Los antioqueños tienen fama de colonizadores. Abren trocha, despejan monte, fundan pueblos, tienden puentes para atravesar ríos, nombran regiones, consagran los cerros a deidades, santos o caciques; avanzan por el territorio nombrando, señalando, trazando linderos, acrecentando el mapa. Mejor que la fama de colonos es la de andariegos. Caminan, descubren, echan raíces, levantan cimientos. Así ha sido desde hace siglos y no es una actitud exclusiva de los que llegaron de afuera. Las comunidades indígenas que habitaban este territorio tenían su propia red de caminos y con la aparición de los españoles se sumaron tramos a esas rutas.
La subregión del Occidente ha sido el corazón de aquellas travesías fundadoras. Todavía existen senderos empedrados, como el Camino del Virrey, que comunicaba a Santa Fe de Antioquia, la antigua capital, con Medellín y otros municipios importantes. Los arrieros memorizaban sus rutas de valle y monte fijando estaciones entre los pueblos salpicados de la zona. Comerciantes, campesinos y empresarios que buscaban una salida al mar, dirigían siempre su mirada hacia Occidente. La vieja carretera que serpenteaba entre riscos se reemplazó por un túnel excavado en el corazón de piedra de la montaña. Y nuevas rutas siguen surgiendo: un túnel faraónico abrirá un flujo arterial de viajeros y mercancías entre el centro de Antioquia y la porción de costa de Urabá.
Siempre ha sido el Occidente el eje de muchos itinerarios. Historias de siglos han dejado sus marcas en las calles, en la tierra, en la memoria de los viejos, en las gemas de la naturaleza. Los pobladores aprecian con intenso fervor lo mismo una cascada que un cementerio indígena. Un tejido que representa el universo tiene tanto valor como la memoria en fotos de un pueblo. Los jóvenes aprenden danzas con herencia centenaria y a la vez cultivan su legado de bailes urbanos. Entre padres e hijos se protege el patrimonio de las familias: un jardín, una receta inigualable de chicha, la destreza de coser, el arte de tallar, la vocación de proteger una fiesta de diablitos.
Los caminos en el Occidente antioqueño son una red más grande que las vías trazadas en un mapa. Artistas, artesanos, creadores, contadores de historias, abuelos, caminantes de pie limpio se conectan mediante rutas cuya argamasa es la luz, la música, el color, la naturaleza y las palabras.