Tejedoras de caminos
Las mujeres indígenas embera eyabida son reconocidas como grandes artesanas. Desde la infancia, al lado de sus madres, aprenden la destreza necesaria para ensartar en finos hilos una miríada de chaquiras que luego se convierten en collares y manillas cuyas formas y colores cuentan una historia, la de la unión de su pueblo con la madre tierra. De algún modo, estas mujeres son tejedoras de caminos. El collar que la mayoría de ellas suele lucir recibe el nombre de okana, que significa camino que recorre el cuello. Y ese camino también es un paisaje que niñas y mujeres usan en distintos tamaños.
Cada forma, en el collar o en las manillas, tiene una representación del mundo para los embera. Una línea quebrada puede ser la alusión a una montaña, una espiral es el mapa de un camino, un rombo señala las cuatro estaciones, un círculo, en su perfección, no representa otra cosa que la unión de la comunidad, otras figuras geométricas están asociadas con los sentimientos a la Madre Tierra. En un collar o en una manilla las formas se superponen, son sucesivas, simétricas y copiosas, como representando ese paisaje frondoso, escarpado y amplio en el que viven las 36 comunidades indígenas de Dabeiba, en el Occidente de Antioquia.
La comunidad, repartida en once resguardos, está conformada por aproximadamente siete mil indígenas. Son pueblos que todavía conservan sus tradiciones milenarias, con sus ritos de iniciación y prácticas ceremoniales que son inseparables de las habilidades artísticas que han desarrollado a lo largo de las generaciones.
Algunas de estas comunidades se encuentran a tres días de camino del casco urbano del pueblo, donde una casa indígena, ubicada en una de las esquinas del parque principal alberga a las autoridades que representan los intereses de la comunidad. Noralba Domicó ejerce como gobernadora mayor suplente en Dabeiba. Habla con propiedad de la historia, los ritos y las costumbres de su comunidad. En sus palabras se refleja la admiración por el trabajo de las tejedoras de chaquiras, pero a la vez lamenta que poco a poco la tradición se esté perdiendo. Muchas niñas pierden el interés y no se acercan a sus madres para pedir la instrucción necesaria. Por otro lado, los materiales no siempre están disponibles. Originalmente, se usaban huesos, piedras, semillas, dientes de monos para elaborar los tejidos. Poco a poco esos implementos disponibles en la naturaleza se reemplazaron por chaquiras de plástico que solo se consiguen en Medellín.

Sin embargo, otras costumbres se mantienen en su comunidad con la fuerza de siempre. Por ejemplo, el uso de la jagua. La tinta que emana de la semilla es fundamental para la vida de la comunidad. Los niños recién nacidos reciben un baño de jagua que los deja con la piel teñida de negro y los protege contra infecciones. En los rituales de los jaibanás, médicos ancestrales de la comunidad, la jagua y el achiote son esenciales. Para hacer sus cantos y rezos, el jaibaná acude a hombres talladores para que labren en madera las figuras con las que soñó y las pinten tal y como las vio en sus sueños. Cada línea y color tienen significado y propósito. Es la manera en la que se vincula el cuerpo con la tierra y con el mundo de los espíritus que en la cosmogonía embera son inseparables.
En la Casa Indígena de Dabeiba, desperdigados en distintos rincones, también se puede ver la evidencia de la conexión profunda entre el arte, la espiritualidad y la cotidianidad de la comunidad Embera Eyabida. Hay cestos de diversos tamaños tejidos en palma de iraca, fundamentales para acarrear racimos de plátano, ropa o incluso niños. En las comunidades donde no hay acueducto, estos cestos artesanales sirven para acarrear galones de agua desde las quebradas cercanas.
Noralba ofrece un recorrido por la casa y cuenta cómo se teje cada pieza, señala los venteadores, abanicos que sirven para avivar las llamas de los fogones de leña, describe cómo se confeccionan los llamativos vestidos que usan las mujeres, de colores primarios vibrantes. Ella luce una elegante camisa ribeteada con cintas amarillas que hacen juego con el fondo de su falda de entramado geométrico y flores de colores cálidos. También habla de las danzas, de cómo se están perdiendo. De los flauteros que llegaban con su música y las mujeres que cantaban al hombre si estaban enamoradas. Aunque no hay derrota en sus relatos cuando señala la escuela indígena y dice que hay profesores que persisten en la enseñanza: «En la escuela indígena hay profesores que motivan mucho a los niños, por la tarde bailan, preparan actividades, pero ya casi no hay jóvenes que sepan tocar flauta. Tenemos que trabajar mucho».

El Faquir de las paredes
Las fachadas de Dabeiba son un lienzo en potencia para Darío de Jesús Moncada Cano. Posa su mirada disruptiva y desafiante sobre las paredes del pueblo imaginando los murales que podría pintar en ellas. Desde hace cincuenta años, este artista autodidacta se ha dedicado a pintar. En el pueblo todos lo conocen, pero no lo llaman por su nombre, le dicen Faquir. En el curso de una conversación Darío de Jesús puede hablar de ocultismo, vegetarianismo, filosofía budista o faquirismo. Pero no se ha ganado su seudónimo meditando sobre camas de clavos o caminando descalzo sobre brasas ardientes, como los gurúes de la india. Esa corriente, Darío de Jesús la adopta solamente para «manejar situaciones muy difíciles y elevarlas a planos más trascendentales; para hacer del dolor una cura». Afirma, con total convencimiento: «No me conformo con él, sino que lo supero».
Faquir es un hombre esquivo, silencioso al principio con los desconocidos, pero capaz de entrar en una charla exuberante cuando empieza a ganar confianza. Algo de eso tienen sus pinturas.
Cuando empezó a formarse como artista, encontró inspiración en las cosas simples y sencillas. En tanto tiempo ha dejado decenas de obras que la comunidad le ha encargado. Algunas han desaparecido por remodelaciones en los edificios o casas que son demolidas. Otras permanecen al sol y al agua, o decorando el interior de los establecimientos. Los pinceles de Faquir han recorrido muchos rincones de Dabeiba, cultivando admiración y reverencia entre sus habitantes. Pero nada de esto envanece su carácter. Uno de sus rasgos como artista es el desapego, ninguna obra es su favorita, las mira con el interés efímero de cualquier transeúnte, pensando tal vez en sus futuras invenciones.
Pero la habilidad de Faquir no se vierte solamente sobre los muros del pueblo. Con la misma tenacidad que imprime en esas pinturas de gran formato, Faquir también se dedica a pintar Escaleras, vehículos tradicionales que son patrimonio nacional y que le exigen al artista pulso firme y aplicación minuciosa para adornar las carrocerías de estos vehículos de transporte rural con entramados precisos y su particular tejido de miniaturas.

En la imaginación de Faquir se mezclan las culturas. Si en un mural aparece el cacique Nutibara flotando con el cielo azul de fondo sobre mujeres indígenas cuyos rostros son estandarte de dignidad y orgullo, en otro aparece Bach, el compositor, en un vuelo semejante al del cacique, rasgando un laúd barroco y rodeado por los músicos de una orquesta de cuerdas, percusión y viento. Dabeiba aparece en otra de sus pinturas como el crisol donde es posible esa mezcla de tradiciones: en el pueblo a escala del mural se ven las calles, se aprecia el río y, si Faquir la hubiera pintado a la medida de sus sueños, alguna de las pequeñas casas de la pintura sería una galería de arte con las puertas abiertas a los niños y las niñas que quisieran ayudarlo a convertir cada fachada de Dabeiba en un lienzo.