La Semana Santa en Vivo, patrimonio cultural de Cocorná
A mediados de enero, cuando pasa la algarabía de las fiestas de fin de año, Jorge Bonilla se prepara para interpretar a Jesús de Nazareth. Se deja de afeitar la barba, empieza una dieta estricta y programa una rutina de ejercicios. Antes de ir a trabajar, saca su bicicleta y recorre los paisajes montañosos de Cocorná. Su cuerpo debe soportar la extenuante jornada del Viacrucis, el evento central de la Semana Santa en Vivo que se celebra hace 56 años en este municipio del Oriente antioqueño.
Jorge es uno de los 150 actores que hacen parte del Grupo de Teatro de la Semana Santa. En el 2008, le propusieron personificar el papel más importante de su carrera como actor. Aunque no tenía mucha experiencia, no dudó en aceptar. La propuesta se la hizo Saúl Giraldo, quien tuvo que renunciar al papel de Jesús para asumir la dirección de la casa de la cultura. Un par de meses fueron suficientes para preparar el personaje. Jorge estudió los libretos y vio algunos videos que le sirvieron de referencia: «Hay una película que me gusta mucho. Es la serie de Jesús de Nazareth, de Franco Zeffirelli. Me fijo mucho en los gestos que hace Robert Powell, el actor. Para mí esa es la mejor interpretación que hay del Señor».
Asumir el papel protagónico en esta celebración religiosa era todo un reto. No quería defraudar a su familia y mucho menos a los turistas y fieles que llegan a Cocorná a conmemorar la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Durante la Semana Santa en Vivo los hoteles se llenan y los bares apagan los equipos de sonido. Los cocornences que viven en Medellín o en otros rincones del país regresan para compartir una de las tradiciones más importantes del municipio.
Cuando terminó su primer Viacrucis, Jorge quedó exhausto, necesitó tres semanas para recuperarse, pero la satisfacción fue mayor: el pueblo aprobó su actuación y se quedó con el papel. Ya son trece años interpretando a Jesús en todas las procesiones: «Aquí la Semana Santa es tan real que hasta la gente llora. Cuando estamos actuando, dejamos de ser nosotros mismos, yo dejo de ser Jorge y me convierto en Jesús de Nazareth».

Esta tradición comenzó en la década de 1960, cuando Heriberto Giraldo les propuso a sus amigos del grupo de teatro montar la Semana Santa en Vivo. Al principio, no había escenas ni diálogos. Se subían a unas andas de madera que eran llevadas en hombros por cuatro o seis personas. Con el tiempo, prepararon los libretos y caracterizaron a cada uno de los personajes. Saúl Giraldo conserva algunas fotografías de las primeras versiones de este ritual religioso, en las que aparece su papá, Heriberto, interpretando a Jesús, Herodes o Pilatos: «Es una tradición que se lleva en la sangre. En mis inicios en la cultura, dirigí el grupo de teatro del municipio y también tuve la oportunidad de personificar a Jesús durante cuatro años, entre el 2004 y el 2008», recuerda Saúl que, como actual alcalde del municipio, espera presentar un proyecto ante el Concejo para declarar la Semana Santa en Vivo como un patrimonio cultural de Cocorná.
Y no es para menos. Los cocornenses hablan con orgullo de esta celebración y participan en todas las procesiones, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección. «Es un evento que siempre se ha respetado, no importa el alcalde o el párroco que llegue. Es una riqueza cultural y religiosa muy propia de nuestro municipio», dice Raúl Córdoba que asumió la dirección de la Semana Santa en Vivo en el 2009, una tarea que no es nada fácil. El grupo que coordina está integrado por 150 actores que se reúnen a ensayar con tres meses de antelación. Para ellos es un orgullo hacer parte de esta tradición. Cada año, Raúl recibe solicitudes de personas que quieren sumarse al elenco: «Aquí cabe todo el mundo: participan amas de casa, obreros, campesinos, niños, jóvenes. Cómo será el amor a la Semana Santa, que aquí hay gente que vive a dos horas del casco urbano, es gente del campo que trabaja toda la semana y viene los sábados y los domingos a ensayar. Es un sacrificio inmenso, pero vale la pena porque es un ensamble muy bonito».
El festival que desafió a la guerra
Un hombre intenta avivar las llamas de un improvisado fogón de leña. Sobre un par de ladrillos que conservan el calor, hay una chocolatera. El humo que sale del recipiente indica que la bebida está lista para batirla con el molinillo de madera. Una niña sostiene entre sus manos una taza de chocolate caliente y espumoso. Al lado, hay una guitarra que sugiere que la merienda será amenizada con música campesina. Esta escena está plasmada en un mural, muy cerca al parque principal de Cocorná, y es un homenaje a Tiberio Montoya, el hombre que creó el Festival del Chocolate y la Trova como un acto de resistencia al conflicto armado.

Eran épocas difíciles para los cocornenses. El 31 de julio de 1998, el frente Carlos Alirio Buitrago del ELN se tomó el casco urbano del municipio. Al día siguiente, el alcalde, José Aldemar Serna, y sus paisanos, vieron con tristeza que la casa de la cultura estaba en ruinas. Los libros que guardaban en la biblioteca y el archivo histórico de Cocorná se perdieron: «La gente estaba atemorizada y muy afligida por lo que pasó», recuerda José Aldemar, quien salió del país en 1999 por amenazas.
En la zona rural la situación también era alarmante: los constantes enfrentamientos entre los grupos armados tenían acorralados a los campesinos que se vieron obligados a dejar sus tierras. Sin más alternativas, llegaron al pueblo con lo poco que pudieron empacar. José Aldemar los recibió en la plaza principal: «Fue un desplazamiento de más de 2.800 personas. Llegaban camiones, escaleras y volquetas con cerdos, gallinas, neveras. Fue muy complejo, muy difícil. Afortunadamente, pudimos alojarlos».
El miedo se apoderó de los cocorneneses. A las seis de la tarde no había nadie en el parque ni en las calles. La guerra les había arrebatado su pueblo, su tranquilidad. Fue entonces cuando el concejal Tiberio Montoya empezó a buscar alternativas para hacerle frente a la violencia. Las ideas que se le ocurrían las comentaba con sus amigos. Saúl Giraldo, que en esa época tenía diecisiete años, recuerda la charla que tuvo con el concejal: «Tiberio siempre trataba de involucrar mucho a los jóvenes en todos los temas de liderazgo político. Hicimos muy buena amistad. Un día, estábamos pensando cómo derrotar el miedo, y en una de sus prendiditas de bombillo dijo: “Saquemos a la gente a hacer un chocolate al parque. Traemos dos trovadores y ponemos a la gente a trovar”. Y así lo hizo». Cuenta la anécdota desde el despacho del alcalde, cargo que asumió en enero de 2020.
La fecha que escogieron para el encuentro fue el 20 de agosto de 1998. Ese día, era el cumpleaños 134 de Cocorná. José Aldemar, que apoyó la iniciativa de Tiberio, convocó a los cocornenses. La invitación se escuchó en la emisora y en altoparlante: «Le decíamos a la comunidad que teníamos que dejar el miedo, que estábamos en una situación muy difícil, pero que no nos podíamos quedar a merced de los violentos. ¡Gloria a Dios! La gente respondió».
Unas cien personas salieron al parque principal. Con ladrillos y leña armaron los fogones. Prepararon chocolate, empanadas y buñuelos. El «Pollo» y el «Mocho» fueron los repentistas que acompañaron la primera edición del Festival del Chocolate y la Trova, una jornada cultural que se quedó en el alma de los cocornenses. Juan Pablo Guarín, director de la emisora Cascada Estéreo, considera que es la celebración más importante de este municipio del Oriente antioqueño: «Sentimos que es la fiesta más propia que tenemos, las demás son de los turistas. El 20 de agosto, no importa si cae lunes, martes o miércoles, aquí todos nos enfiestamos. Es un evento que tiene mucho valor cultural y simbólico».
Tiberio Montoya escribió esta historia en Catarsis de una guerra, una novela que se publicó en el 2017. Poco tiempo después falleció. Los versos, acompañados de chocolate caliente, le dieron la razón: los cocorneneses levantaron su voz y desafiaron a los violentos.