llamo a mi papá». De inmediato, sale don Luis Arbeláez de un salón lleno de ebanistas, polvo y madera. 

Parece que don Luis está acostumbrado a hablar de la tradición de las guitarras en Marinilla porque, con cariño y paciencia, me cuenta la historia de su bisabuelo Isaac, quien muy pequeño debía llevarle todos los días el almuerzo a un ebanista que trabajaba en la iglesia del municipio de San Vicente. 

Cuenta don Luis que su bisabuelo admiraba tanto el trabajo de ese ebanista que se ganó su confianza para que le enseñara a manejar las herramientas, logrando, con solo doce años, tallar igual que el maestro. 

El ebanista, que según don Luis era un aventurero, se fue de San Vicente, pero dejó su conocimiento a Isaac, quien aprendió a tocar y a construir guitarras que intercambiaba con vecinos que admiraban su trabajo. 

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Don Isaac se casó y tuvo hijos, entre ellos, Lázaro Arbeláez, abuelo de don Luis. La mayoría de los hermanos se dedicaron a la música, montaron fábricas de guitarras en Pereira y Manizales, menos uno que optó por la ingeniería y trabajó para el Ferrocarril de Antioquia. 

Según don Luis, su padre, también llamado Luis, vino a sentar cabeza en Marinilla, donde se casó, tuvo diez hijos y construyó la Fábrica de Guitarras Ensueño en la que ahora, con dos hijos y un nieto, elabora ukeleles, tiples, bandolas, bajos, charangos, cuatros, tres cubanos, guitarras clásicas y eléctricas. 

—Don Luis, ¿sí es verdad que en casi todas las familias de Marinilla hay una guitarra? —le pregunto, él me mira y se ríe. 

Licania, lugar acogedor para la música 

En una panadería, ubicada a una cuadra de la iglesia principal de Marinilla, me encuentro con Julián Montes. Allí venden bizcochos de teja, buñuelos de maíz capio y pandequeso campesino. Se podría decir que es una de las pocas panaderías del Oriente antioqueño que conserva la tradición de preparaciones con esta variedad del maíz amarillo. Julián divide su tiempo entre la Corporación Amigos del Arte, que tiene 43 años de existencia en Marinilla y es la encargada de la realización del Festival de Música Religiosa y el Festival de Música Andina, y la Corporación Licania, que desde hace 3 años ofrece cursos y eventos de música en el municipio. 

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Luego de probar el buñuelo de maíz capio y el café de Marinilla, recorro con Julián el parque y algunas calles hasta llegar a Licania, una casa antigua y acogedora donde nos recibe una gata, llamada también Licania. A nuestro encuentro salen Daniel, profesor de violonchelo, y Alejandro Quintero, junto a Edwin, su alumno de piano, quienes están en uno de los cuartos de la casa ensayando, entre risas, El apachurrao, famosa canción que suena en épocas decembrinas. 

Cuatro músicos de la Universidad de Antioquia han creado, a lo largo de tres años, una estudiantina y el festival de jazz Altiplano, que se realiza a finales de noviembre. Si bien Julián reconoce que la gestión cultural y la consecución de recursos no es una tarea fácil, la pasión por su arte los motiva a continuar su labor pedagógica y a mantener viva la tradición de la música de cuerdas en Marinilla

  

Un espacio propio para seguir creando 

Teatro Girante nació en 2009 y se ha sostenido desde entonces gracias al apoyo de programas públicos y de algunos privados. 

Elisa, Laura Manuela y Osman me dan un tour por camerinos, oficinas, bodegas, salones y terraza. Me detengo en una pared donde hay mensajes de personas y actores inmersos en todo el ámbito teatral. «Me gusta mucho este chiquero de Girante», dice un mensaje firmado por Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas de Medellín.  

Los tres, junto a José Javier Henao, director del teatro, hicieron en 2019 el primer Festival Internacional de Teatro de Marinilla con invitados de Bogotá, México y Argentina. Si bien fue un proceso arduo, debido a su planeación en corto tiempo, la sala contó con una buena recepción por parte del público, reuniendo a más de trescientos asistentes diarios. 

Teatro Girante, junto a la Corporación Acordes, hace parte de las salas concertadas del Ministerio de Cultura, hecho que le ha permitido tener independencia en un municipio donde los actores culturales batallan para mantener la creación y la oferta cultural con condiciones dignas

  

«A los de la ciudad les falta pueblo» 

El 15 de noviembre de 2019, Marinilla vivió su primer festival de cine, Filcmar, gracias a un grupo de amigos estudiantes de Comunicación y Artes Plásticas que se dieron a la tarea de construir, en menos de un año, un certamen sobre el séptimo arte para todos los marinillos. 

Con siete millones de pesos, Jhon Fernando Gómez gestionó la realización del Filcmar que incluyó en su programación a Alemania, como país invitado; una franja de proyección de cortos: Miradas Emergentes; de películas como Si pienso en Alemania de noche y Luz silenciosa, y la participación de Catalina Arroyave, directora de la película Los días de la ballena.  

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Jhon se graduó en abril de 2018 de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Antioquia. «A uno lo molestan mucho cuando está estudiando, le dicen que a uno le falta ciudad, pero creo que también funciona al contrario, a los de ciudad les falta pueblo». 

Lo dice con el convencimiento de quien lleva en su corazón a un municipio que nunca está quieto. Por eso el Festival de Cine de Marinilla, en su primera edición, mostró en sus afiches y plegables a Ramón Hoyos, ciclista marinillo; a Berenice Gómez, fundadora de la Biblioteca Pública, y a don Luis Arbeláez, lutier de la Fábrica de Guitarras Ensueño. 

Por: Lina Zapata