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Postales del Magdalena Medio

Puerto Triunfo

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Puerto Triunfo

Matar el fantasma

Cuando se llega a la cabecera municipal de Puerto Triunfo lo primero que salta a la vista es un faro blanco a orillas del río Magdalena. En la parte baja una adolescente es la encargada de cobrar el valor de la entrada —dos mil pesos—. Si alguien le pregunta por la historia del faro, ella señala la placa conmemorativa del día que lo inauguraron, en abril de 2018. Eso es todo. La idea inicial — contaría después una exdirectora de la Casa de la Cultura— era hacer un museo sobre el Magdalena en la parte interna del faro, de tal manera que cada recámara contara mediante fotografías y textos la historia del río más importante de Colombia; pero los deseos institucionales alcanzaron solo para una construcción hueca con rampas y escaleras de metal.

Desde el balcón superior se puede ver el Magdalena largo, ancho y manso; sobre sus aguas navegan tres embarcaciones de madera. Si se camina todo el balcón —que tiene forma de circunferencia— también se ve el parque principal y el techo de los negocios que lo rodean. Aparecen un montón de casas de cemento pegadas una tras de otra, además de cuatro puestos de comidas, una cancha de fútbol donde juegan muchachos descamisados después de que cae el sol, un obelisco miniatura en homenaje a las víctimas de la guerra, los restos oxidados de un vagón del ferrocarril y una docena de esculturas recién pintadas de osos hormigueros, nutrias y tortugas.

Pero ni el faro, ni el obelisco o las esculturas parecen ser importantes para nadie. El eje transversal de Puerto Triunfo es el turismo a escala desaforada. Al igual que ocurre con La Sierra, en Puerto Nare, Doradal, un corregimiento, es el motor económico de este municipio. A ambos lados de la carretera que conecta a Medellín con Bogotá, un híbrido de negocios compite por la clientela proveniente de las principales capitales del país. El río y la cabecera municipal son invisibles. Prevalecen los hoteles extravagantes, los restaurantes de estilo ranchero y los bares de vallenatos, guaracha y corridos mexicanos. «Esto es una mezcla cultural donde impera lo de afuera», dijo, Rúber Sepúlveda, clarinetista y monitor de música del municipio.

No fue una queja directa contra la vida cotidiana de Puerto Triunfo, pero en sus palabras había un halo de reproche por lo que el narcoturismo ha hecho con la cultura del pueblo. Un testimonio parecido lo dio Santiago Campuzano, integrante de Teen’s Band, el único grupo de rock del municipio. Según él, los intereses culturales locales están moldeados por los empresarios del turismo. Es poco probable que una propuesta local en artes sea apoyada desde la administración de turno. Salvo las Fiestas del Limón y el Festival Nacional de Danza, Pitos y Tambores, la cultura gira en torno a los gustos del turista.

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En Puerto Triunfo viven 11.300 personas y en temporada alta es visitado por alrededor de 12.000. Y aunque no hay estadísticas que demuestren cuántos de esos turistas llegan atraídos por la figura de Pablo Escobar, las largas filas de carros para entrar y salir de la Hacienda Nápoles —su propiedad más emblemática en los ochenta— y el caos de gente dentro del almacén con suvenires del capo son elocuentes.

En la zona abundan las alusiones a Escobar y al narcotráfico. Pareciera como si cada rincón llevara inscrita una anécdota relacionada al capo del cartel de Medellín. «Por aquí pasó Escobar», «¿ve esa construcción?, ahí se escondió Pablo cuando lo estaban buscando», «en esa quebrada Escobar perdió un anillo», «por esa carretera Pablo salía en su cuatrimoto», «allí quedaba una pista donde aterrizaban las avionetas con droga»… Puerto Triunfo —como Medellín— es la mayor caja de resonancia de una figura que partió en dos la vida de sus habitantes.

Es inevitable entonces hacerse una pregunta que solo puede ser respondida en clave de leyenda: «¿Qué tan difícil es para la cultura del municipio desprenderse de la marca mafiosa?». Algunos dijeron que es imposible porque la economía depende de su figura y sus antiguas propiedades; otros, en cambio, trabajan casi desde el anonimato para cambiar el libreto.

Es el caso de Juan Alberto Gómez, un hombre macizo en su aspecto, nacido en San Rafael y aficionado al senderismo. Ha recorrido buena parte de Antioquia a pie y en bicicleta y en la ruta ha recolectado historias campesinas que guarda en libretas y archivos de audio de su computador portátil. Desde hace un año emprendió un proyecto de turismo ecológico en la zona llamado Mimadera. Se trata de una casa pequeña construida en madera en una vereda tipo paraíso terrenal conocida como Honduras, pero cuyo nombre original es La Linda, a treinta minutos en moto desde Doradal.

—¿Por qué no le dicen La Linda?

—Porque Pablo Escobar decidió que se llamaría Honduras y así es como todo el mundo la conoce. Si yo le digo a un mototaxista que me traiga a La Linda, pensará que le estoy hablando de otro pueblo.

La casa está rodeada de almendros sobre los que posan loros en las mañanas y pájaros de colores vivos al final de la tarde. La comida que ofrece es el reverso de las cocinas en Doradal: Chorizos de La Unión, Arepas de Sonsón, Chocolate de San Rafael, Panela de Cocorná... Bastan dos días en Mimadera para reconocer que se trata de un turismo animado por un espíritu genuinamente campesino.

La vereda queda incrustada en una montaña boscosa con animales exóticos y cascadas cristalinas donde Juan propone hacer recorridos en neumáticos. La mayoría de los vecinos del proyecto —200 familias, aproximadamente— ya conocen Mimadera y coinciden con Juan en la necesidad de construir un contrarrelato a la leyenda narco del Magdalena Medio. Incluso, están dispuestos a ayudar con sus testimonios: «Yo veo la necesidad de combinar la memoria de las personas con la naturaleza», dijo Juan.

Tal vez la única manera de competir con el imperio estrafalario de Escobar es involucrando la cultura de los pobladores. En otras palabras, tentar a los turistas con una variante hasta ahora desconocida en Puerto Triunfo: las historias campesinas contadas por sus protagonistas.

Por: Mauricio Builes