Una arqueología de la memoria
Hades Grisales nació en Abejorral. Allí creció, cultivó amigos, descubrió pasiones, aprendió su oficio. Sin embargo, no titubeó cuando se le presentó la oportunidad de una mudanza; llegó a Entrerríos en 2016 para encargarse del área audiovisual de la Casa de la Cultura. No había cámaras, pero eso no impidió que usara las suyas para empezar a construir una memoria cultural que inició con el registro minucioso de cada evento —la danza, el teatro, la música, insomnes veladas literarias—, y luego expandiéndose hacia otros rincones, los que suelen ser ignorados y se llenan de polvo y olvido, aquellos donde se marginan quienes pueden revivir con su voz el pasado y sus tesoros.
En la Casa de la Cultura no había espacio para su oficio. Adecuó una de las habitaciones como cabina de grabación, encontró algunos casetes de VHS arrumados, era lo único relacionado con el área audiovisual. Empezó a trabajar con los estudiantes de la Institución Educativa de Entrerríos. En el colegio existía una infraestructura importante en la que se podía apoyar: emisora escolar y equipos de grabación y edición de video. Diseñó talleres de realización. Creó un programa llamado Crónicas y paisajes, en el que los niños aprendían los pormenores de la iluminación, los planos, el pietaje, el manejo del sonido. Otro programa, Conexión educativa, contaba las historias de los talentosos del colegio: el que baila, el que pinta, el que escribe, el que imagina rimas para componer un rap.
Quiso alimentar la parrilla con un concurso de guion llamado «Una película para Entrerríos». Los jóvenes participaron con sus historias y antes de iniciar el rodaje de la ganadora, tuvo que enfocar sus esfuerzos en los proyectos que empezaron a ganar las convocatorias de estímulos de la Gobernación. Las cuatro ideas que presentó en 2018 resultaron premiadas.
Realizó un cortometraje sobre Jesús Elkin Pérez Álvarez, compositor ilustre de Entrerríos, inventor de instrumentos musicales, pionero de la pedagogía musical en tiple y bandola. Su otra idea fue capacitar a los jóvenes en la escritura de crónica, cuentos infantiles, fotografía. Una iniciativa más le permitió rodar el documental Los años descalzos, en el que dejaba que los abuelos del asilo hablaran de su juventud, cuando caminaban sin calzado sobre las calles y los caminos polvorientos de un pueblo al que ni siquiera había llegado las luz eléctrica. Su última ocurrencia fue la de recopilar las fotografías antiguas de todos los pueblos del Norte de Antioquia. Para crear la exposición «Volando al Norte» recorrió las casas de la cultura de los 17 municipios de la subregión, desempolvó las fotografías aéreas más viejas y tomó fotos a vuelo de dron para poder mostrar el ahora.
Todo ese trabajo debía hacerlo de forma paralela a sus labores en la Casa de la Cultura. Acompañaba, por ejemplo, a la bibliotecaria en sus viajes a las veredas donde recogía las historias orales de los personajes más emblemáticos del campo. En estos ires y venires, Hades comprendió la importancia de preservar esas narraciones ocultas que muestran la historia íntima de los lugares.
Por eso, en 2019, propuso la creación del Museo Audiovisual de Entrerríos y participar con la idea en las convocatorias de ese año. Ganó recursos que le permitieron restaurar los casetes vetustos que encontró en la Casa de la Cultura, convocó a las personas del pueblo a que donaran cualquier video que tuvieran archivado en tacos de betamax, VHS, video 8, betacam. Convocó a un grupo de estudiantes y los capacitó en limpieza, restauración, pietaje y digitalización. 200 casetes atravesaron el proceso de eliminación de polvo y hongos, fueron necesarias más de 120 horas de digitalización, 40 de pietaje, 20 de edición. El material recuperado es un tesoro: fiestas familiares, presentaciones de danza de los años noventa, celebraciones religiosas, salidas de campo de estudiantes registrando el paisaje de hace 20 años, testimonios y entrevistas de personajes que ya no están como un obispo, un tendero o un profesor.

Parte del material recuperado se almacenó en el sitio web del neonato Museo Audiovisual de Entrerríos, pero Hades sabe que descubrió solo la punta del iceberg. Recorriendo el pueblo ha encontrado casetes en la basura con material invaluable. Así se ha topado con videos de actos culturales en las veredas y el de la fundación de la Cooperativa de Entrerríos. También llegó al archivo fílmico de don Blas Emilio, el primer camarógrafo del pueblo. Su familia le donó más de 200 casetes que están a la espera de ser digitalizados.
Consciente de la memoria que las familias pueden tener almacenada en sus álbumes familiares, Hades se esforzó para que en el Plan de Cultura de los próximos diez años quedara incluido el proyecto de ir puerta a puerta por las casas del pueblo pidiendo esas fotos, esos videos, buscando esas historias domésticas atesoradas.
El trabajo será arduo y extenso, pero Hades ya fijó sus raíces en Entrerríos. Fundó el canal Nutabe TV, tiene licencia por 30 años y transmite las 24 horas del día las historias encontradas, que son pocas, frente a las que ya tiene por buscar.
Lo que protegen los amigos
En 2019, a la convocatoria del Shama Fest llegaron postulaciones de 243 bandas de rock de todo el país. El festival solo tiene espacio para 10 grupos, 2 invitados directamente, 2 que se eligen entre los que pertenecen al Norte de Antioquia y los 6 cupos restantes para las bandas de los demás municipios. La elección es un desafío, por supuesto. Laura Roldán, directora del festival, quisiera poder darles cabida a muchas más agrupaciones; con la calidad que han encontrado, podrían programar varios días consecutivos de buena música.
Pero el Shama Fest tiene un solo día para sonar en Entrerríos, un día que cada año es memorable: las bandas de punk, metal, hardcore y otros géneros del rock congregan a jóvenes de varios municipios a la redonda. Y el mayor hito anual es que cada riff que se rasga en el escenario, cada nota atronadora que se desprende de los instrumentos, cada canción mantiene fresco el recuerdo de un amigo, de Shama, a quien se le rinde tributo en cada festival.
El Shama Fest nació como el homenaje a un parcero del alma que se fue antes de tiempo. A Jorge Andrés Zapata le decían Shama. Era baterista. Perteneció a una banda emblemática para los jóvenes de Entrerríos, Samhain, y antes del accidente que le quitó la vida, integraba la banda de trash metal Xangrax. En abril de 2014, mientras conducía una bicicleta por las vías aledañas al municipio, Shama se encontró con un conductor ebrio que no pudo esquivarlo. Sobraría decir que su muerte conmocionó a familiares y amigos, sino fuera porque ese sentimiento de pérdida, ese descalabro que produce la ausencia fue el motor para que naciera un festival que en 2020 celebró su séptima edición.
Los amigos de Shama no se abandonaron al dolor. Se reunieron, hablaron, se pusieron de acuerdo. Planearon un homenaje con aquello que Shama adoraba, la música. En menos de dos meses organizaron un concierto que acogió bandas de Santa Rosa, San Pedro de los Milagros y Entrerríos. El 24 de julio, en el parque lineal, con una tarima pequeña y equipos de sonido sencillos que prestó la Alcaldía, y con apenas $500.000 de presupuesto, se celebró el primer Shama Fest. Laura Roldán tenía 19 años. Al año siguiente los mismos amigos persistieron en mantener vivo el recuerdo de Shama con un concierto que fue un poco más grande, solo un poco. En 2016 el cartel de bandas invitadas creció todavía un poco más; y así, cada año el tributo a Shama se fue convirtiendo en una plataforma de proyección para las bandas regionales.
En siete años el festival ha ganado prestigio nacional, su resonancia ya extiende alcance por fuera del país. Bandas de Costa Rica y México les han escrito a los organizadores con intenciones de asistir. Laura Roldán asumió como directora desde 2018, y aunque el trabajo de orquestar el equipo, cuidar que la logística opere con eficacia y velar por que cada banda tenga todo lo necesario para lucirse en escena es colosal, enfoca sus empeños en que cada año el Festival crezca un poco más.

En 2018, durante la quinta edición de Shama Fest, se abrió un espacio para niños y jóvenes vinculados a los procesos de formaci ón musical de la Casa de la Cultura. Lo llamaron Shamaquitos. Los profesores ayudaron a los jóvenes músicos a crear grupos relámpago, ensayaron covers, prepararon su debut frente a la copiosa audiencia. En uno de los grupos estaba Dylan, el hijo de Shama. Brilló en su presentación. Por momentos como ese es que los amigos de Jorge Andrés seguirán «perpetuando su recuerdo para hacerse más fuertes».
La voz de los abuelos
«Entrerríos es un pueblo de lectores». Claudia Roldán lo dice como quien revela una verdad insoslayable. «Los niños prestan libros. Las familias vienen a preguntar por lecturas. Los adultos prestan todo el tiempo». ¿Cuántos libros entran y salen de la biblioteca cada día? «Hay hasta 200 préstamos por semana. Acá vienen muchachos, sacan su libro y uno los ve leyendo en el parque». ¿Cuáles lecturas son las que prefieren? ¿Cuento? ¿Novela? ¿Poesía? «Los niños reclaman mucho los días de Cuentos en Pijama. Vienen con sus papás a la biblioteca, a las seis de la tarde, con sus cobijas y pijamas, y les leemos durante dos horas».
Durante 23 años, Claudia ha sido la bibliotecaria de Entrerríos. Conoce bien a sus usuarios. Los llama por el nombre. Sabe los libros que se llevaron, los que no han devuelto, los que tal vez les gustaría leer. A muchos de ellos los ve crecer, partir del pueblo, volver. Uno de sus lectores más queridos volvió en las páginas de un libro. Wilson Pérez era un niño ávido. No salía de la biblioteca, participaba en los talleres, en las veladas literarias. Escribía con la misma avidez con la que devoraba libros. Cuando llegó a la biblioteca municipal su primer libro de poemas publicado, Claudia se dejó inundar de un orgullo alegre.
Por eso no cesa en su esfuerzo para que la biblioteca llegue a todos los rincones del pueblo. Con los muchachos que hacen parte del Taller Literario Entreletras empezó a visitar las veredas de Entrerríos. Llamó a sus excursiones «Tertulias Generacionales», algo que en otros lugares del mundo también es tendencia y es llamado «Bibliotecas Vivas».
Reúne a los habitantes de las veredas, los escucha, especialmente a los más viejos. Los que tienen resguardadas en su memoria historias que no están escritas en ninguna parte.
Empezó en la vereda El Porvenir. Allí conoció la historia de Urbano Londoño, campesino legendario nacido en el año 33 del siglo xx. Urbano amasó fortuna cultivando la tierra, nunca abandonó a los suyos y su generosidad sigue siendo famosa en la vereda. Murió ahogado en 1996 y sus ahorros del banco desaparecieron. La historia la contó Agustín Londoño, uno de sus primos. El relato también lo escuchó Andrés Tobón, miembro del taller literario Entreletras, para luego dejarla registrada en un relato en el que intentó contener ese aire de campo que respiró cuando visitó la vereda. Su texto suelta las fragancias de la tierra de capote y el chocolate de bola.
De cada una de estas visitas, Claudia publica una revista con los testimonios y las crónicas que encuentra. Así ha reunido las leyendas, las creencias, los mitos, el recuento de las gestas de los campesinos de antaño. En los relatos que escriben los integrantes de Entreletras queda registrada la voz de esos abuelos que tienen muy fresca en la memoria la historia de sus familias y las de sus vecinos. Describen cómo se trazaron los caminos que conectaron las veredas, relatan la prosperidad de una familia o la ruina de otra; evocan la fundación de una escuela, el nombramiento de un barrio, el sartal de travesuras que cometieron en la infancia.

Con su pelotón de lectores cronistas, Claudia pasó por veredas como El Porvenir, El Progreso, Yerbabuenal, Toruro, Pío XII, entre otras. En esos relatos reunidos recuperaron su esplendor las curtimbres que dieron fama a Entrerríos en la industria del cuero; los abuelos contaron historias de cañadas y lomas, de guacas y entierros, de los años arduos de trabajo cuando la infancia duraba poco porque salir a jornalear era el mandato de los primeros ranchos levantados con esfuerzo colectivo; historias de una naturaleza furiosa que enviaba vendavales para arrasarlo todo, o crecidas de quebradas, o inundaciones de invierno.
Las revistas publicadas vuelven después a la vereda. Llegan a las manos de quienes protagonizan las historias que por fin ven impreso su legado, llega también a las manos de los niños que así podrán escuchar la voz de sus abuelos, incluso cuando ya no estén.