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La Ceja: Los Alegres de Payuco

Postales de Antioquia La Ceja
La Ceja: Los Alegres de Payuco

Al frente de la casa de Francisco Galvis en cualquier momento se arma una fiesta. No importa si es miércoles por la tarde. Mientras espera a sus compañeros, don Pacho, como le dicen los que lo aprecian, acomoda un par de bafles en el corredor de la entrada, al lado de la ventana. Abre el estuche del bajo y empieza a tocar un par de acordes. Se cerciora de que las cuerdas estén bien afinadas. Afuera, los vecinos se ocupan de sus labores cotidianas: esperan el bus en la esquina, pasean el perro, van a la tienda o barren la acera.

Antes de las dos de la tarde, llegan los invitados: Alirio Campo, Antonio Patiño y Elías Otálvaro. El grupo está completo.

—¿Con cuál empezamos? —pregunta don Pacho.

—Con El aguardientero, el segundo himno de Antioquia —responde Alirio que ya ni sabe cuántas veces ha cantado esa canción.

Antonio y Elías, con sus guitarras, se encargan del ritmo y el punteo. Don Pacho marca la entrada y Alirio empuña el güiro y entona la canción: «Soy bohemio que sufre intensamente la amargura de un hondo desconsuelo, y no renuncio jamás del aguardiente porque solo el licor es mi consuelo…».

Algunos transeúntes desprevenidos miran y siguen su camino, otros se acercan a la reja que separa la casa de las calles del barrio Payuco, uno de los más tradicionales de La Ceja. Don Pacho y sus compañeros, sin proponérselo, les ofrecen a sus vecinos un pequeño concierto. Ellos, en realidad, no están de fiesta, se reunieron para ensayar el repertorio de Los Alegres de Payuco.

En el 2016, don Pacho creó este grupo de música popular y parrandera que le hace honor al buen humor de sus integrantes y al barrio donde se conocieron: «Nos gustó ese nombre porque de eso se trata, de ponerle ambiente y buena cara al ratico que nos queda en este mundo», dice don Pacho.

Los Alegres de Payuco son exponentes de la música que se hace en La Ceja del Tambo. Este municipio, que se extiende sobre el Valle de San Nicolás, es uno de los más musicales del Oriente antioqueño. Hay algunos, como Alirio, que se atreven a decir que el talento cejeño traspasa fronteras: «Aquí hay mucha música. Yo creo que La Ceja es el municipio de Antioquia donde más artistas tenemos. Aquí hay de todo: reggae, ranchera, clásica, jazz, rock, metal, todo eso. Los Alegres de Payuco también tenemos reggae, un reguero de todo: parrandera, carrilera, tropical, colombiana».

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Y Alirio no se equivoca. Este municipio es cuna de grandes artistas como Francisco Bedoya y Manuel J. Bernal, ambos nacidos en la primera mitad del siglo xx y que fueron embajadores de la música cejeña en el resto del país. El primero, cantante y guitarrista; el segundo, pianista, organista y compositor de bambucos y pasillos. La tradicional Banda de Payuco también ocupa un lugar importante en la historia musical de La Ceja, una orquesta familiar que nació en las mismas calles que a diario recorren don Pacho y sus compañeros. «Payuco, donde nadie pasa maluco», dice Alirio que está listo para cantar la próxima canción.

Edilma, la esposa de don Pacho, se sienta en una silla mecedora, cerca de los bafles. Cada vez que puede, acompaña al grupo en los ensayos y las presentaciones. Tiene buen oído y percibe cuando están desafinados. Les sugiere que vuelvan a ensayar El loro grosero, una de las canciones que más pide el público cuando cantan en eventos o fiestas familiares.

El talento de estos artistas es empírico y reúne la tradición musical de los campesinos del Oriente de Antioquia. Don Pacho y Alirio crecieron en las montañas de Sonsón. En este pueblo de arrieros, aprendieron a cantar y a interpretar los primeros instrumentos. Se quedaban horas viendo cómo sus tíos, primos o amigos amenizaban las fiestas y las largas jornadas de trabajo en el campo. Cada vez que don Pacho habla de esa época, saca la foto en la que aparece con Aldemar Henao, integrante del Dueto Revelación: «Ellos se presentaban cada ocho días allá en Sonsón, en un barcito que se llamaba La Palma. Yo me iba para allá porque me gustaba mucho escucharlos y como estaba tan chiquito me quedaba dormido. Yo aprendí a tocar viéndolos a ellos».

La historia de Alirio es similar. Los tíos de su papá lo llevaban a las parrandas que armaban los campesinos de la vereda Aures Cartagena, de Sonsón. Él tocaba la raspa que le hizo su mamá con una lata de sardinas y un tenedor: «Desde muy pelaito escuchaba canciones y se me pegaban. Las primeras canciones que aprendí fueron las de Octavio Mesa, David Correa, Agustín Bedoya y Joaquín Bedoya. Los tíos tocaban la guitarra, yo cantaba y los acompañaba con la raspa», recuerda Alirio que también aprendió a trovar y a contar historias.

Ese gusto por la música también contagió al nieto de don Pacho. El niño se pone un sombrero, saca el güiro y se une al grupo. Con tan solo dos años, es el integrante más pequeño de Los Alegres de Payuco: «Él es el muñeco de la casa. Está muy metido en el cuento. Es muy pícaro, a veces nos toca salir al escondido porque llora si no lo llevamos a las presentaciones», dice don Pacho con la ilusión de que en unos años su nieto siga sus pasos.

Alirio también le inculcó el amor por la música a Juan Sebastián, uno de sus cuatro hijos. La voz principal de Los Alegres de Payuco cree que es necesario promover el arte para garantizar que muchos niños y jóvenes continúen con la tradición musical cejeña: «Lo que yo pido es que la cultura tenga más apoyo y que la promuevan en los campos. Aquí hay un corregimiento que se llama San José. Yo he ido a trovar por allá y en esas veredas hay mucho talento».

El ensayo termina antes de las seis de la tarde. El próximo encuentro será el domingo en la mañana, esta vez, en la casa de Alirio.

Por: Lina María Martínez Mejía