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Las fiestas endiabladas de Santa Fe de Antioquia

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Las fiestas endiabladas de Santa Fe de Antioquia
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Los diablitos usan máscaras con expresiones que van desde el asombro hasta la euforia. Máscaras que simulan la piel blanca de los antiguos colonos españoles. Máscaras de cuencas vacías en cuyo interior fulgura la mirada de quien baila, salta, canta, grita. Los diablitos recorren las calles empedradas de Santa Fe de Antioquia y están vestidos con atuendos exuberantes: satines de colores vivos, capas refulgentes al sol de la tarde, tocados de papel globo, coronas doradas, cornamentas de otro mundo. Los diablitos también cabalgan. El 28 de diciembre salen a caballo y los cascos de las bestias acompañan el carnaval con una percusión que también sonaba en las calles del pueblo cuando inició la tradición, hace más de 400 años.

Sobre el origen de la Fiesta de los Diablitos hay una historia oficial y una historia oculta. La primera habla de los esclavos que salían de fiesta el único día del año que sus amos los dejaban saborear una migaja de libertad. Se dice que pertenecían a la hacienda Cañaveral, cuyo terrateniente tenía cautivas 400 almas. Y ese día de descanso que el amo esclavista otorgaba, venía con otros beneficios. Los esclavos podían tomar prestadas las prendas de sus amos, y sus joyas. Fabricaban máscaras para imitar los rostros lívidos de los colonos españoles, y asaltaban las cabellerizas para montar las bestias en las que bajaban, hechos una algarabía, hasta las calles de Santa Fe, la capital de Antioquia en aquel tiempo. Los esclavos, convertidos en diablitos, cantaban, recitaban versos. Se ganaban el alias de niño demonio por las diabluras que tenían permitido hacer durante ese día, casi siempre 28 de diciembre. Aunque en sus inicios, las celebraciones eran conocidas como Fiestas de La Caña, con los años, según esa historia oficial, las fiestas fueron cambiando. A los esclavos se sumó la gente del común, incluso también, los hacendados. Ahora todos podían ser diablitos, tomarse las calles del municipio desde los primeros días de diciembre, acrecentar las fiestas con faenas de toros, cohetes, chirimías, comparsas, espectáculos de trovadores que bajaban de las veredas a cantar bundes y sainetes. Santa Fe de Antioquia perdió su estatus de capital, pero no perdió su tradición. Los diablitos sobrevivieron. Año con año, década tras década, siguieron apareciendo, enmascarados, iridiscentes, con inquebrantable humor de juerga, en un desfile cuya fama se expandió en la región, en el país. No falta quien dice que el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto es un hijo de los Diablitos que ha llegado al extremo sur.

Después de todo esplendor, sobreviene una decadencia. Samuel Enrique Aguinaga fue testigo de ella. Recuerda a los diablitos cuando tenía siete años. Los veía en el desfile, alebrestados, rebotando y saltando, danzando y cantando; los recuerda en sus giros, envueltos en sus capas que se inflaban con el baile, a punto, quizás, de alzarse en vuelo. Pero cada año eran menos, una especie diezmada. La multitud ya no acudía al desfile, la pasión del disfraz ya no arrebataba a nadie.

Durante años desapareció, pero Samuel Enrique no olvidó. Su pasión por la historia, por los diablitos, lo enfrascó en lecturas y una investigación personal que lo hace responsable no solo de revivir el desfile en los años noventa del siglo XX, sino de contar la historia oculta de su origen.

En Santa Fe de Antioquia no se puede separar el nombre de don Samuel Aguinaga de la Fiesta de los Diablitos. ¿Quiere saber de dónde vienen los diablitos? Hable con don Samuel. ¿No sabe qué significan los diablitos? Busque a don Samuel. ¿La verdadera historia de los diablitos? Don Samuel se la cuenta.

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En el relato de Samuel Aguinaga no existen los esclavos premiados con un día de fiesta ni los amos generosos dejándolos usar sus mejores prendas, sus joyas, permitiendo la parodia de sus rostros en esas máscaras ungidas con colorete. Samuel tiene 77 años y uno de sus propósitos en la vida ha sido desentrañar la historia que le dio origen al desfile. Fija en el tiempo la década de los años cincuenta como el momento en el que las fiestas empezaron a desaparecer. Los libros de historia, la oficial, lo llevaron fácilmente hasta las presuntas fechas del origen: por allá en los años mil seiscientos. Pero Samuel nunca creyó ese hecho inverosímil de esclavos con un día de asueto. «¿Usted cree? No, cómo se le ocurre. Para los amos los esclavos eran como animales, ¿se los imagina prestándoles la ropa, las joyas y los caballos?». Samuel se pone en el lugar de un esclavo que recibe semejantes gabelas y no concibe que prefirieran salir de fiesta en lugar de emprender la fuga.

Esa duda se convirtió en una mecha encendida. Samuel quería conocer cada detalle de las fiestas. Se dio cuenta de que la fecha de inauguración del puente de Occidente, el 27 de diciembre de 1895, se eligió porque la esposa del gobernador de aquel entonces quería ver el desfile de los diablitos. También ató cabos y encontró que es muy probable que Santa Fe hubiera dejado de ser la capital por culpa de un diablito: «Un gobernador tenía una novia que no se quería venir de Medellín por el calor que hacía en Santa Fe. Un diablito se puso a echarle trovas y burlarse y un escolta lo mató. Un historiador escribió: “por el amor de una mujer y un diablito, se trasladó la capital"».

Samuel siguió uniendo los detalles de su investigación a lo que había visto en su infancia. «Cuando tenía siete años eran fiestas muy pomposas. Venía gente de todas partes, había juegos de azar, el trompo, la mariposa, el ancla; había toros y bailes públicos. En otras épocas las mujeres no se podían disfrazar, estaba prohibido, estamos en una ciudad machista y había decretos que lo prohibían». Samuel puebla sus relatos con personajes extraordinarios, como esas mujeres que se saltaban la norma y lucían máscaras de hombre, o barbas y atuendos masculinos, sacaban a bailar a otras mujeres, nadie se daba cuenta de que estaban disfrazadas.

Con la maña que Samuel ganó atando cabos para reconstruir la historia secreta, encontró un personaje a quien le atribuye el verdadero origen de la Fiesta de los Diablitos. Un portugués con aires de Casanova llegó a Colombia en el siglo XVI. Parte de su vida está contada en el libro Antioquia bajo los Austrias, se trata de Damián da Silva, cuyo hermano era muy allegado del príncipe Felipe II de España. En sus correrías de solteros empedernidos, los tres nobles estuvieron en Bruselas, donde participaron de carnavales de máscaras, es muy probable que también hubieran festejado en los carnavales de Venecia y Roma.

Da Silva vino a dar a Colombia. Samuel lo describe como un libertino problemático cuyos líos con la autoridad lo llevaron a la cárcel. Estaba en una celda de Tunja cuando vio pasar, desde la ventana, un cortejo fúnebre. En medio de los dolientes identificó a la viuda. Era bellísima. Se fijó la meta de ser el reemplazo del difunto esposo. La viuda era Juana Taborda, matrona célebre de Santa Fe de Antioquia que se había ido a vivir a Boyacá con su familia. Da Silva recibió ayuda de un clérigo. Don Samuel no redunda en los cortejos de la pareja, no cuenta cómo hizo el preso para enamorar a la viuda acaudalada, una elipsis sencilla le permite sacar al prisionero de la celda e instalarlo rápidamente en las tierras de doña Juana, mamá de la famosa María Centeno, propietaria de inagotables minas de oro en Buriticá.

Ese tal Damián da Silva era un imán de problemas. Ya en Santa Fe de Antioquia, no tardó en ofender de algún modo a su majestad y otra vez le decretaron encierro, pero se las arregló para que le dejaran pugnar su pena en casa. Pero era difícil soportar la hacienda por cárcel y salía disfrazado para burlar la autoridad. Había conocido las bondades de la máscara en los carnavales europeos y, en compañía de varios amigos, salía a galopar enmascarado por las calles del pueblo; lo hacía en la madrugada para eludir a las fuerzas del orden y sus juergas se volvieron costumbre para los habitantes del pueblo, un festejo que poco a poco contagió el ánimo de otros hombres, hasta que se convirtió en tradición. «Cuando terminó de pagar la condena, la gente ya era pendiente de que salieran y los diablitos ya eran parte de las fiestas, se convirtieron en el espectáculo más importante. Todo es una hipótesis que tengo, porque la historia no solo está escrita en los libros. Uno ata cabos y ve las coincidencias, por eso me atrevo a pensar eso», dice don Samuel.

A las próximas generaciones no les quedará difícil atar cabos para saber cómo renacieron las Fiestas de los Diablitos en Santa Fe de Antioquia. Las festividades que se hacían en Santa Fe con los diablitos extintos no tenían sentido para Samuel. A mediados de los años noventa le dijo a un profesor, llamado Jorge Valderrama, encargado de contratar los músicos para las fiestas de diciembre, que le dejara revivir a los diablitos. «Me dijo que no, que nadie me iba a hacer caso. Yo le dije que me dejara, que sabía cómo». Una noche de 1994 o 1995, Samuel Aguinaga salió disfrazado y enmascarado en compañía de 13 amigos. Recorrieron las calles del pueblo haciendo un carnaval sorpresivo que al año siguiente se repitió con la participación de 25 amigos, al año siguiente los enmascarados eran 40 y así fue creciendo. En 2018 los diablitos que bailaron y cantaron el 28 de diciembre eran más de 650. En 2019, don Samuel hace una cuenta de más de 800.

Los diablitos volvieron a la vida por la insistencia de Samuel Aguinaga, por la complicidad de los amigos, por el interés de un pueblo en recuperar la tradición. Los diablitos vuelven cada año, el 28 de diciembre a caballo, el 29 a pie y el 30 se despejan las calles para los niños disfrazados. Solo así, volviéndose diablos, es posible seguirle el ritmo a una fiesta que ha durado siglos.

Por: Andrea Trujillo, Diego Agudelo