Un día en el mercado campesino
Todos los sábados, a las siete de la mañana, llega al parque principal de El Retiro un bus escalera. Los pasajeros son labriegos de las veredas del sur de este municipio. Con ayuda del chofer, bajan la carga del capacete y la llevan a un costado de la iglesia. Se apresuran a sacar de los costales las frutas, las legumbres y los tubérculos que cosecharon con sus propias manos. Cada uno organiza sus productos en el toldo que le corresponde. Algunos escriben sobre un pedazo de cartón el precio por kilo de la papa capira, el tomate de aliño, la yuca o el frijol. Antes de las ocho, empiezan a llegar los primeros clientes.
Albeiro Puerta es uno de los agricultores que ofrece los mejores frutos de su finca en el Mercado Campesino de El Retiro, uno de los más tradicionales del Oriente antioqueño. Durante más de cincuenta años, su papá, Sigifredo Puerta, se encargó de atender el negocio. En el 2015, como si se tratara de una herencia familiar, Albeiro se puso el delantal de su papá y empezó a vender lo que cosechaba en la vereda Los Medios.
A pesar de que solo lleva cinco años en el puesto, Albeiro conoce muy bien la historia del mercado campesino. Cuando era niño, se levantaba a las cuatro de la mañana y le ayudaba a su papá a preparar la carga: «Nosotros vivíamos en la vereda Nazareth. En ese entonces, no había carretera y nos tocaba traer los productos en tres bestias que teníamos», dice.
Los campesinos llegaban al pueblo por su cuenta. Venían de Pantalio, Los Medios, Pantanillo, Tabacal y otras veredas de la zona sur de El Retiro, la despensa agrícola de los guarceños. Los sábados y los domingos la plaza principal se llenaba de toldos. Eran más de cuarenta labriegos que llevaban hasta el pueblo un pedacito del campo. Así lo recuerda Albeiro: «El mercado era estupendo de bueno. Todo lo que traíamos se vendía en un momentico. La cosa fue mermando con el tiempo porque esto se empezó a llenar de supermercados. Ahora, solo somos como siete».
Aunque los tiempos han cambiado, Albeiro no se queja. Los viejos clientes de su papá siempre se acercan a su puesto y los turistas que visitan el pueblo compran sus frutas y sus verduras. Él los asesora y les garantiza la calidad de sus productos.

Son las once de la mañana, han pasado cuatro horas desde que Albeiro y sus compañeros llegaron al parque. Las mesas de los toldos y los costales se van quedando vacíos. Una señora pasa de puesto en puesto. Está desanimada porque no encuentra todos los ingredientes que necesita para el almuerzo.
—Dígame que sí tiene cebolla —le dice a Albeiro, mientras busca entre las papas y las zanahorias.
—No hay de la blanca ni de la roja. Parece que a todo el mundo le dio por hacer guisos hoy. Hace rato que se acabó la cebolla y el cilantro —le contesta Albeiro.
Ya solo le queda un cajón de limón mandarino, una docena de aguacates criollos, dos racimos de plátano maduro y tres de bananos aún pintones.
Al final de la tarde, regresará a la finca y conversará con su papá sobre las ventas del día. Durante la semana cuidará del huerto y recolectará los frutos de la cosecha. El próximo sábado, él y sus compañeros volverán al parque principal de El Retiro, a ese pequeño espacio que aún conecta a los guarceños con sus raíces campesinas.
Los rostros de Café Retiro
Lino Bedoya entra a la tienda Café Retiro. Se queda unos segundos en la puerta principal y le da un vistazo rápido al lugar, una casa de tapia de techos altos, a dos cuadras del parque principal de El Retiro. Se encuentra con un par de conocidos y levanta la mano derecha para saludarlos. Se sienta en una mesa, al lado de una ventana de madera por donde se cuela la luz del mediodía. Los meseros ya conocen sus gustos y, sin consultarle, le llevan una taza del mejor café que se produce en el municipio.
En la pared que está a sus espaldas hay ocho cuadros. Son los retratos de los ocho campesinos que hacen parte de la Asociación de Caficultores de El Retiro. Son los anfitriones de la tienda. No es difícil darse cuenta de que Lino es uno de ellos: ojos pícaros, sonrisa leve y un pequeño bigote.
Todos los fines de semana, él y sus compañeros llegan a Café Retiro para dialogar con los clientes. A veces hablan con sus paisanos; en otras ocasiones, comparten la mesa con los turistas o con los nuevos guarceños, gente que llega de Medellín o de otros lugares del país en busca de un lugar tranquilo para vivir: «Para las personas que nos visitan es bueno saber de dónde viene el cafecito que se están tomando y para uno es un orgullo poder relatar la historia de Café Retiro», dice Lino.
Les cuentan que en el 2009 un grupo de caficultores de las veredas de la zona sur del municipio se unieron para crear esta marca que ofrece café tostado, molido y en grano de la mejor calidad. Les dicen que en el 2017 abrieron su propia tienda, un lugar acogedor inspirado en la tradición cafetera y en la cultura campesina. Los invitan a conocer la fábrica que está en la parte de atrás de la tienda. Allí, les muestra cómo trillan, tuestan, muelen y empacan los mejores granos de un café que fue cultivado, despulpado y secado por ellos mismos en las veredas Nazareth, Tabacal, Los Medios y La Miel.

Lino, como buen conversador, no pierde oportunidad para mencionar los atributos del café que cultiva en su finca El Reposo, en la vereda Nazareth, ubicada a quince kilómetros del pueblo. Sus cafetales, sembrados a unos 1800 metros de altura, están rodeados de mandarinos, naranjos, limoneros y palos de aguacate, lo que le da a su café aromas cítricos y un sabor suave y achocolatado. Algunos clientes de la tienda reclaman en sus tazas el café que él produce: «Hace ocho días vino una pareja de Medellín y me dijeron: “Don Lino, hoy no encontramos café del suyo. Nosotros sabemos diferenciar los sabores y el café que nos gusta es el suyo”. Queda uno sorprendido cuando la gente le dice esas cosas», comenta este guarceño que tiene en su mesa una taza del mejor grano que cosechan los hermanos Tobón, sus socios, en la vereda Tabacal.
En diez años de trabajo, Lino y los demás socios de Café Retiro se han convertido en empresarios del campo que aman la cultura cafetera, esos sabores, aromas e historias que son propios de la identidad guarceña. Lino, al igual que sus compañeros, se siente orgulloso de su labor: «Con Café Retiro muchas cosas han pasado en nuestro pueblo. Mucha gente que viene de Medellín o los mismos habitantes del municipio no conocían la zona sur de El Retiro, la más productiva que tenemos. Ahora, gracias a este proyecto, saben que ofrecemos una buena taza».