Logo Comfama
Ayuda
Postales del Nordeste

Segovia: Novela negra

Postales de Antioquia Segovia
Segovia: Novela negra
Te demoras 0 minutos leyendo esta noticia

Bien entrada la tarde, tomé una mototaxi para ir al parque principal. Luego de unos minutos de camino por unas calles en las que se levantaba el polvo con facilidad, me llamó la atención ver a algunos niños barriendo las calles y le pregunté al conductor si acaso les pagaban por hacerlo.

Me contó que lo más probable es que hubieran pasado algunas volquetas con tierra, ya que hasta hace unos años, antes de que el gobierno prohibiera la minería artesanal y llegara la nueva empresa minera, había tanto oro que la gente barría las calles buscando el polvito dorado que se caía de las volquetas. Estas personas vivían básicamente de esa actividad. Los niños conocen esa historia y a veces se ponen a buscar el polvo de oro, pero ahora es difícil porque todo se queda en las minas.

Es más una especie de juego infantil. «Aquí antes se veía la plata, ya casi no», me dijo el conductor.

Unas cuadras más adelante llegamos al parque. Allí me encontré con Leonardo, un empleado de la empresa minera en el día y un escritor en la noche. Empezamos a conversar y me contó que desde pequeño le gustó escribir pero que tuvo que empezar a trabajar como minero para ganarse la vida. En la mina, luego de un tiempo, y dado que era bueno con las matemáticas, sus jefes decidieron pasarlo a un cargo de oficina, lo que le dejó un poco más de tiempo para la literatura.

Luego de leer a Raymond Chandler y engancharse con sus textos, investigó sobre las características de la novela negra y decidió escribir su primer libro, una historia de ficción policiaca que sucedía en Medellín. Si bien el libro le gustaba, Leonardo sentía que había algo en él que no funcionaba. Se dio cuenta de que no tenía sentido escribir una historia que ocurría en otra ciudad, cuando en Segovia existe todo lo necesario para escribir este tipo de literatura: alta circulación de dinero, fiesta, drogas, prostitución y delincuencia, que sirven como telón de fondo y motivación de este tipo de historias. Me dijo que, aunque él sabe que hay mucha gente buena en Segovia, y que no todo es ese mundo oscuro y a veces perverso, sí es el mundo que le interesa retratar en sus novelas.

De ahí en adelante, se dedicó a escribir historias de ficción que suceden en Segovia. Aprendió herramientas etnográficas para hacer las investigaciones necesarias para sus libros y es un observador profundo de la vida cotidiana del municipio. Hace parte de Corpoletra, una corporación de escritores del municipio en la que entre ellos mismos se leen, se ayudan con la corrección de estilo, la revisión editorial e imprimen sus propios libros. Leonardo ya tiene dos novelas publicadas: Ocaso al amanecer y Pista en el dormitorio, que son documentos clave de la memoria de esta ciudad caótica y compleja.

Después de compartir un par de cafés, me despedí de Leonado y, coincidencialmente, abordé la misma mototaxi que me había llevado al parque. Empezamos a andar de regreso y unas calles abajo del centro nos encontramos con una procesión que nos obligó a desviarnos por una calle pendiente que parecía una jota: una corta pero inclinada bajada, y luego una subida larga y casi vertical. Bajamos rápido como tomando impulso y una vez empezamos a subir, la moto empezó a perder velocidad poco a poco.

El conductor me preguntó si me sabía tirar de la moto, pero antes de responderle que no, creo que vio mi cara de susto en el espejo, porque inmediatamente me dijo que solo era cuestión de tomar impulso con los pies y saltar hacia atrás. Quedé desconcertado pero igual me preparé para hacerlo si era necesario. Preferible caerme yo solo saltando, que hacerlo caer a él también.

Ya llegando a la cima, la moto empezó a ir cada vez más despacio. «¡Salte!», me dijo el conductor. Empecé a acomodarme para saltar, pero justo en ese momento dos jóvenes que estaban sentados en el andén, salieron corriendo y nos empujaron hacia arriba. El conductor casi pierde el equilibrio, pero logró impulsar la moto y llegamos sin más problemas a la cima.

—¡Gracias! —grité aliviado.

—Ja, ja, ja, ¿se asustó?

—Un poquito, nada más.

Por: Diego Álvarez