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Postales del Norte

Yarumal, una sinfonía entre la niebla

Postales de Antioquia Yarumal
Yarumal, una sinfonía entre la niebla

Lenguaje de silencios

El Seminario de Misiones Extranjeras se alza a la entrada de Yarumal como una fortaleza que recibe a los visitantes. Desde 1927, en este lugar se formaron sacerdotes misioneros que luego recorrían los lugares más apartados de Colombia y el mundo, diseminando los Evangelios de la fe católica. Los claustros del edificio acogían a jóvenes que preparaban, entre oraciones, viajes que podían llevarlos hasta las selvas de Vaupés o las mesetas de Etiopía. Hoy, cuando cae la noche, las sombras ya no encubren el murmullo de esas oraciones. De los corredores se apodera una oscuridad serena y acaso es el aire frío de la montaña el único que todavía puede resonar entre las habitaciones vacías. Solo una luz prevalece después del atardecer. Es un pequeño cuarto en el segundo piso del seminario, uno de los últimos cuartos, cuya puerta abierta deja escapar un brillo manchado de colores. Acercarse a la habitación es advertir que con la luz también se fugan aromas de óleos, acrílicos, acuarelas y disolventes. Si afuera las paredes grises del seminario transmiten la quietud de los templos y los mausoleos, adentro, en la única habitación iluminada, vibran los colores de un jardín, la infinitud cromática de un bosque vivo. Marlon Monsalve convirtió hace más de diez años esta habitación en su taller de artista.

Con disciplina monacal, acude allí todos los días; avanza en el último retrato encargado, pule un modelo de arcilla para una escultura, tensa el lienzo sobre un bastidor, corta las piezas de madera con las que construirá un nuevo caballete, empieza los bocetos de una obra futura o prepara los materiales que llevará para su próxima clase. Marlon es el profesor de artes plásticas de la Casa de la Cultura Francisco Antonio Cano, lo que explica el empeño de su trabajo. Enseña las técnicas del dibujo como quien ayuda a descifrar un nuevo lenguaje: cada línea, cada punto, cada sombra que proyecta la expresión de un rostro son los elementos de una gramática visual que, para él, cualquier persona puede dominar en poco tiempo.

Su método lo ha hecho famoso en el pueblo y en otros municipios de la región. Cuando asumió el desafío de enseñar lo que él había aprendido empíricamente, escarbó en bibliotecas en busca de estrategias y técnicas de enseñanza; leyó teorías, descubrió métodos, tomó de aquí y de allá lo que consideraba útil y desarrolló una serie de ejercicios que les permite a sus alumnos pasar de las formas básicas a los retratos realistas en solo cuatro meses.

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Los resultados son la prueba de su eficacia. En los muebles del salón de artes donde se guardan los dibujos de sus alumnos se puede conocer el proceso. Los primeros ejercicios son círculos y líneas, sombreados de intensidad variable, esbozos de cuerpos, rostros reducidos a trazos elementales. Las obras van ganando complejidad: el reto de dibujar un caballo, su musculatura insinuada en la piel; el pelaje copioso y graso de un toro; lograr la justa proporción de unas manos; hacer que el velo de una virgen no deforme la gracilidad de su cuerpo.

Uno de sus alumnos, John Ferney González, de 25 años, ya se gana la vida haciendo obras por encargo. El lenguaje del arte quizás tiene más significado para él, pues no puede comunicarse con palabras. John es sordomudo de nacimiento. No tuvo la oportunidad de estudiar en una institución que lo instruyera en lenguaje de señas, a duras penas logró terminar la secundaria. Sin la manera de acceder a educación superior, su único camino fue trabajar como jornalero en una tomatera. Fumigaba los cultivos, hacía recados, recibía un pago exiguo. En su tiempo libre dibujaba los personajes de series animadas que lo cautivaban: los héroes extraterrestres de Dragon Ball, los bellos paladines de Caballeros del Zodiaco. Su madre creía en su talento y fue ella la que se acercó a Marlon Monsalve para confirmar si su hijo podía aprender más, perfeccionar su habilidad, encontrar un nuevo rumbo para su vida.

Marlon encontró en John Ferney al alumno más dedicado. Aprendieron señas específicas para comunicarse. Mirar con énfasis, señalar reiteradamente, dibujar en el aire las formas, juntar los dedos o ensanchar las manos para designar cantidades, extraer del ensayo y el error el entendimiento que permite al maestro transmitirle sus conocimientos al alumno. John aprendió con velocidad las técnicas. Incluso reemplazaba a Marlon en el rol de profesor cuando este debía salir a cumplir alguna diligencia. La técnica fue tornándose en virtuosismo y el maestro no titubea al decir que el alumno lo alcanzó y que no tardará en superarlo. Cruzar el umbral del arte también permitió que John abandonara los cultivos que debía regar con pesticidas. Vende sus retratos, pinta cuadros por encargo, cultiva poco a poco su clientela.

John también se ha convertido en amigo y compañero. Trabajan juntos en el pequeño taller instalado en el Seminario de Misiones. John prepara café. Marlon le señala cómo pulir las pinceladas. Intercambian impresiones sobre sus cuadros, sin palabras, gesticulando con el rostro, con las manos, con el cruce de miradas, con el canje de sonrisas. En el método de Marlon para enseñar a dibujar y pintar casi todo está calculado: derribar el miedo a equivocarse, olvidar el mito de que el arte es solo para genios, superar la barrera del «no soy capaz». Marlon convierte el arte en un lenguaje de formas, colores, líneas, puntos, luces y sombras. Enseña a sus alumnos a leerlo para entrar a través de este a la más bella de las religiones.

Acecha la lectura

Yarumal oculta un bestiario; tiene pájaros de picos extraordinarios, mamíferos que rara vez son avistados en la naturaleza, pezuñas que alguna vez escarbaron el suelo de la selva. Aves rapaces de mirada penetrante, loros verdes paralizados en pleno cortejo. El perfil corvo de un pájaro negro hace juego con el rostro del poeta Porfirio Barba Jacob, que en su traje oscuro parece el retrato reencarnado del ave disecada. Ambos, animal y retrato, comparten recinto: una habitación de la Casa de la Cultura que funciona como museo.

Los especímenes animales fueron donados por el Seminario de Misiones. Uno de los sacerdotes tenía la afición de la taxidermia y en sus viajes a bosques, ciénagas y selvas fue recogiendo los ejemplares que nutren este ecléctico museo, del cual también hacen parte esculturas de mártires y desnudos en talco —piedra abundante en el suelo yarumaleño—, retratos de personajes ilustres, reproducciones de las obras de Francisco Antonio Cano, fotografías del Yarumal antiguo, instrumentos musicales, algunas piezas precolombinas.

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Los animales de este museo no son los únicos que habitan la Casa de la Cultura. Justo al frente, un amplio salón alberga la Biblioteca Municipal que ha sido convertida en madriguera por un espécimen fugado de las fábulas. Con pelaje negro, rostro pícaro, panza de pelusa blanca, chaleco rojo y el sombrero bicornio de un corsario, el Lobo Lector nació en la biblioteca para contarles cuentos a los niños, para convertir la lectura en un juego, un baile, un canto… Una emboscada de historias que cautiva a los más pequeños.

Miguel Ángel Arboleda es el promotor de lectura detrás del disfraz del Lobo Lector, que desde que empezó a acechar a los niños de Yarumal, hace tres años, ha crecido en colores, atuendos, tipos de sombreros. Cada espectáculo es una oportunidad para hacer crecer el arsenal, y así, mientras recorre colegios y escuelas veredales, asiste a celebraciones, anima fiestas infantiles, acompaña a los niños enfermos del hospital, celebra con los abuelos del asilo o preside el club infantil que lleva su nombre, se expande el ajuar de esta bestia cuentacuentos.

El personaje creado por Miguel Ángel materializa la fantasía de los libros. Es una personificación entrañable que enseña el poder de las historias para aprender y asombrarse. Aunque Miguel Ángel no siempre está maquillado o enfundado en su atuendo lupino. A las sesiones del Club Infantil Lobo Lector acude en su traje de ser humano, su voz y la forma de contarles las historias a los niños delata esa pasión feroz que lo empuja a convertirse en un lobo que no precisa de la Luna llena para completar su metamorfosis, sino de los libros.

Sonidos de Reconciliación

Juan Diego Patiño y Jhovany Vargas extendieron el mapa de Yarumal frente a los 17 artistas que habían compuesto la canción. La cuadrícula de los 27 barrios del municipio se desplegó ante ellos para que cada uno escogiera la locación en la que quería cantar el fragmento que había agregado a la letra. Días atrás, los dos amigos, compinches desde el preescolar, habían sido convocados por una idea que parecía descabellada: escribir una canción sobre la paz, sobre la reconciliación, en tiempo récord y con todas las manos posibles. La meta era grabar un video que sería presentado en Cartagena en el marco de un encuentro de medios juveniles al que la Fundación Mi Sangre los había invitado. Y esa meta se convirtió en una obsesión: mostrar la fuerza creativa de los jóvenes de Yarumal y hacer resonar en todo el país una música genuina que expresara las ideas y las emociones de los integrantes de los grupos de hip hop, rock, punk, metal, las estudiantinas, los coros y los productores musicales del pueblo.

Al estudio de Norman Leandro Zapata, productor que trabaja en el municipio, llegaron Juan Diego y Jhovany con una tambora y un allegro, querían que los sonidos eléctricos del rock y el hiphop se mezclaran con melodías colombianas. Norman creó el ritmo, un riff de guitarra inicial que le abre paso a una percusión de pulsaciones suaves, cadentes, como las de un corazón sereno. Los músicos reunidos alrededor de esa lumbre que es la música empezaron a improvisar las palabras. Alguien cantó: «Es el sonido de la paz que llevo siempre en mi corazón». Y en otro extremo de la habitación, otro respondió: «Es el sonido del alma, juntemos las palmas, unamos la voz». Antes de que la letra se siguiera enhebrando en las ondas de los instrumentos hubo una celebración colectiva, un vitoreo, un «!eso!» gritado con asombro. Surgió después un verso sobre la fuerza que da la música para reconciliarse y otro que evocaba las luchas por las libertades civiles, por el derecho a la vida. Aparecieron África y las raíces musicales que se hunden en ella y la canción acogió también a los niños y la libertad que ejercen cuando juegan en las calles. Así se ensamblaron las estrofas con el estribillo y en pocas horas la canción estaba lista. La grabación quedó impecable, con voces diversas, dulces, graves, ásperas, livianas.

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Para la etapa siguiente, la de grabar el video, Juan Diego pensó en recorrer los barrios de Yarumal; por eso les llevó un mapa a los artistas para que eligieran el sitio en el que querían cantar frente a las cámaras. También en tiempo récord se concertó un cronograma y en cuestión de una semana recorrieron Yarumal en jornadas veloces que se cumplían al margen del horario laboral de muchos de ellos.

Antes de viajar a Cartagena hubo un estreno del video en la Casa de la Cultura Francisco Antonio Cano. Para los artistas, la retribución del trabajo relámpago que realizaron fue ver y escuchar una canción emotiva, de sonidos vibrantes, envolventes, limpios, con la factura de profesionales experimentados. Cuando el video se estrenó en Cartagena, en septiembre de 2017, la emoción inicial de Juan Diego y Jhovany se convirtió en euforia, en una dicha que avivó aún más su proyecto como artistas y gestores culturales. En pocos días el video alcanzó las mil visitas en YouTube, en unas semanas llegó a tres mil. Recibieron mensajes de compañeros que, como ellos, trabajan por la paz desde el arte en otras zonas del país. Amigos de Casanare, Meta, Córdoba, Nariño, Cesar, escucharon la canción. Cada reproducción que se sumaba a la cifra era una motivación para que continuaran con su proyecto.

Porque Sonidos de Reconciliación no paró con la canción. Era solamente la semilla de algo más grande. Así habían bautizado su proyecto de emprendimiento para obtener el título de Gestión Financiera y Tesorería en el Sena. Juan y Jhovany estudiaron también juntos ese programa. La vida los había unido en la escuela, hizo que se encontraran en la música cuando empezaron en la chirimía del pueblo, y el hecho de estar juntos todavía después de graduarse sostenía su convicción por hacer de la música un estilo de vida.

Su idea para emprender fue organizar un festival artístico alrededor de dos temas fundamentales en Yarumal: la paz y la reconciliación. La canción funcionó como un trampolín y durante todo 2018 gestionaron el modo de llevar a cabo el evento. Pensaban en jornadas que incluyeran conferencias, un festival de cine y un concierto que agrupara bandas de distintos municipios. A medida que aterrizaban en una realidad en la que el apoyo escaseaba, renunciaron al cine y a las conferencias, pero no a la música, de hecho, incluyeron un concurso de canto en la convocatoria.

Invitaron a los artistas a que escribieran canciones sobre la paz. El ganador abriría el concierto. Que concursaran cerca de quince canciones fue una victoria para los organizadores. También lo fue el hecho de que todo el festival se hiciera sin financiación de la Alcaldía. Buscaron patrocinios con los negocios del pueblo. Una empresa de transporte apoyó con los traslados de los artistas que llegaban desde Rionegro y Medellín; algunas cafeterías ofrecieron la alimentación, el sonido lo prestó Norman, el productor de la canción; la Casa de la Cultura cedió el auditorio, la Casa Campesina abrió sus puertas para brindar alojamiento. La efectividad de esta cooperación hizo que el alcalde se interesara y ofreciera finalmente su apoyo.

La última victoria, la que llena de orgullo a los amigos Juan y Jhovany, fue demostrarles que no estaban locos a quienes así los consideraban por pensar que era imposible realizar un concierto de rock, ska, punk y metal de más de ocho horas en Yarumal. En septiembre de 2018, un año después de grabar el video de Sonidos de reconciliación, el concierto con el mismo nombre retumbó desde las tres de la tarde en la Casa de la Cultura. Desde que inició y hasta que la última banda se bajó del escenario, casi a las once de la noche, el aforo del auditorio fue total. Ese día, la música fue atronadora y el público unió su clamor a esos sonidos que crean para los jóvenes una realidad más pacífica.

Por: Diego Agudelo