«En las veredas es donde está la verdadera historia». Ramón Emilio López llega a ese veredicto después de hacer un inventario rápido de lo que ocurre en la zona rural de Cañasgordas. Menciona a los niños y los jóvenes que se inscriben en los semilleros de patrimonio que él ayuda a organizar, habla de los que se dedican a la cuentería, de una profesora dedicada a formar grupos de poesía, del cinturón de riquezas naturales que cerca el municipio y constituye un atractivo turístico para los caminantes. En este punto, Ramón Emilio se emociona y habla de la cofradía de la que hace parte. «Tenemos un grupo, Cañasando, estamos desarrollando rutas por las veredas, porque da tristeza que los habitantes no las conozcan. Caminamos, lo filmamos, lo subimos todo a internet...».
En los videos que el grupo ha publicado, caminantes de distintas edades se adentran en potreros y cursos de agua que fluyen desde paredes de vegetación copiosa. Entre ramas, flores, la toma de un pájaro vigilante, un horizonte montañoso atisbado entre los árboles, cascadas distinguidas en la lejanía como delgados hilos y descubiertas en cercanía como chorros potentes cuyo sonido silencia los comentarios de asombro de los exploradores, los videos captan el inmenso potencial ecoturístico de Cañasgordas.
«Hay un lugar que conocimos hace unos meses donde encontrás los paisajes más bellos y se pueden conocer los monos aulladores. Son lugares muy vírgenes, no tiene vías de penetración carreteables, hay solo caminos y se puede ir y compartir el hábitat con los habitantes de estas veredas. Tenemos un lugar que se llama La Cristalina, una laguna donde te pueden contar todas las historias de las culturas que vivían en el territorio», añade Ramón y recalca que una de sus obsesiones es que en Cañasgordas también se haga turismo arqueológico. En la zona aparecen con frecuencia los rastros de las culturas indígenas del pasado. Vasijas, tinajas, piezas de barro y metal que se convierten en parte del patrimonio, no solo del pueblo, sino del departamento.

En el año 2001 ocurrió el hallazgo arqueológico más significativo para el municipio. Durante el inicio de obras de un proyecto de viviendas de interés social, la tierra removida destapó lo que parecía ser un cuarto amplio excavado a unos cuantos metros. Estaba lleno de utensilios de barro y cenizas de restos humanos que podrían tener entre mil y mil doscientos años de antigüedad. El hipogeo del barrio La Esperanza ganó fama muy pronto.
Se llama hipogeo a las galerías subterráneas o pasadizos excavados para cumplir la función de sepulcro. Las civilizaciones antiguas solían construirlos. Los fenicios y los habitantes del antiguo Egipto construían hipogeos como morada para el último reposo de sus seres queridos. El que se halló en Cañasgordas tenía una factura sofisticada. Es un cuarto formado por rocas cuyo peso podría alcanzar las ocho toneladas, apiladas de tal manera que su propio peso les permitía sostenerse entre sí; esto hizo posible que soportaran el paso del tiempo sin desplomarse y preservaran de la intemperie a los restos humanos y las ofrendas que los antiguos habitantes de la zona depositaron en su interior. Es un mausoleo subterráneo con más de tres metros de longitud y por lo menos un metro setenta de altura.
No cabe duda de que el hipogeo fue un hallazgo notable, existen pocos como ese en Antioquia. Los embera katíos que lo construyeron para sus muertos crearon una entrada señalada por lajas, las rocas del techo y el corredor parecen de verdad un corredor de tránsito hacia el otro mundo. Los expertos han señalado que es una estructura única en la región y en el país. Sin embargo, en opinión de Ramón Emilio, ha recibido poca inversión y escasa atención por parte de los alcaldes que han rotado desde la época del hallazgo. «De pronto no ha habido voluntad política».
Los que sí han mantenido una voluntad inquebrantable son los vecinos del cementerio, que se encargan de mantener el lugar limpio y cuidarlo mientras se generan estrategias o proyectos que permitan salvaguardar este patrimonio arqueológico. Cuando se conoció el hallazgo hubo sorpresa, ese encanto de saber que bajo la tierra existen los vestigios de aquellos indígenas que habitaron el barrio cuando no era barrio ni tenía nombre, cuando era solamente una tierra virgen, sin títulos ni linderos, una tierra de ellos, para cazar; de ellos, para recoger lo que brindaba el bosque; de ellos, para recorrerla y dibujar a pie limpio los caminos por los que se adentraban en la manigua; de ellos, para enterrar a sus muertos y enviarlos a nuestra época como un testimonio que siempre será necesario escuchar.